“Mas del árbol del conocimiento del bien y del mal, no comerás; porque en el día que comieres de él, de seguro morirás.” —Gén. 2:17
¿Por qué no impide Dios el sufrir que hoy existe en el mundo? Esta pregunta ha sido hecha en tiempos de guerra, cuando las ciudades son destruidas y cuando jóvenes, viejos, niños, justos, injustos, creyentes e in-crédulos perecen a causa de la inhumanidad del hombre para con el hombre. Ha sido hecha por quienes han experimentado o han observado mucho sufrimiento a causa de las enfermedades. ¿Por qué permite Dios que un inocente niño enferme y muera? ¿ Por qué permite que el injusto prospere en tanto que aquellos que le sirven experimentan dificultades?
Muchos han muerto o han sido lastimados a causa de los desequilibrios de la naturaleza, tales como ci-clones, huracanes y terremotos. ¿No puede hacer Dios algo para impedir estos desastres? Cuando leemos que cientos de personas mueren en accidentes automovi-lísticos en un fin de semana, surge la pregunta: “¿No tiene Dios compasión?” Hay innumerables situaciones en que el hombre, creado a la imagen de Dios, experi-menta sufrimientos y finalmente muere.
Y como es bien sabido, esta situación no es solamente una para esta generación, ni está limitada a una sola parte de la tierra; es universal. Hasta donde es posible inquirir en la historia, el hombre ha sufrido y ha muerto en guerras y a causa de pestes, hambre, y calamidades. Todos, generación tras generación, han caído víctimas del gran enemigo, la Muerte. Abel, un hijo de Adam cuyo sacrificio agradó a Dios, fue la primera víctima, pereciendo a manos de su hermano Caín. Hoy día, más de cien mil personan mueren cada vienticuatro horas. Nuestros hospitales e instituciones mentales están llenos de personas que sufren y mueren. No es de extrañar que muchos pregunten dónde está Dios y por qué no hace él algo para aminorar la angustia y los sufrimientos de sus criaturas humanas.
La pregunta de ¿por qué permite Dios el mal? no es nueva; ha sido hecha por muchos a través de las edades. Hace miles de años un fiel siervo de Dios, nombrado Job, se sintió perturbado y quizo averiguar la causa de sus propios sufrimientos. El registro de este incidente se encuentra en el libro de la Biblia que lleva el nombre de Job. El primer versículo de este libro nos informa que Job era un hombre justo, temeroso de Dios y apar-tado del mal.
Job gozaba de prosperidad, habiendo sido abundante-mente bedecido por Jehová en cosas materiales. Según el registro: “Su hacienda era siete mil ovejas y tres mil camellos, y quinientas asnas, y muy numerosa servi-dumbre; de manera que aquel hombre era más grande que todos los hijos de Oriente.” (Capítulo 1, verículo 3) También Job fue bendecido con una crecida familia, y él desaba que los miembros de ella fueran también bendecidos por Dios. Job oraba por su familia y ofrecía sacrificios, por cuanto decía Job: “Quizá hayan pecado mis hijos, y renegado de Dios en sus corazones.” (vrs. 4, 5) Según Job pensaba, en caso de que sus hijos hu-bieran pecado sus oraciones por ellos serían escuchadas y recibirían favorable respuesta.
Sin embargo, a Job le esperaban duras experiencias para las cuales no se hallaba preparado. Satanás, el gran adversario de Dios y de los hombres, pretendía que este siervo de Dios le era leal debido a la abundancia de buenas cosas con las que había sido bendecido. En respuesta a tal acusación Dios permitió a Satanás que, para poner a prueba la fidelidad de Job, trajera sobre éste varias calamidades. Dios no dudaba de la fidelidad de Job, y bien sabía que el resultado de la prueba y de los sufrimientos que por algún tiempo permitiría sobre Job le resultarían en grandes bendiciones.
