La palabra Armagedón ha llegado a ser muy común a causa de las inquietudes que se extienden por toda la tierra. Se utiliza cuando hay conflictos entre naciones e ideologías, especialmente cuando hay tumulto mundial. Los medios de comunicación la han usado frecuentemente, aunque muchas veces es cuestionable si el escritor verdaderamente entendió el origen de la palabra. Muchas personas piensan que se aplica a una gran lucha o batalla fuerte en la cual se involucra Dios — una batalla entre lo malo y lo bueno — una batalla para poner fin a todas las batallas.
La palabra Armagedón es un término bíblico que se encuentra en el último libro de la Biblia y se asocia con el gran día del Dios Todopoderoso. (Ap. 16:14) El Apocalipsis es un libro de símbolos que presenta una lucha antigua entre la verdad y el error, la justicia e injusticia, Cristo y Anticristo. En esta representación, tales símbolos como “bestias”, “dragón”, “falsos profetas”, “Babilonia”, “Gran Ramera”, “espíritus inmundos”, “ranas”, etcétera se utilizan por una parte, y “Cordero”, “Novia”, “santa ciudad” y otros por la otra. El Armagedón es otro símbolo que se emplea en ese libro y se asocia con la fase final y decisiva de una lucha que pone fin a la edad actual cuando el reino de Cristo se levanta victoriosamente, estableciendo la paz universal y duradera.
La palabra Armagedón es de origen hebreo y se asocia geográficamente e históricamente con el monte de Megido. Megido ocupaba una posición estratégica en la antigua Tierra Santa y dominaba un paso importante a la tierra montañosa. La localidad general de Megido era el gran campo de batalla de Israel. Allá, Gedeón y sus trescientos soldados pusieron en fuga y derrotaron a los Medianitas. Y, en el mismo lugar, el Rey Saúl fue derrotado por los filisteos.
Muchos de los símbolos de la Biblia son parecidos en su naturaleza a los que conocen bien el mundo. La Biblia, por ejemplo, utiliza la palabra bestias para representar los reinos o los gobiernos, como hace el mundo. Y el uso de un campo de batalla para dar a entender una cierta idea se practica también por el mundo. Cuando decimos, por ejemplo en inglés, que un ejército ha afrontado su Waterloo, queremos decir que aunque fue victorioso por un rato, finalmente sufrió una derrota terminante. Fue la derrota de Napoleón en Waterloo que causó que tal significado fuera atribuido a ese campo de batalla en particular.
Así es con el Armagedón. Fue el campo de batalla de Israel y, para entender su significado simbólico en las profecías, es necesario que descubramos los rasgos especiales que están asociados con todas las batallas en las cuales participó Israel. No es el hecho que ellos siempre eran victoriosos, porque no los eran. Algunas veces Dios permitió que su pueblo sufriera la derrota. La razón consistía en que habían pecado contra Él y necesitaban la disciplina. Sin embargo, había un rasgo sobresaliente de todas las batallas de Israel que no existía, y nunca ha existido, entre las batallas de otras naciones, a saber, Dios tuvo parte en las de Israel y dirigió sus victorias y derrotas en conformidad con su propio gran plan de las edades.
Cuando tomamos en cuenta este hecho, la palabra Armagedón asume un significado tan definido como la de Waterloo, pero con una importancia muy diferente. Sugiere una lucha en la cual está interesada Dios definitivamente, y en la cual va a dirigir la cuestión, garantizando una gloriosa victoria final para las fuerzas de la justicia. Además, como demuestran las profecías, es la última gran batalla de las edades, y resultará en la derrota permanente de todas las agencias de Satanás, preparando de esta manera el camino para el establecimiento del reino de Cristo. Esta es la razón por la que se describe como “la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso.” — Ap. 16:14
Las profecías demuestran claramente que el “gran día del Dios Todopoderoso” es el periodo del tiempo que delinea el fin de la edad actual. Es el tiempo en que este “presente siglo malo” (Gal. 1:4), u orden social, llega a su fin. Se describe en la Biblia como el “Día de Venganza”, y como los “últimos días”. También se llama el “Día del SEÑOR” porque es el tiempo cuando el SEÑOR interviene en los asuntos del mundo para acabar con el apresuramiento loco y descendiente de ellos hacia el pecado y la destrucción y para establecer su reino que prometió hace mucho tiempo.
