¿Cómo podemos estar seguros de que Dios contestará nuestras oraciones? No basta con sólo afirmar nuestra fe en la oración. Miles de madres, por ejemplo, han creído en la oración y han pedido que Dios proteja a sus hijos en el campo de batalla, pero al final sólo recibieron un mensaje de que éstos habían muerto. Tampoco la afirmación de nuestra fe en la oración explica por qué, cuando una nación entera ora por la paz, a menudo se encuentra atrapada en un remolino de guerra.
Por otra parte, hay miles de personas que están dispuestas a declarar que Dios ha contestado sus oraciones por la seguridad de sus hijos. Otros miles testificarán acerca de la maravillosa manera en la cual Dios les ha otorgado otras bendiciones especiales por las cuales han pedido. Por lo tanto, sobre la base de la experiencia por sí sola, puede parecer que Dios contesta las oraciones de algunos, pero no las oraciones de otros.
Sin embargo, esto no está de acuerdo con lo que nos dicen las Escrituras acerca de Dios. La Biblia dice que él “no hace acepción de personas.” Así que debe haber una buena razón por la que Dios contesta algunas oraciones, y no otras. Si podemos encontrar esta razón, esto debería ayudar a restaurar la fe de algunos cuyas oraciones aparentemente no han sido contestadas.
La oración es una fase muy importante de la experiencia cristiana. También es practicada extensamente por los adherentes de todas las religiones paganas. El deseo de orar es un reconocimiento de nuestra dependencia de un Poder Superior, la expresión de una comprensión de que necesitamos la ayuda de una fuente externa y más alta que nosotros. Sin duda, Dios se complace con el deseo sincero de todos aquellos que tratan de ponerse en contacto con él por medio de la oración, porque esto por lo menos indica un reconocimiento por lo menos de su poder soberano.
El deseo casi universal de orar se debe al hecho de que al principio el hombre fue creado a la imagen de Dios. Como resultado de la caída del hombre en el pecado y la muerte la imagen divina en su carácter ha sido enturbiada, en muchos casos casi borrada, pero los restos de ella aún permanecen, y una de sus manifestaciones es la necesidad de orar. Aunque haya millones de personas que nunca oran, sin embargo a menudo sienten que deben hacerlo, y tienen un sentido de culpabilidad cuando no lo hacen.
Sí, Dios se complace con el espíritu de oración de parte de sus criaturas. Pero, ¿por qué escucha él las oraciones de algunos, mientras que por lo visto parece que ignora las de otros? Jesús en respuesta a esta pregunta, alude en sus comentarios acerca de las oraciones de los escribas y los fariseos. Oran para ser vistos y oídos por los hombres, explicó Jesús, y piensan que Dios los escucha por su palabrería. Esto nos recuerda que hay actitudes apropiadas e impropias respecto a la oración, así como métodos correctos e incorrectos de hacerlo. Los paganos que hacen girar sus ruedas de oración puedan ser sinceros, pero su método no es apropiado.
Las Escrituras también indican que hay cosas apropiadas e impropias por las cuales se puede orar. Santiago escribió: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal.” (Santiago 4:3) Por eso, es sumamente importante determinar lo que podemos pedir a Dios que nos dé con respecto a los favores. No podemos pedirle por las cosas que dicte nuestra imaginación, y esperar que nuestras oraciones sean contestadas.
Hay un propósito divino en la oración, y es muy importante que tengamos esto en cuenta si vamos a entender por qué algunas oraciones quedan sin repuesta. Dios no diseñó la oración como un medio que utilizaría para discernir como se deben manejar los asuntos aquí en la tierra. Él no recurre a nosotros para decirle lo que debe hacer. Tiene sus propios planes y propósitos fijos, y si esperamos recibir la riqueza de su bendición es esencial que nuestras oraciones estén en armonía con ellos. Para usar el lenguaje de Santiago, pedimos “mal” cada vez que presentamos una solicitud a Dios para bendiciones que no ha propuesto a darnos.
En las Escrituras se enumeran varios tipos de oración. Lo principal entre éstos son las oraciones de acción de gracias. Indudablemente, Dios está feliz cuando sus criaturas lo reconocen como la fuente de sus bendiciones, y debido a esto levantan sus corazones y voces a él en acción de gracias.
Luego están las oraciones de adoración, oraciones que expresan un reconocimiento de los atributos gloriosos del carácter del Creador—su sabiduría, su justicia, su amor, y su poder. El deseo de glorificar a Dios debe ser el motivo para la mayoría de nuestras oraciones.
Las oraciones por la misericordia de Dios son también apropiadas. Las Escrituras instan a todos los cristianos a buscar el perdón divino de sus pecados mediante la oración. Pablo habla de esto como acercarse “confiadamente al trono de la gracia,” para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. (Hebreos 4:16)
Por supuesto, hay oraciones que son peticiones de ciertas bendiciones, o favores del Señor. Acerca de éstas estamos especialmente interesados en este momento. Algunas personas oran por su propia salud, o por la de otros. Algunos oran por las riquezas. Otros oran por su protección mientras viajan. Millones de personas oran por la paz. A menudo ha resultado que los ciudadanos de los países que se oponen el uno al otro en la guerra oran para que sus respectivos ejércitos sean victoriosos. Supongamos que todos quienes se acercan a Dios en oración sean sinceros, y por supuesto le piden cosas que les parecen importantes al presente. ¿Pero justifica la Biblia la creencia de que todas estas oraciones deben ser contestadas?