Y Job experimentó bastantes sufrimientos. Según el registro: “Aconteció pues un día en que sus hijos y sus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa de su hermano mayor, que vino un mensajero a Job y le dijo: ¡Los bueyes estaban arando, y las asnas paciendo junto a ellos, cuando acometieron los Sabeos, y se los llevaron, y a los mozos los hirieron a filo de espada; y he escapado yo, yo solo, para traerte las nuevas! Todavía estaba éste hablando, cuando entró otro, que dijo: ¡Un fuego de Dios ha caído del cielo, el cual ha consumido las ovejas y los mozos, y los ha devorado; y he escapado yo, yo solo, para traerte las nuevas! Todavía estaba éste hablando cuando entró otro, que dijo: ¡Los Caldeos se dividieron en tres cuadrillas, y cayeron sobre los camellos, y se los han llevado, e hirieron a los mozos a filo de espada; y he escapado yo, yo solo, para traerte las nuevas! Todavía estaba éste hablando, cuando entró otro, que dijo: ¡Tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa de su hermano mayor, cuando he aquí que vino un gran viento de más allá del desierto, e hirió las cuatro esquinas de la casa, de modo que cayó sobre los jóvenes, los cuales han muerto; y he escapado yo, yo solo, para traerte las nuevas!”—Job 1:13-19
La reacción de Job a todo estos males fue: “Se levantó, y rasgó su manto, y rapóse la cabeza, y cayó en tierra, y adoró; y dijo: ¡Desnudo salí de las entrañas de mi madre, y desnudo volveré allá! ¡Jehová ha dado, y Jehová ha quitado; sea el nombre de Jehová bendito!” Y leemos que “en todo esto no pecó Job, ni profirió palabras insensatas contra Dios.” (vrs. 20-22) Luego Dios permitió que más calamidades sobrevinieran a Job. Perdió su salud. Satanás hirió a Job con “una úlcera maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza. Y tomó Job un tiesto de olla para raerse con él, sentado en medio de ceniza.” Luego, hasta su misma esposa se volvió en contra de él y le dijo: “¿Toda-vía mantienes tu integridad? ¡Reniega de Dios y muere!” A esto Job replicó: “Como suele hablar cualquiera de las insensatas, has hablado tú. ¿Qué? ¿Aceptaremos el bien de parte de Dios, y el mal no lo hemos de aceptar?” —Cap. 2:9, 10
Job no se apartó de Dios cuando le sobrevino la ca-lamidad; no procedió como lo han hecho miles de per-sonas a través de las edades. Su principal afán, como se deja ver en su libro, fue el de averiguar por qué Dios había permitido que él fuera afligido con experiencias tan amargas. Después de que Job enfermó, tres de sus amigos le visitaron con el fin de consolarle. En la parte final del libro de Job se nos informa que estos tres tal llamados amigos no hablaron la verdad concerniente a Dios, y que los puntos de vista que expresaron a Job eran incorrectos.—Job 42:7
Mucho se discurrió entre Job y sus tres amigos, pero lo que éstos le dijeron se puede sumar en que según ellos Job sufría por haber cometido serios pecados que él les ocultaba y de los cuales no se había arrepentido ni pedido a Dios perdón. Job por supuesto sabía que él era imperfecto, pero también se daba cuenta de que no había transgredido voluntariamente las leyes divinas y por lo tanto no estaba dispuesto a aceptar las con-clusiones de sus amigos.
Job no ignoraba que aun cuando era un siervo de Dios le tocaba sufrir en tanto que frecuentemente los malhechores prosperaban y escapaban de los males que a otros sobrevenían. Por eso respondió a sus consola-dores: “¿Por qué siguen viviendo los inicuos, llegan a edad provecta, y se hacen poderosos en riquezas? Su descendencia permanece estable con ellos, en su misma presencia, y sus vástagos delante de sus ojos. Sus casas están en paz, exentas de temor; pues no cae la vara de Dios sobre ellos. Sus toros engendran, y no engañan sus esperanzas; sus vacas paren, y no malogran las crías. Envían, como manada de ovejas, sus chiquillos, y sus hijos andan saltando de contento. Cantan al són del pandero y del arpa, y se regocijan al sonido de la flauta. Gastan en placeres sus días, y en un momento bajan al sepulcro [sin sufrir prolongadas y dolorosas enfer-medades].”—Job 21:7-13
En tanto que Job sabía que la explicación ofrecida por sus amigos no era la verdadera, con todo no entendía por qué Dios permitía que él sufriera tan severamente. En hermosa y poética frase él describe su búsqueda de entendimiento de Dios a la luz de sus propias expe-riencias. Dijo: “Mas he aquí que hacia adelante voy, y no está allí; también hacia atrás, mas no le puedo per-cibir; a la izquierda, donde manifiesta su poder, pero no le discierno; se emboza a mi derecha, de modo que no le pueda ver. Empero él conoce el camino por donde voy; cuando me haya probado, saldré como el oro.”—Job 23:8-10
Job comprendía que era severamente probado con-forme a un propósito divino, pero aun no había descu-bierto la razón. Se daba cuenta también de que si man-tenía su integridad hacia Dios, pasaría triunfante la prueba, y sería “refinado.” Su esposa quería que Job maldijera a Dios, mas él se daba cuenta de que sería una insensatez. En todas las edades han habido quienes pro-fesan ser creyentes pero que cuando les ha llegado la aflicción buscan saber en dónde se encuentra Dios y lo que él hace por proteger sus intereses. Muchos han llegado hasta apartarse de Dios.
Empezando con el capítulo 38 de este admirable libro encontramos la respuesta de Dios a lo que Job deseaba saber. La respuesta se encuentra en forma de preguntas. Tales preguntas tenían por objeto el recordar a Job que en realidad él muy poco sabía con respecto a Dios y que debido a lo limitado de su conocimiento sobre el particular no debería sorprenderse por no comprender plenamente el motivo por el cual Dios permitía que sufriera.
Este es un punto muy importante que debemos recordar. Cuando preguntamos a Dios por qué él no hace algo para aliviar las dolencias humanas ¿acaso no damos a entender que si Dios tuviera nuestra inteligencia algo haría? Y si no vemos nuestros deseos cumplidos ¿no llegaremos hasta dudar de la existencia de Dios? De encontrarnos culpables de semejantes razonamientos ha-ríamos bien en considerar las preguntas que Dios hizo a Job.