Este Día del SEÑOR es el tiempo mencionado en la profecía que dice “esperadme, dice Jehová, hasta el día que me levante para juzgaros; porque mi determinación es reunir las naciones, juntar los reinos, para derramar sobre ellos mi enojo, todo el ardor de mi ira; por el fuego de mi celo será consumida toda la tierra [el orden social].” — Sof. 3:8
Este Día de Venganza sobre las naciones se describe más aun por el profeta Isaías. Él escribió: “Jehová saldrá como gigante, y como hombre de guerra despertará celo; gritará voceará, se esforzará sobre sus enemigos. Desde el siglo he callado, he guardado silencio, y me he detenido; daré voces como la que está de parto; asolaré y devoraré juntamente.” — Is. 42:13,14
Desde que nuestros primeros padres violaron la ley de Dios, la maldad ha sido un factor dominante en los asuntos de la raza humana. Satanás ha sido el “gobernante” del mundo del hombre. Jesús lo describió como el “príncipe de este mundo.” (Juan 12:31; 14:30) Durante los días del Israel antiguo, cuando Dios gobernó su pueblo escogido, otras naciones ocasionalmente vinieron en contacto con la autoridad y el poder divino. Varios reyes paganos fueron forzados a reconocer su soberanía como resultado de la manera milagrosa en la cual protegió y rescató a su pueblo. Pero muchos siglos largos han pasado desde que el mundo fue testigo de tales demostraciones del poder de Dios, y resulta que la fe en él y en su habilidad de gobernar los asuntos de la humanidad casi no existe en las cámaras de consejo del mundo.
Dios explica esta situación diciendo que se ha detenido en interferir en los asuntos del mundo, y que ha “guardado silencio”. Su pueblo, en cambio, ha sido animado a esperar al SEÑOR hasta el Día en el cual Él ya no guarda silencio, hasta que deje de detenerse de interferir en los asuntos de la humanidad. Ellos están asegurados de que cuando Él se levante contra sus enemigos, el mundo entero — el actual mundo malo — será destruido por el fuego de su celo. Es por medio de la obra de destruir la maldad y los sistemas inicuos que el SEÑOR se representa como un hombre fuerte que sale a incitar celos como un hombre de guerra, y por eso, precipita la batalla de aquel gran día de Dios Todopoderoso.
Aunque el SEÑOR ha permitido que Satanás, el gran Adversario, gobierne los corazones de los hijos de la desobediencia, nunca ha cesado de interesarse en el bienestar eventual de sus criaturas humanas. De hecho, por todos los miles de años durante los cuales se ha detenido de interferir con el reinado del pecado y de la muerte, Dios ha estado preparando la fundación, por decirlo así, de un glorioso día de liberación. Pero, su plan de redención y de restauración ha progresado silenciosamente y desapercibido por el mundo. En el Armagedón Dios se revelará a toda la humanidad, y los ojos de todas las naciones se abrirán para contemplar su gloria.
Fue el Lucifer caído, personificado en Génesis como una serpiente, y en Apocalipsis 20:2 como “la serpiente antigua” quien introdujo el pecado al mundo. Engañó a la madre Eva, y por ella, persuadió a Adán a violar la ley divina. Esto les trajo a ellos la penalidad por el pecado, a saber, la muerte. Fue entonces cuando la raza humana empezó a morir. Entonces, la avaricia llegó a ser el motivo de casi todos los esfuerzos humanos, y de allí, vinieron la animosidad, el odio, el crimen y las guerras. Por seis mil años el mundo moribundo siguió luchando, siempre esperando a tiempos mejores, pero, a causa de la avaricia, siempre fallando a alcanzar sus metas deseadas.
Pero Dios todavía ama a su creación humana, y en su Palabra se delinea un bosquejo de sus logros divinos que eventualmente llevarán a la derrota completa de la gobernación de Satanás, así como a la destrucción de todos los elementos detestados del reinado del pecado y de la muerte de Satanás que han plagado a la raza humana por tanto tiempo. La manera en la cual la mano de Dios ha estado en los asuntos de la humanidad por los siglos se nos revela principalmente por la multitud brillante de promesas grabadas en su Palabra para nuestro consuelo e instrucción.
Aunque a los mal informados pudiera parecer que las promesas de Dios representan solamente las ilusiones de ideólogos antiguos, sin embargo, en ellas se puede reconocer un modelo del propósito divino en cuanto a la raza humana. Cuando vemos ese modelo, y los preparativos maravillosos que el SEÑOR ha estado haciendo para la liberación eventual de la humanidad del pecado, de la enfermedad, y de la muerte, estamos asegurados que no ha habido un fracaso del plan divino — ninguna instancia en la cual el SEÑOR ha fallado de cumplir con sus grandes y amorosos diseños.
En su respuesta a la “serpiente antigua” — al Diablo — el Creador nos da la primera indicación que, a pesar de la entrada del pecado en el mundo, no ha abandonado a su creación humana. Dios dijo a Satanás que la “simiente” de la mujer “te herirá en la cabeza.” (Gen. 3:15) Si Dios no hubiera explicado en más detalle sus intenciones más tarde hacia la raza humana por medio de sus profetas, no sabríamos lo que significaba realmente esta respuesta vaga a la serpiente. Pero, a la luz de las profecías, se hace más claro que el magullamiento de la cabeza de la serpiente por la simiente de la mujer es, en realidad, una descripción simbólica de la derrota de la gobernación de Satanás en la tierra, y el triunfo del reino de Cristo.
En el capítulo veinte del Apocalipsis nos da un breve relato simbólico del modo por el cual la simiente de la mujer va a herir la cabeza de la “serpiente”. Nos cuentan que un ángel de Dios desciende del cielo y que prende a la serpiente, que es el diablo y Satanás, y lo ata por mil años. Este ángel fuerte es nada menos que la simiente de la promesa — Cristo — y el relato nos da una descripción breve del establecimiento de su reino y su reinado milenario. Demuestra también que durante estos mil años, los muertos serán resucitados y se les da la oportunidad de vivir para siempre en una tierra restaurada.
Muchos siglos después de la tragedia en Edén, Dios de nuevo manifestó su interés en la raza moribunda al hacer una promesa a su siervo fiel, Abrahán. Dijo a este padre de Israel que intentaba bendecir a todas las familias de la tierra. Al hacer esta promesa, Dios una vez más hizo referencia a la simiente, a la prole, cuyo nacimiento sería dirigido por la providencia divina. Dios confirmó esta promesa por su juramento, y constituyó la base de la esperanza de Israel por un Mesías venidero.
Esta promesa fue repetida de varias maneras por todos los profetas santos de Dios. En cuanto a la simiente prometida, el profeta Isaías escribió, “Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.” — Is. 9:6,7
Lo sobresaliente de la promesa de un gobierno venidero de justicia es el hecho que su victoria sobre las fuerzas del mal está garantizada por el poder divino y milagroso. El hijo que se menciona es Cristo, y el profeta declara que el gobierno estará sobre sus hombros. Esto significa que el Cristo divino lleva la responsabilidad por la realización del propósito amoroso de Dios en destruir toda la maldad de la tierra para exaltar la justicia.
¡Qué reconfortante es esto! Significa que la habilidad sin límite de Dios que le capacitó a crear millones de mundos, a crear al hombre y darle vida y que continúa a dar vida a todas las cosas vivientes, respaldará el ataque de Cristo contra las fuerzas del pecado y de la muerte que componen el baluarte de la plaza fuerte de iniquidad de Satanás. El profeta declara, “¡El celo de Jehová de los ejércitos hará esto!”
La profecía de Isaías empezó a cumplirse con el nacimiento de Jesús. Nació como una dádiva del amor divino, como una garantía de que todas las promesas de mucho alcance de Dios para bendecir el mundo serían cumplidas a su debido tiempo. En armonía con esto, cuán significantes son las palabras de la profecía del ángel, quien, al anunciar el nacimiento de Jesús, dijo, “No temáis; … os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.” — Lucas 2:10,11
Al cumplir los treinta años, Jesús comenzó su ministerio — un ministerio que fue un recordatorio constante de que vino como un mensajero del cielo para cumplir las promesas de Dios en establecer un gobierno mundial de paz y de vida. Algunas de las promesas, al describir las bendiciones del reino mesiánico, predijeron la apertura de ojos ciegos, la curación de los enfermos y la resurrección de los muertos. Jesús empleó su poder divino para efectuar estas cosas y así estableció el hecho de que él sí fue la simiente de la promesa y que Dios, que había hecho tales promesas maravillosas, era capaz de cumplirlas abundantemente.
El ministerio terrenal de Jesús fue muy breve y solo duró tres años y medio. Él fue el Rey de Reyes predicho, sin embargo, a unos cuantos de sus enemigos se les permitió crucificarlo. (Ap. 19:16) ¡Que vuelta de acontecimientos tan extraño esto debería haber parecido a las mentes de los que lo habían aceptado como el Mesías prometido, el que iba a dominar “de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra”! — Sal. 72:8
Aun más extraña, sin duda, fue la filosofía de amor del Maestro, tan rígidamente practicada por él, que rehusó ofrecer cualquier resistencia a los que lo agarraron y lo mataron. Todos los gobernantes grandes del pasado y del presente han alcanzado y mantenido su poder por ocuparse en batalla valiente contra sus opositores. Pero, Jesús no intentó defenderse, ni permitió que sus discípulos lo hicieran por él. Sobre su cabeza indefensa cayó la ira de sus enemigos celosos, y lo bajaron al sepulcro.