Hay cuatro capítulos con preguntas. Todas ellas tie-nen que ver con las maravillas de la creación. Dios pregunta a Job si se encontraba presente cuando él echó los cimientos de la tierra, y si entendía las leyes que gobiernan las olas del mar. Le pregunta si sabe algo con respecto a los instintos y hábitos de los varios cua-drúpedos y aves y de los grandes monstruos marinos. Por último pregunta a Job si él puede explicar la sabi-duría y poder que están representados en todas estas maravillas de la creación.
Conforme prosiguen las preguntas, Job interrumpe y dice: “¡ He aquí que yo soy vil! ¿qué podré responderte? ¡Pongo mi mano sobre mi boca! Una vez he hablado, mas no responderé; y dos veces, pero no añadiré más palabra.” (Job 40:4, 5) Conforme al Profesor Strong, en la expresión de Job, “He aquí yo soy vil,” la palabra “vil” literalmente significa rápido, insignificante y ás-pero. Según parece, Job reconocía que había hablado muy apresuradamente, que su punto de vista era limi-tado, y que se había expresado ásperamente.
Job había empezado a comprender su debida posición ante su Dios; que no le tocaba juzgarlo conforme a su limitado entendimiento ni expresarse muy libremente cuando ni siquiera entendía de qué se trataba. En esto hay una lección para todos nosotros. Es un indisputable hecho que el mundo está lleno de mal y no debemos por eso perder la fe en Dios, ni criticarle. Nuestra debida actitud debiera ser una de humilidad, un ardiente deseo de buscar respuestas para nuestras preguntas pero en la única apropiada fuente, la Palabra de Dios.
Jehová continuó haciendo preguntas a Job, hasta que Job habló nuevamente y dijo: “Yo sé que tú lo puedes todo, y que no puede estorbarse ningún propósito tuyo. Con razón dices: ¿Quién es éste que oscurece mi consejo sin cordura? pues he hablado sin inteligencia, tratando de cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no entendía. Oye, te ruego, y hablaré; yo más bien pre-guntaré, y tú me harás saber. De oídas, había yo sabido de tí; mas ahora te ven mis ojos.”—cap. 42:2-5
Finalmente Job se dio cuenta del propósito de su severa prueba. Se apercibió de que tenía por benéfico fin darle un más claro entendimiento de Dios para que pudiera servirle más fielmente y con mayor apreciación. Job habla de este más claro entender como “viendo” a Dios en cambio de solamente haber oído hablar de él. Por cuanto obtuvo tan valioso entendimiento por medio de su breve período de prueba, pudo apreciar sus sufri-mientos como una muy valiosa experiencia.
Según leemos, a Job le fue restaurada su salud y “Jehová bendijo el postrer estado de Job más que el primero; de modo que tuvo catorce mil ovejas, y seis mil camellos, y mil yuntas de bueyes, y mil asnas. Tuvo también siete hijos y tres hijas…. Y no se hallaron otras mujeres en toda aquella tierra tan hermosas como las hijas de Job; y les dio su padre herencia entre sus hermanos.”—cap. 42:12-15
El designio de Dios en permitir de una manera gene-ral el mal a través de las edades, ha sido y es el mismo que en el caso de Job. Dios hizo una perfecta criatura humana, a su propia imagen y semejanza. El ser a la imagen de Dios significa el poseer la capacidad de ra-zonar. Una de las preguntas que Dios hizo a Job fue: “¿Quién puso la sabiduría en lo íntimo? o ¿quién ha dado inteligencia a la mente?” (Job 38:36) Dios fue quien dotó a Adam con la capacidad de, por medio del uso de su raciocinio, alcanzar conocimiento y sabiduría. Esto es diferente a lo que llamamos instinto, cualidad con la que han sido dotados los animales inferiores.
Sin embargo, Dios no implantó milagrosamente el conocimiento en el cerebro de Adam con la intención de que éste arbitrariamente se gobernara. No fue la voluntad de Dios que el hombre funcionara automática-mente, al estilo de “robot,” sin entendimiento de sus acciones. Se le dio la habilidad de adquirir conocimiento y se le dio la libertad de gobernarse a sí mismo por medio de ese conocimiento obtenido. Su eterno destino finalmente sería determinado por el uso que hiciere de tal conocimiento.
El hombre adquiere conocimiento haciendo uso de sus cinco sentidos. Aprende al observar, ejerciendo su sentido de vista. Aprende por medio de lo que oye, siendo el oído la “antena” con la que colecciona infor-mación. El hombre siente dolor cuando entra en con-tacto con agua hirviendo, y por medio de la experiencia aprende a graduar la temperatura del agua que usa interna y externamente. El hombre percibe la fragancia de una rosa y se deleita en ella, pero disgustado se aparte cuando le llegan olores desagradables. Con gusto participa el hombre de alimentos sabrosos, pero evita el comer cosas de mal sabor aun en los casos de que aparecen apetecibles a la vista.