¡Pero, el plan de Dios no había fallado! El apóstol Pablo nos dice que el amor nunca deja de ser. (1Co. 13:8) Jesús voluntariamente sacrificó su vida como Redentor del mundo, amando aun a sus enemigos. (Juan 3:16) Aunque Satanás pudiera haber pensado que había frustrado el plan divino por el cual Jesús sería rey de la tierra, él solamente había ayudado a llevar a cabo un rasgo necesario de este plan, a saber, el sacrificio del hombre Cristo Jesús como el “rescate por todos.” — 1Ti. 2:6
Las bendiciones que Dios había prometido serían de un carácter duradero. La paz traída a la humanidad por el reino mesiánico sería una paz perdurable, disfrutada por los que, redimidos de la maldición del pecado, tendrían la oportunidad de vivir para siempre. No había ninguna manera de garantizar tales bendiciones tan permanentes y de mucho alcance para la raza humana sin la muerte de Jesús como el Redentor y Salvador del mundo. Murió para que sus súbditos pudieran vivir, y para que todos los que han muerto puedan tener la oportunidad de ser restaurados a la vida.
Casi veinte siglos han pasado desde el tiempo memorable cuando Jesús murió por los pecados del mundo y fue levantado de la muerte por el poder divino. Sin embargo, aun no se reconoce como el rey de la tierra; y el gran enemigo, la Muerte, que intentó destruir por su muerte, todavía retiene a la raza afligida por el pecado en sus garras nocivas. Aunque las profecías dibujan a Jesús como el Príncipe de Paz, la guerra ha continuado arruinando la felicidad de cada generación sucesiva desde su tiempo, del mismo modo como lo hizo antes de su llegada. Jesús vino a dar vida, pero las personas por las cuales dio su vida siguen muriendo. Jesús enseñó y ejemplificó el camino de amor y mostró sus ventajas sobre la avaricia — pero, la avaricia sigue controlando el mundo. ¿Por qué?
La Palabra Sagrada revela la causa de esta aparente demora. Demuestra que a lo largo de estos diecinueve siglos de aparente fracaso, el plan de Dios para liberar la raza ha seguido adelante. Su plan para la edad actual ha consistido en la selección de entre el mundo de la humanidad un pueblo que se asociará con Cristo en ejercer la autoridad de su reino. Las Escrituras hablan mucho de ellos y delinean las condiciones en las cuales éstos tendrán la esperanza de vivir y de reinar con Cristo. En breve, están llamados a andar en su camino de amor, a sacrificar sus vidas como él sacrificó la suya, para probar su fidelidad a Dios, a la verdad, y a la justicia al ser “fieles hasta la muerte.” — Ap. 2:10
Las experiencias de los que se sacrifican y sufren los prepararán para su reinado futuro con Cristo. En la providencia de Dios, su parte en el plan divino contribuirá a la eterna bendición de todas las familias de la tierra. Por diecinueve siglos, desapercibidos y desconocidos por el mundo, estos seguidores fieles del Maestro han continuado fortaleciendo la cabeza de puente de la justicia y del amor de los cuales finalmente vendrá la liberación de todos los prisioneros de la muerte. Antes de la liberación de toda la humanidad, la clase fiel se levantará de entre los muertos en la primera resurrección, para vivir y reinar con Cristo. Y, después, bajo la guía de Cristo, toda la humanidad se despertará del sueño de la muerte y les ofrecerán la oportunidad de vivir en la tierra por siempre.
Esta edad en el plan de Dios, que ahora está reservado para la selección y entrenamiento de los que reinarán con Cristo durante la Edad Milenaria, casi ha llegado a su fin. De hecho, estamos viviendo en la última fase de la edad; por eso, es el tiempo cuando debemos esperar a ver, y sí la vemos, la mano de Dios manifestada definitivamente y directamente en los asuntos del hombre. Las profecías de la Palabra de Dios delinean los acontecimientos del tiempo actual y se revelan como los que iban a preceder precisamente el establecimiento del reino de Cristo.
La serie de acontecimientos calamitosos, comenzando en 1914, que han derrumbado a reyes de sus tronos, arrancado iglesias del estado, destruido millones de innumerables de seres humanos en guerra, hambre y pestilencia, se señalan en la Palabra Sagrada, y dan testimonio al hecho inevitable que Dios ya no se restringe de intervenir en los asuntos del hombre, que el día de su venganza contra el pecado y las instituciones pecaminosas está cerca.
Es reconfortante darse cuenta de que el resultado final de la angustia actual de las naciones no se encuentra en las manos de codiciosos gobernantes terrenales, sino que el mundo del mañana será gobernado por el reino de Cristo. Es satisfaciente darse cuenta de que durante los próximos mil años las naciones no serán sujetas tiránicamente al yugo del totalitarismo socialista ni comunista ni a las formas corruptas de los gobiernos democráticos.
Como ya hemos visto, en un tiempo Dios reinó sobre su antiguo pueblo Israel. Se dice en las Escrituras en cuanto a los varios reyes de Israel que se sentaron “en el trono de Jehová.” Pero, este arreglo llegó a su fin con la entronización del último rey judío, Sedequías. El profeta Ezequiel explica que así será “hasta que venga aquel cuyo es el derecho.” (Ez. 21:27) Esto es una referencia a Cristo, y la implicación clara es que Dios nunca jamás sería representado por ningún gobierno de la tierra hasta que llegue el tiempo para establecer el reino de Cristo.
La derrota del último rey judío ocurrió en el año 606 a. de J.C., y así empezó un largo periodo de tiempo durante el cual el SEÑOR ha permitido que los reinos gentiles mantengan la estructura social del mundo. Este periodo se describe en una profecía de Jesús como “los tiempos de los gentiles”. En esta profecía Jesús explicó que “Jerusalén” — un símbolo del pueblo judío y su gobierno — sería “hollada” por los gentiles hasta que “los tiempos de los gentiles se cumplan.” — Lucas 21:24
Hay evidencia bíblica que demuestra que los tiempos de los gentiles es un periodo de 2520 años que comenzó en el año 606 a. de J.C. Babilonia fue el primer poder gentil que ejerció autoridad dentro de este periodo. Casi al principio de este tiempo, el SEÑOR causó que Nabucodonosor soñara que vio una imagen medio humana, la interpretación de la cual dio Daniel, diciendo que representaba la concesión divina de autoridad como se ejercería, primero por Babilonia, y después por Medio-Persia, Grecia y Roma respectivamente.
En esta imagen profética, Roma se representa por las piernas de hierro, y el dividido imperio romano, visto en los varios estados de Europa justamente antes de 1914, se representa por los dedos del pie de la imagen. En la visión, se ve que una piedra hiere a la imagen en sus pies, causando su caída, y la desmenuza. Daniel explica que esta piedra representa el reino de Dios, un reino que eventualmente llenará toda la tierra.
Los 2520 años de los tiempos de los gentiles terminaron en 1914. Dado que este periodo profético implicaba tanto los judíos como los gentiles como naciones, los acontecimientos desde ese tiempo deben indicar un cambio en el estado de ambos y, así es el caso. Los últimos restos del antiguo imperio romano están siendo destruidos — desmenuzados — mientras que los judíos como un pueblo tienen en su posesión la mayor parte de Palestina, y el nuevo estado de Israel florece. Estamos todavía en el periodo de la “desmenuzación”, pero bastante ya ha ocurrido para justificar la convicción de que las fuerzas invisibles de nuestro Señor ya presente ya están ejerciendo una influencia tremenda en destruir el orden social de Satanás que es preparatorio al establecimiento del reino de Cristo en la tierra, y la bendición de toda la humanidad con paz y vida.
Desde este punto de vista, el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914 constituye la prueba sustancial que Jesucristo, actuando como el general de Jehová, está subyugando a las naciones antes de recibirlas del Padre como su herencia. (Sal. 2:8) Lo que vemos ocurrir es el cumplimiento de la primera porción de Sofonías 3:8. El pasaje relata que el SEÑOR, o Jehová, va a levantarse como un testigo — para condenar la sociedad humana — y él dice que, “mi determinación es reunir las naciones, juntar los reinos, para derramar sobre ellos mi enojo, todo el ardor de mi ira.” Los escritores de la historia seglar se refieren a la Primera Guerra Mundial como “el comienzo” de todos los problemas que han rodeado la humanidad desde entonces, y la Segunda Guerra Mundial como una continuación de las hostilidades que habían cesado por un rato. Todo esto va a tener lugar en el Día de la Cólera del SEÑOR, en “aquel gran día del Dios Todopoderoso” (Ap. 16:14), y como resultado, toda la estructura de la civilización se ha debilitado.