De modo que con el ejercicio de sus cinco sentidos el hombre adquiere conocimiento con la información que recibe y por medio de la experiencia. Conforme al diccionario, el hombre también adquiere conocimiento por medio de la intuición, pero tal aserción no es verda-dera por cuanto la tal llamada intuición del hombre resulta de información ya adquirida. Solamente Dios posee la habilidad de adquirir y desarrollar conoci-miento de una manera por completo independiente de toda fuente externa. El conocimiento adquirido por el hombre conforme a su pretendida habilidad intuitiva es de poca importancia y sin verdadero valor.
Para que el hombre continuara como fiel hijo de Dios le era preciso recibir conocimiento del bien y del mal y así estar en condiciones de escoger inteligentemente entre uno y otro. Dios quiere que quienes le adoren lo hagan “en espíritu y en verdad,” como lo dijo Jesús. (Juan 4:23, 24) Dios no quiere ciega adoración. La fidelidad hacia él debe basarse en entendimiento y apre-ciación. Uno de los mayores objectivos del permiso del mal conforme al gran plan divino para salvar al hombre de pecado y de la muerte es el lograr este fin.
Como principios, el bien y el mal están establecidos por la ley divina. Hoy día el mundo se halla lleno de crimen y se encuentra en condición caótica sufrien-do a causa de que las leyes de Dios — sus normas de bien y mal—son pasadas por alto y hasta negadas. Aun cuando el hombre fue dotado de conciencia, en sí misma ella no es capaz de discernir entre lo bueno y lo malo a menos de que se le suministre la debida información procedente de una fuente con autoridad, la cual para nosotros es la Palabra de Dios, la Biblia.
Puesto que Dios sabía que Adam poseía la habilidad para entender los hechos que le eran comunicados, lo sometió a una prueba de obediencia, indicándole la ley sobre el particular. El Creador había provisto para nuestros primeros padres un hermoso hogar “a la parte del Oriente” del Edén, en el cual se encontraba “toda suerte de árboles gratos a la vista y buenos para comer.” (Gén. 2:8-17) Allí se encontraba el árbol de la vida, y otro designado como “el árbol del conocimiento del bien y del mal.” Jehová ordenó a Adam que no participara de este árbol y le informó que la pena si desobedecía sería la muerte—”en el día que comieres de él, de seguro morirás.” El Creador tenía el derecho de exigir obedien-cia de parte de su criatura humana y de imponer la sentencia de muerte en caso de que desobedeciera.
La exigencia de obedecer era la ley divina, y puesto que Dios informó a Adam que la muerte sería la pena por la desobediencia, podemos inferir que Adam sabía qué resultaría de una transgresión. Cierto es que Adam no pudo mirar a través de las edades y visualizar todos los sufrimientos y la muerte que el pecado y el egoísmo humano—que en él principiaron—traerían sobre la entera raza humana. Sin embargo, él sabía que su des-obediencia le acarrearía la muerte.
Pero esta información no fue suficiente para impedir que tomara un mal camino. Carecía del entendimiento de lo que resultaría de su desobediencia por cuanto su conocimiento no estaba fundado en la experencia sino simplemente en lo que se le había informado. Indudable-mente que Adam amaba a su Creador pero con todo razonó equivocadamente que como Eva había trans-gredido y por lo tanto debía morir, era preferible morir con ella que vivir sin ella. Por cuanto carecía de la necesaria fortaleza de espíritu, obtenible por medio de la experiencia, Adam transgredió la ley divina y al des-obedecer se lanzó en la senda de la muerte.
Sin embargo, en el plan de Dios, la desobediencia voluntaria de Adam era la manera para finalmente con-ducirlo a adquirir un pleno conocimiento de Dios y de sus normas de bien y mal. El árbol cuyo fruto le fue prohibido era “el árbol del conocimiento del bien y del mal.” Por consiguiente, al participar del fruto de ese árbol tendría que obtener el conocimiento implicado por su nombre, aun cuando en el proceso le tocaría sufrir y morir.
Después de que Adam y Eva participaron del fruto prohibido, Jehová dijo concerniente a ellos: “He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal.” (Gén. 3:22) Esto no significa que el fruto prohibido tuvo un efecto mágico sobre nuestros primeros padres, capacitándolos a in-mediatamente adquirir el conocimiento del bien y del mal. Leemos que poco después de esa desobediencia se sintieron avergonzados de su desnudez, siendo esto, indudablemente, un parcial efecto de darse cuenta de su culpabilidad a causa de haber desobedecido el manda-miento del Creador.
Nuestro pensar es que lo dicho por Jehová significa que a partir de ese momento el destino del hombre era el de conocer tanto el bien como el mal, y que obtendría ese conocimiento por medio de la experiencia. De esa manera pronto empezó la educación de nuestros pri-meros padres. Fueron arrojados del Edén a una aun no terminada parte de la tierra para morir allí. Les tocaría ahora enfrentarse a toda suerte de desfavorables elementos denominados “espinas” y “abrojos” que pro-duciría la tierra y en contra de los cuales tendrían que luchar hasta la muerte, cuando volverían al polvo de donde habían sido tomados.