Cada fase de los “últimos días” de angustia sobre las naciones tiene que ver con la derrota de la gobernación de Satanás. Note, por ejemplo, la profecía de Isaías 13:4-6: “Estruendo de multitud en los montes, como de mucho pueblo; estruendo de ruido de reinos, de naciones reunidas; Jehová de los ejércitos pasa revista a las tropas para la batalla. Vienen de lejana tierra, de lo postrero de los cielos, Jehová y los instrumentos de su ira, para destruir toda la tierra. Aullad, porque cerca está el día de Jehová; vendrá como asolamiento del Todopoderoso.”
El apóstol Pablo, en su descripción del Día del SEÑOR, dice que “destrucción repentina” vendrá “como los dolores a la mujer encinta.” (1Ts. 5:1-3) Los dolores de parto, como sabemos, llegan en espasmos con periodos de alivio comparativo entre ellos. Esto ha sido el modelo de eventos desde el fin de los “tiempos de los gentiles” en 1914. Pablo predijo que estos espasmos serían asociados con gritos de “paz y seguridad”, y resulta que esta profecía, también, ha sido muy exacta.
Antes de la Primera Guerra Mundial, se intentaron esfuerzos tremendos para establecer una paz mundial perdurable. El año mil novecientos trece fue un año de paz internacional. Entonces apareció el primer espasmo de angustia destructiva. Después de la guerra, había más gritos de paz y seguridad. Luego, llegó la segunda lucha global, seguida por gritos adicionales de “¡paz, paz!” Pero, la desintegración sigue, y seguirá, hasta que la intervención divina se manifieste y traiga la paz genuina a un abatido y moribundo mundo.
Cuando Dios luchó por su pueblo en el antiguo campo de batalla de Megido, dándoles la victoria cuando su obediencia la merecía, su estrategia no era la misma siempre. En el caso de la victoria de Gedeón sobre los Medianitas, la estrategia del SEÑOR resultó en que los enemigos de Israel se destruyeron. En otras ocasiones, se utilizó el poder para efectuar milagros. Así es en la gran batalla por la cual los reinos de este mundo están echados a un lado como preparativo del establecimiento del reino de Cristo. Una profecía declara que “la espada de cada cual será contra su hermano.” (Ez. 38:21) Los reinos de este mundo, en su lucha uno contra el otro, ya han obrado mucha destrucción terrible contra los bastiones de la civilización y todavía no ha llegado el fin.
Dos veces las naciones se han unido en un esfuerzo para salvar al mundo de más destrucción; sin embargo, como se predijo en las profecías, estas asociaciones no han alcanzado su propósito. Isaías escribió, “Reuníos, pueblos, y seréis quebrantados.” (Is. 8:9,10) Otra profecía que tiene que ver con la unión de las naciones es Joel 2:1,2. Aquí esta unión de las naciones se asocia en punto de tiempo con el retorno de Israel a su tierra prometida. Se indica que habrá una controversia sobre la tierra, y que el SEÑOR abogará por su pueblo y que se opondrá contra los que tratarán de robarles su herencia legítima.
Más detalles de estos acontecimientos particulares se exponen en la profecía de Ezequiel, capítulos 38 y 39. En breve, estas profecías revelan que Israel eventualmente poseerá de nuevo la tierra de Palestina, gozando en ella una cierta medida de paz y seguridad [o certeza] cuando desde el “norte” vendrán naciones agresores para “despojarla.” Los estudiantes de la profecía esperan que las naciones al norte de Israel se involucrarán en este último empujón de agresión y que intentarán destruir a Israel, y ocupar la Tierra Santa que es militarmente estratégica.
En este momento, el SEÑOR visiblemente demuestra su intervención. La profecía en Ezequiel 38:22 afirma que entonces el SEÑOR litigará contra los enemigos de Israel “con pestilencia y con sangre; y haré llover sobre él, sobre sus tropas y sobre los muchos pueblos que están con él, impetuosa lluvia, y piedras de granizo, fuego y azufre.” No sabemos cuan literalmente se cumplirá, pero lo cierto es que en esta profecía se describe el gran apogeo del Armagedón — esta lucha en la cual Dios utilizará su poder para derrotar a los enemigos de la justicia y poner en operación el reino divino que bendecirá a todas las familias de la tierra.
Sabemos que esto es verdad, porque la profecía nos revela que como resultado de la intervención divina, todas las naciones — incluyendo a Israel, que es liberada por el SEÑOR — abrirán los ojos por medio de la intervención milagrosa de Él, y contemplarán su gloria. Entonces, todas las naciones sabrán que hay un Dios en los cielos, quien, por su Cristo divino, está gobernando entre los hijos del hombre.
En Apocalipsis 16:13,14 se nos relata que hay tres espíritus inmundos que ejercerán una influencia poderosa en reunir las naciones a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso. El limpio, o santo espíritu de la Biblia, es el espíritu de la verdad centrado en el Evangelio de Cristo. Sus características son amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, etc. Los espíritus inmundos proféticos son, entonces, los poderes manifiestamente impíos en la tierra cuya extensa propaganda causa que las naciones se reúnan, y por la cual estarán inducidas a batallar uno con el otro hasta la muerte.
Pero, después del Armagedón, cuando el SEÑOR habrá “consumido” al mundo entero por “el fuego de su celo”, y así destruir todos los distintos sistemas de la iniquidad, él “devolverá a los pueblos pureza de labios” o un mensaje. Este mensaje, dice el profeta, resultará en la invocación del nombre del SEÑOR “para que le sirvan de común consentimiento.” — Sof. 3:8,9
Durante el reinado de Cristo, esto será una de las maneras por las cuales la avaricia se reemplazará por el amor como el poder motivador en los asuntos humanos. Y, bajo la administración de ese reino de justicia, toda la humanidad hallará la satisfacción y el gozo. De hecho, aun a los muertos se resucitarán para que ellos también puedan disfrutar de las bendiciones dadoras de vida que ningún conquistador jamás ha sido capaz de dar a sus súbditos. Pero, Cristo puede hacerlo, y él les dará la oportunidad de disfrutar de la vida eterna en paz y felicidad.
Es por medio de nuestra confianza en la habilidad divina y en el propósito de restaurar a todos los que pierden la vida en Armagedón que podemos ver el amor y la justicia de Dios en el método que su sabiduría ha escogido para derrotar a la gobernación de Satanás sobre los pueblos. Los que pierden la vida durante esta gran lucha estarán, desde el punto de vista de Dios, solamente dormidos. Su poder los despertará en la mañana de un nuevo día. Tendrán la oportunidad de ver el resultado final de la gran lucha en la cual sufrieron; y, sin duda, la mayoría de ellos con gozo jurarán lealtad al Rey de reyes, y al Señor de señores, que entonces será el único soberano de toda la tierra. — Ap. 19:16; Sal. 72:1-4
La experiencia con el pecado y la muerte por todos los siglos ha sido muy agobiante, y particularmente hoy en día, cuando a causa de la avaricia humana, hay una angustia mundial “de las gentes confundidas.” (Lucas 21:25) Pero, las lecciones aprendidas de esto serán de un valor inestimable, especialmente en visto del hecho de que ellas van a incrementar increíblemente el aprecio de la bendición de vida que recibirá la gente durante los mil años del reinado de Cristo.
Por medio de esta experiencia, toda la humanidad aprenderá los resultados terribles de desobedecer la ley divina. En contraste, cuando las bendiciones del reino hayan sido derramadas sobre ellos, aprenderán la bondad divina, y su respuesta de todo corazón será, “He aquí, este es nuestro Dios, le hemos esperado, … nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación.” — Is. 25:6-9
Este reino gobernará por mil años. Sus influencias de gozo, de paz, de amor y de vida se extenderán por todos los rincones del globo. Su poder curativo vaciará todas las camas de los hospitales. Su energía dadora de vida alcanzará a todas las tumbas. Todos los ojos ciegos se abrirán, así como los oídos de todos los sordos. — Is. 35
Satanás ya no se le permitirá a engañar más la gente. Tampoco se permitirá más que su gobernación de egoísmo y de odio destruya la paz y la felicidad del hombre y de las naciones. Como resultado del programa educativo del reino de Cristo, el mundo aprenderá las ventajas del amor y la misericordia sobre el egoísmo y el odio. En vez de conseguir todo por sí mismos, las personas aprenderán que el secreto verdadero del gozo profundo y duradero consiste en hacer todo lo posible por otros.