El designio divino en la creación de nuestros primeros padres fue hacerlos progenitores de una raza, y que los hijos de Adam, para llegar a conocerle en verdad y para lograr apreciar sus verdaderas normas ‘del bien y del mal, tendrían que aprender por experiencia los terribles resultados de la desobediencia, y más tarde, por medio del contraste, las benediciones que serían derramadas sobre ellos como resultado del amor de Dios. Por eso el Creador dispuso que toda la progenie de Adam fuera juntamente conducida a la muerte. Pablo escribió: “De la manera que por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por medio del pecado la muerte, así la muerte pasó por todos los hombres, por cuanto todos pecaron.”—Rom. 5:12
Por más de seis mil años la raza humana, bajo la condena de muerte a causa del pecado, ha estado en contacto con el mal y ha aprendido por experiencia los terribles resultados de la desobediencia. Los efectos de la muerte se han hecho sentir en la raza humana; jó-venes, viejos, todos han sido plagados de dolencia físicas y mentales. Ni jóvenes ni viejos han escapado de la muerte y frecuentemente niños de tierna edad han sido segados por este enemigo del hombre, aun cuando no se han dado cuenta de lo que ocurría a su derredor. Al-gunos cuantos han llegado a una avanzada edad, pero finalmente han sido arrebatados por la muerte.
Mas no son las enfermedades el único medio de llegar a las puertas de la muerte. Las catástrofes resultantes de una tierra no acabada contribuyen con buen número de víctimas, como también hacen su parte la multitud de accidentes, y la crueldad del hombre para con el hombre, manifestada en crímenes y guerras.
A través de las edades Dios no se ha interpuesto al gran enemigo, la Muerte. Pablo nos informa que la mayor parte de la gente, a causa de no querer tener a Dios en su conocimiento, ha sido entregada a “un ánimo réprobo.” (Rom. 1:28) Esto significa que Dios no ha restringido a la raza humana para que siga su propio curso egoísta y pecaminoso. Tampoco ha impedido la ejecución de la sentencia de muerte, en cuanto a librar a algunos de ella.
Sin embargo, el gran designio de Dios no termina con ver a la raza humana en garras de la muerte por cuanto él ha hecho provisión, por medio del Redentor Cristo Jesús, para librarla de la muerte y restaurarla a una condición de vida perfecta en la tierra. Pablo dice: “Pues siendo así que por medio del hombre vino la muerte, por medio del hombre también viene la resurrección de entre los muertos. Porque como en Adam todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados.” (1 Cor. 15:21, 22) Esta provisión de vida por medio de Cristo se basa en la muerte y resurrección de Jesús. El dijo, “el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.” (Juan 6:51) Por esta razón Jesús vino al mundo como ser humano.—Heb. 2:9, 14.
Al describir la manera por la cual Jesús llegó a ser el Redentor del mundo por medio de su muerte, la Biblia emplea la palabra “rescate,” la cual conforme a la pa-labra griega de la cual es traducida significa un “precio correspondiente.” Jesús fue un hombre perfecto, como Adam fue hombre perfecto antes de pecar. En la muerte, Jesús fue un precio correspondiente por la vida que Adam perdió. Y como toda la raza humana perdió la vida a causa de la desobediencia de Adam, es redimida por medio de la muerte de Cristo.
Todo esto significa que al debido tiempo de Dios todos serán despertados del sueño de la muerte. Pablo nos informa que “ha de haber resurrección así de justos como de injustos.” (Hech. 24:15) A través de las edades, a pesar de que el pecado y el egoísmo han predominado, han habido hombres y mujeres nobles que a causa de su fe y obediencia a las justas leyes de Dios han mere-cido el título de “justos,” como los denomina Pablo. A éstos también se les ha permitido sufrir, como en el caso de Job—no como castigo, sino para probarlos y prepararlos para un exaltado puesto conforme a lo que el Creador ha dispuesto para ellos en un tiempo futuro.
También han existido a través de las edades millones de personas nobles, exentas de egoísmo, que no han expresado fe en Dios, probablemente por haber obser-vado que el inocente sufre lo mismo que el culpable. Estos no han logrado entender por qué se permite que un niño muera. No han podido entender la razón de que un poderoso y amoroso Dios permita que muchos, sin culpa propia, hayan estado por años postrados a causa de enfermedades, y otros se hayan visto afligidos por ceguera, locura y crueles enfermedades. Si estos incrédulos se hubieran enterado del plan de Dios in-dudablemente hubiern entendido el porqué de todo esto.
Además, a través de las edades, el verdadero Dios de la Biblia ha sido representado en falsos colores. Muchos de los profesos creyentes del cristianismo, que se quejan de los sufrimientos que ven a su derredor, se esfuerzan por creer que los que mueren sin fe serán torturados eternamente en un infierno de llamas y azufre. Esta blasfema enseñanza ha contribuido a producir muchos incrédulos por cuanto una mente que funciona debida-mente no puede admitir la idea de que un Dios de amor pudiera torturar a sus criaturas. Semejante crueldad hasta es en contra de las leyes de las naciones civilizadas.
Es un hecho que muy pocos en las edades pasadas han recibido provecho por medio de las experiencias tenidas con el mal; en realidad, como ya lo hicimos presente, muchos a causa de ellas se han vuelto in-crédulos. No es difícil entender tal resultado, y si fuéramos a fundar nuestras conclusiones en las limi-tadas habiliadades humanas y su restringido punto de vista no habría satisfactoria respuesta en lo que respecta a por qué permite Dios el mal. Conforme al limitado punto de vista de la mayoría, la muerte es el final de la existencia; otros opinan que es el final de toda opor-tunidad para aprender más y para aprovechar las ex-periencias anteriores. Estos puntos de vista no están apoyados por el testimonio de la Biblia.
Como hemos visto, conforme a la Biblia los que duer-men el sueño de la muerte serán despertados de él y se les dará una oportunidad para sacar provecho de las experiencias de la vida presente. Lo mismo sucede frecuentemente ahora pues las dificultades y angustias de un día con frecuencia son de mayor valor más tarde. Así será, pero en una mayor escala cuando los que ahora duermen el sueño de la muerte sean despertados y en-tren, pudiéramos decir, a un grado más avanzado en la escuela de la vida.
En el caso de Job, aun cuando él no pudo entender por qué Dios le permitía sufrir, cuando sus experiencias dolorosas cesaron él pudo decir: “De oídas había yo sabido de tí; mas ahora te ven mis ojos.” Lo mismo ocurrirá con la humanidad en general. Cuando las ex-periencias de sufrimiento y muerte hayan terminado y sean despertados de la muerte, su corta visión en cuanto a entender a Dios será corregida y se regocijarán al saber lo relacionado con las misericordiosa provisión que el Creador ha hecho en su beneficio por medio de Cristo el Redentor quien los rescata de la muerte y los ha de restaurar a la perfección de vida, cuando llegue el debido tiempo, si a la luz del verdadero conocimiento de Dios le obedecen y amoldan sus vidas en conformidad con las normas del bien y del mal que él ha establecido.
El salmista escribió: “Una noche podrá durar el lloro, mas a la mañana vendrá la alegría.” (Sal. 30:5) Esta “noche” de pecado, dolor y muerte empezó con la deso-bediencia de nuestros primeros padres. En realidad ha sido una noche de llanto. El dolor que ha doblegado a la raza humana ha sido amargo y muchos en medio de sus angustias dudan de la misericordia divina.
¡Empero, habrá una mañana de gozo para la raza humana! Esa mañana de gozo será introducida cuando lo que las Escrituras llaman “el Sol de Justicia” se levante, “trayendo salud eterna en sus alas.” (Mal. 4:2) Jesús es el glorioso “Sol de Justicia” predicho por los profetas de Dios desde el principio del mundo—Hech. 3:19-21.
Como gobernantes en su reino, asociados con Jesús, se hallarán sus fieles seguidores--los que han sufrido y muerto con él. Jesús murió, el justo por los injustos, y sus seguidores voluntariamente sufren y mueren in-justamente con él, mas al debido tiempo serán exaltados a la más elevada existencia espiritual para estar asocia-dos con él en su reino. Jesús dijo a sus discípulos: “Voy a prepararos el lugar. Y si yo fuere y os preparare el lugar, vendré otra vez, y os recibiré conmigo; para que donde yo esté vosotros también estéis.” (Juan 14:2, 3) Las Escrituras también declaran que éstos vivirán y reinarán con Cristo mil años, siendo traídos a la vida en “la resurrección primera.”—Apoc. 20:6
Cristo y sus seguidores, un “pequeño rebaño,” serán los gobernantes invisibles del mundo durante los mil años de su reino. (Luc. 12:32) Serán representados en la tierra por otro grupo de fieles servidores de Dios, cada uno de ellos, en tiempos anteriores a la venida de Cristo habiéndose probado fieles a Dios bajo pruebas de adversidad. Estos serán “príncipes en toda la tierra” (Sal. 45:16) Este grupo consistirá de los antiguos y dignos siervos de Dios de tiempos pasados empezando con el justo Abel. Incluirá figuras prominentes tales como Abraham, Moisés, David, Elías, Daniel, y a todos los santos profetas de Dios.