Entonces, se cumplirá la promesa de Dios a Abrahán para bendecir todas las familias de la tierra por su simiente. Como hemos visto, Cristo y su iglesia, durante la fase celestial de su reino, compondrán esta simiente prometida, y ellos serán el medio de las bendiciones dadoras de vida a la raza restaurada de la humanidad. — Ga. 3:29
Todas las familias de la tierra que vivían en la época de Abrahán, y antes, están muertas ahora. Todas las familias de la tierra que han vivido desde entonces, están muertas ahora o están muriendo. El número creciente de víctimas de la muerte en un mundo loco de egoísmo nos demuestra con una fuerza impactante la gran necesidad por la intervención divina, y podemos regocijarnos que esto está cerca. El hecho de que a todos los que Dios prometió una bendición o están muertos o están muriendo de ninguna manera anula sus promesas, dado que estamos asegurados que su poder puede y va a restaurar la vida; porque vendrá la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán la voz del hijo del hombre y saldrán. — Juan 5:28,29
¿Es esto una mera ilusión? De ningún modo. ¡Es lo que ha prometido el Dios y el Creador del universo!
Es lo que será revelado a las masas de la humanidad, a saber, que no fueron creados meramente para sufrir y morir. Demostrará que Dios, cuyo poder fuerte y sabiduría están revelados en toda la creación, los amó, y que ha utilizado ese poder para garantizar el cumplimiento victorioso de su propósito para con sus criaturas.
En la conclusión del reinado milenario de Cristo, Satanás — el instigador de toda la maldad — será destruido. Los que intencionalmente siguen sirviéndolo serán destruidos también en “la segunda muerte.” Aunque mil millones innumerables de personas murieron como resultado de la gobernación usurpada de Satanás sobre la raza humana, él mismo estará en la lista de víctimas como resultado del reinado de Cristo. — Ap. 20:10,14
Y no solamente Satanás, sino todas las maldades que constituyen sus maquinaciones y sus métodos de engaño y de malicia por los cuales engañó y esclavizó la raza caída serán vencidas. Las enfermedades, los dolores y los lamentos serán destruidos. ¡Y la muerte sí misma morirá! — Ap. 21:4
Todo esto es porque la intervención divina derrotará la gobernación de Satanás, “la antigua serpiente”, que ocasionó la transgresión de la ley divina de parte de nuestros primeros padres y les trajo a ellos y a su prole la penalidad de muerte. Uno de los símbolos que encontramos en el Apocalipsis para ilustrar la intervención divina para rescatar a la raza humana de la muerte es la “santa ciudad” que desciende del cielo, de Dios. — Ap. 21:2
En la Biblia, una ciudad representa un gobierno, y la santa ciudad es un gobierno justo. Sin embargo, no es de origen humano. No es un gobierno hecho por hombres. Proviene de Dios, del cielo, y se establece en la tierra. Más adelante en el Apocalipsis, se enfoca la atención en una ciudad impía que se llama “Babilonia”. En un tiempo gobernó sobre los reyes de la tierra. Asociada con esta ciudad “ramera” es la “bestia” simbólica — otro símbolo de la gobernación impía. Pero, hay una lucha entre la bestia y el Cordero — Cristo. La bestia, junto con la ciudad impía de Babilonia, estarán destruidos.
De esta manera el camino está preparado por la santa ciudad, por la cual el Cordero, junto con su novia, reina sobre las naciones. Este reinado nuevo significará que Dios está representado verdaderamente en la tierra. Explicando este punto el escritor del Apocalipsis dice, “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.” — Ap. 21:3
Cuando Dios quitó su favor de la raza humana a causa del pecado, las personas empezaron a morir. David escribió, “En su favor es la vida” (Sal. 30:5) Pero, cuando Dios de nuevo “mora” con su pueblo y su favor se manifiesta hacia ellos por las agencias del reino de Cristo, es decir, por la santa ciudad, uno de los resultados benditos será la destrucción de la muerte. Pablo escribió que Cristo reinará “hasta que hayan puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies, y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.” (1Co. 15:25,26) Este mismo pensamiento bendito se enfatiza por el escritor del Apocalipsis. Explicando los resultados del regreso del favor de Dios a la gente que se manifiesta cuando la santa ciudad toma control de los asuntos del hombre, él escribe: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.” — Ap. 21:4,5
¡Alabe a Dios por esta garantía del triunfo final de la justicia sobre el pecado y la muerte! Y cuando nos damos cuenta de que el reino que manifestará la victoria de Cristo está tan cerca, no debemos estar pasmados al contemplar la lucha mundial del Armagedón que resultará en la derrota de los últimos restos de la gobernación de Satanás. Sabemos que esto es necesario para que la gente pueda tener una oportunidad completa sin obstáculos para aceptar la gobernación de Cristo. De cierto, debemos orar ahora con aun más fervor como nunca antes, “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” — Mt. 6:10