Estos “príncipes en toda la tierra” serán despertados de la tumba con perfección humana y por mil años serán los visibles representantes en la tierra del divino Cristo. Será un maravilloso y eficaz gobierno. Implantará la paz eterna y universal que el hombre, a causa de su egoísmo, no ha logrado establecer. El divino jefe o cabeza de ese gobierno, Cristo, es proféticamente aludido como “el Príncipe de Paz,” y se nos dice que “del aumento de su dominio y de su paz no habrá fin.”—Isa. 9: 6, 7
En Miqueas 4:1-4 el reino de Cristo es aludido como la “casa” o familia gobernante de Dios, consistente de Jesús y de quienes a causa de su fidelidad en seguir en sus huellas son exaltados a la gloria celestial como hijos de Dios. La profecía dice:
“Mas sucederá que en los postreros días el monte de la Casa de Jehová será establecido como cabeza de los demás montes, y será ensalzado sobre los collados; ¡y como ríos fluirán a él los pueblos! Pues caminarán muchas naciones diciendo: ¡Venid, y subamos a la Casa del Dios de Jacob! y él nos enseñará en cuanto a sus caminos, y nosotros andaremos en sus senderos; porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalem la palabra de Je-hová. Y juzgará entre muchos pueblos, y reprenderá a fuertes naciones, hasta en tierras lejanas; y ellas for-jarán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; no levantará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra. Y se sentarán cada cual debajo de su parra, y debajo de su higuera; y no habrá quien los espante; porque la boca de Jehová de los Ejér-citos lo ha dicho.”
La antigua nación de Israel a la cual esta profecía fue primeramente dirigida, era gobernada desde un monte, el Monte Sión, en Jerusalem. Por eso Jehová se refiere a tal hecho al dar la profecía del reino del Mesías y las promesas de bendición que éste traerá para todos. “El monte” de Jehová es el Reino de Dios, que en esta pro-fecía es simbólicamente representado por Sión.
Nótese que bajo el gobierno de ese reino la gente se enterará de la manera que Dios quiere que proceda. El entero período del Reino de Cristo será uno de continuo aprendizaje. Según esta profecía, uno de los resultados de este período de educación será que la gente no apren-derá más la guerra. En ese entonces el mensaje de paz en la tierra que entonaron los ángeles se convertirá en realidad. El Príncipe de Paz reinará supremo.—Luc. 2:13, 14
Además habrá seguridad económica. Esto se simbo-liza en la profecía que dice que cada cual estará bajo su parra y bajo su higüera. Muchos de los sufrimientos en el mundo durante los siglos pasados se han debido a la carencia de alimento, vestido y asilo. Aun en este día la mayoría de la raza humana existe sin el suficiente alimento, y hay millones de personas que cuentan con muy poca ropa que ponerse y sin techo sobre su cabeza. Todo esto será corregido durante el Reino de Cristo.
Mas no serán la paz y la seguridad las únicas bendi-ciones que la gente recibirá bajo el gobierno de Jehová por medio de Cristo. Isaías escribió sobre el particular: “Y en este monte hará Jehová de los Ejércitos, para todas las naciones, un banquete de manjares pingües, banquete de vinos sobre las heces; de manjares pingües de mucho meollo, de vinos sobre las heces, bien re-finados. Y destruirá en este monte la cobertura de las caras, la que cubre todos los pueblos, y el velo que está tendido sobre todas las naciones. ¡Tragado ha a la muerte para siempre; y Jehová el Señor enjugará las lágrimas de sobre todas las caras, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra! porque Jehová así lo ha dicho. Y se dirá en aquel día: ¡He aquí éste es nuestro Dios; le hemos esperado, y él nos salvará! .. . estaremos alegres y nos regocijaremos en su salvación.” —Isa. 25:6-9.
Además de la “fiesta de cosas ricas” que esta profecía nos promete será extendida ante todas las naciones bajo el reino de Dios, se nos informa que “el velo” y “la cobertura” que ahora cubren a la gente seran removidos. Esto claramente se refiere a los impedimentos que hoy tiene la gente para conocer a Dios como realmente él es. Otra profecía nos dice que “entonces serán abiertos los ojos de los ciegos.” Usa. 35:5) Los que son ciegos física-mente recibirán nuevamente su vista, y los ciegos espiri-tualmente adquirirán la verdadera perspectiva en cuanto a Dios y su glorioso carácter.
Con respecto a este mismo tiempo del Reino de Cristo leemos: “No dañarán ni destruirán en todo mi santo monte; porque estará la tierra llena del conocimiento de Jehová como las aguas cubren el mar.” (Isa. 11:9) En ese entonces no habrá más sufrimiento ni muerte como resultado de la transgresión de Adam. Será el tiempo en que los hijos de Adam recibirán vida por medio de Cristo. No se permitirán más calamidades destructoras de vida. Las pacíficas y prósperas condiciones que hoy día todos apetecen, existirán entonces por sobre toda la tierra por cuanto “el conocimiento de Jehová” llenará toda la tierra “como las aguas cubren el mar.”
Jehová nos asegura que entonces la muerte será tra-gada para siempre y que él limpiará toda lágrima de sobre todos los rostros. ¡Cuán preciosas promesas son éstas! Pablo escribió que Cristo reinará hasta que haya sujetado a todos sus enemigos bajo sus pies, y que “¡El postrer enemigo, la muerte, ha de ser destruido!” (1 Cor. 15:25, 26) El resultado de todo esto se describe en Apocalipsis 21:4 en las palabras: “Y limpiará (Dios) todas lágrima de sus ojos; y la muerte no será más; ni habrá más gemido, ni clamor, ni dolor, ¡porque las cosas de antes han pasado ya!”
Será durante el reino de Cristo que Adam y sus hijos en general recibirán su primera y verdadera experiencia con el “bien.” Entonces completarán su educación en cuanto a la importancia de las normas de bien y mal establecidas por Dios. Aun cuando Adam era perfecto cuando fue creado, carecía del suficiente conocimiento para impedir su transgresión. Job mantuvo su integridad ante Dios bajo la prueba, pero también necesitó la ex-periencia con el mal, y ser librado de él, para lograr “ver” a Dios. De la misma manera Adam y su raza “verán” a Dios como resultado de sus experiencias.
Y el Dios que entonces “verán” será el que han an-helado conocer y servir. Reconocerán el valor de las experiencias por las cuales han pasado. Y entendiendo el valor de ellas se darán cuenta de que los pocos años de sufrimiento son nada en comparación con la eterni-dad de gozo que ante ellos se abrirá conforme al amor divino. No es de extrañar que exclamarán: “Este es nuestro Dios; le hemos esperado . . . estaremos alegres y nos regocijaremos en su salvación.”
Cuando tocaron a su fin las terribles experiencias de Job, le fue restaurada su salud y le fue devuelta su fa-milia. Esto en parte representa las grandes bendiciones que esperan a toda la humanidad durante el reino de Cristo. Pedro habla de este período como “los’tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han habido desde la antigüedad.”—Hech. 3:19-21
La declaración de Pedro concerniente a la restaura-ción de salud y vida a la raza humana fue basada en el milagro que acababa de ejecutar curando a un hombre cojo de nacimiento. En “los tiempos de la restauración” los cojos saltarán como el ciervo y toda enfermedad será curada por el “Sol de Justicia” que se levantará “tra-yendo salud eterna en sus alas.”—Isa. 35:6; Mal. 4:2
Según hemos visto, esta amante provisión de Dios para la raza humana incluye a los que duermen el sueño de la muerte. En esto encontramos la clave para enten-der el por qué ha permitido Dios el mal. El punto de vista de Dios con respecto a las experiencias humanas no se limita al presente corto tiempo de vida del hombre. Tiene que ver con una lección en experiencia con el mal, que, al tiempo de la resurrección, podrá ser comparada con el “bien” que entonces todos experimentarán en ese “banquete de manjares pingües” que Jehová extenderá a todos.
Este futuro tiempo de bendición también es descrito en la Biblia como uno de juicio o prueba. Isaías escribió que cuando los juicios de Dios están sobre la tierra, “los habitantes del mundo aprenderán justicia.” (Isa. 26:9) Toda injusticia del tiempo presente será ajustada. Los que en la actualidad voluntariamente se oponen a Dios y a sus leyes, e injustamente tratan a sus semejantes, recibirán entonces la correspondiente disciplina para que corrijan su mal proceder. Todas las presentes cir-cunstancias relativas a todo individuo serán entonces tomadas en cuenta, y todos bendecidos o castigados en conformidad.
Aun los que han muerto en la infancia serán desper-tados de entre los muertos y recibirán la oportunidad de gozar de las bendiciones de Dios. Para consuelo de las madres que han perdido a sus hijos en la infancia, leemos: “Se oye una voz en Ramá, lamentación y llanto amargo: es Raquel que llora a sus hijos, y rehusa ser consolada acerca de sus hijos, porque ya no existen. Así dice Jehová: ¡Detén tu voz para que no siga en los la-mentos, y tus ojos, para que no lloren más; proque será premiado tu trabajo, dice Jehová; pues ellos volverán de la tierra del enemigo; de modo que hay esperanza para tu porvenir, dice Jehová; y volverán tus hijos a su tierra propia.” (Jer. 31:15-17) Es decir, volverán a vivir en la tierra.
Con la experiencia adquirida tanto con el mal como con el bien, cada cual podrá decidir inteligentemente si desea o nó escoger el bien y vivir eternamente o escoger el mal y ser nuevamente sentenciado a muerte, a una muerte de la cual no habrá resurrección. En ese en-tonces Cristo será el Rey supremo y también el supremo Juez. Pedro también se refiere a Cristo llamándolo el gran “Profeta,” y nos informa que acontecerá “toda alma que no obedeciere a aquel Profeta, será exterminada de entre el pueblo.”—Hech. 3:22, 23
Durante la presente noche de pecado y muerte, todos mueren—tanto los creyentes como los incrédulos, los inocentes y los culpables, los justos y los injustos. Pero durante el reino de Cristo, solamente los voluntaria-mente desobedientes a las leyes de Dios serán destrui-dos. Todos los demás continuarán viviendo y andarán hacia la perfección. Si continúan fieles, como criaturas humanas perfectas entrarán a las futuras y eternas edades de felicidad y vida “con canciones y regocijo eterno,” el dolor y el gemido huirá de ellos, y “alegría y regocijo alcanzarán!”—Isa. 35:10