Puede ser que Dios conteste la oración de una madre por la seguridad de su hijo en el campo de batalla. O puede ser que las oraciones por la paz de una nación puedan ser contestadas. Pero si tales oraciones son contestadas, esto simplemente significa que estaban de acuerdo con su voluntad. Dios tiene un plan fijo, de acuerdo con el cual es consciente con la raza humana. Aquel plan no fue hecho para satisfacer los caprichos o los deseos de sus criaturas humanas, ni tampoco cambiará sus planes cualquier cantidad de oraciones.
“La oración cambia cosas,” dicen, pero no cambia los planes de Dios. Dios no nos contempla, ni las naciones—ni siquiera las Naciones Unidas—para descubrir qué cambios se deben hacer a fin de mejorar las condiciones para nosotros o para el mundo en general. ¡Cuán poca confianza tendríamos en un dios cuyas opiniones podrían ser influenciadas o cuyos planes podrían ser cambiados por la elocuencia de las oraciones de su pueblo!
En sus oraciones, el pueblo de Dios debe tener en primer lugar tanto en su mente como en su corazón el deseo de que su voluntad se efectúe en todas sus experiencias. Tenemos un ejemplo excepcional de esto en el caso de Jesús. En el Jardín de Getsemaní, cuando el Maestro afrontaba el arresto y la muerte, “comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo [a sus discípulos]: Mi alma está muy triste, hasta la muerte . . . Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.” (Mateo 26:38,39)
Fue la voluntad de Dios de que Jesús sufriera la humillación y la muerte como el Redentor y el Salvador de los hombres. Este rasgo importante del plan divino había sido profetizado por los profetas santos del Antiguo Testamento. Y Jesús sobre todo quiso que la voluntad divina se llevara a cabo, sin tener en cuenta lo que esto significaría para él. Él confirmó esto más tarde, cuando estuvo a punto de ser arrestado. Pedro sacó su espada para proteger a su Maestro, quien le dijo, “Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:10,11)
Los seguidores de Jesús tienen el privilegio de sufrir y morir con él. Pablo habló de ser “crucificado” con él, y también escribió, “a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él.” (Gálatas 2:20, Filipenses 1:29) Se nos insta a seguir en las pisadas de Jesús, así que sabemos que no es la voluntad de Dios la de protegernos de toda privación. Por eso, como en el caso de Jesús, nuestra preocupación principal debe ser que la voluntad del Señor se efectúe en nuestros cuerpos mortales. Puede ser que ésta consista en que disfrutemos de ciertas bendiciones terrenales por un tiempo, pero la mayor parte de nuestras oraciones no deben ser por éstas, sino por la realización de su voluntad.
Jesús pormenorizó este punto cuando dijo a sus discípulos que, siempre y cuando permanecían en él y sus palabras permanecían en ellos, podrían pedir en oración todo lo que deseaban, y se les concedería. (Juan 15:7) Esto podría parecer que realmente somos privilegiados de pedir a Dios todo lo que podamos pensar y querer. ¡Pero no es así!
Note la condición vinculada con esta declaración del Maestro—“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros.” Permanecer en Cristo significa ser un miembro de su cuerpo, siendo él nuestra Cabeza. Esto significa que sus pensamientos se hacen nuestros pensamientos, y que sus planes se hacen nuestros planes. Si nuestras voluntades han sido totalmente entregadas a Dios, mediante Cristo, ya no tendremos voluntad propia, de ahí que nuestras oraciones no serán peticiones de lo que queremos, sino sólo de aquellas cosas que están en armonía con la voluntad de nuestra Señor. Orando así en armonía con la voluntad del Señor, podemos estar seguros de recibir respuestas favorables.
Esto está en armonía con otra declaración hecha por Jesús a sus discípulos en la cual se nos informa que el Padre Celestial estará feliz dándoles “el Espíritu Santo a los que se lo pidan.” (Lucas 11:13) Estar lleno del Espíritu de Dios significa que sus pensamientos dominarán nuestros pensamientos, y que nuestras vidas serán conformadas a aquellos pensamientos. Entonces no pediremos bendiciones de Dios excepto aquellos que Él nos prometió dar, y entonces nunca habrá ninguna duda respecto a si las oraciones de alguien serán contestadas o no.
Señor, enséñanos a orar,” Jesús les dio lo que comúnmente conocemos como “El Padrenuestro.” En esta oración ejemplar se nos provee una guía de las cosas por las cuales podemos orar.
Una parte importante de este breve bosquejo de la oración es el método apropiado de dirigirse a Dios—“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.” (Lucas 11:1,2) En las Escrituras, Adán se denomina un “hijo de Dios.” (Lucas 3:23,38) Pero cuando pecó, perdió su filiación, siendo enajenado de Dios y condenado a la muerte. Los hijos de Adán, la raza humana entera, son igualmente extranjeros y forasteros respecto a Dios, así que no pueden dirigirse correctamente a él como “Padre nuestro que estás en los cielos.” Este es un privilegio que pertenece exclusivamente a aquellos que se han arrepentido de sus pecados, aceptado a Jesús como su Salvador personal, y dedicado sus vidas a Dios en plena consagración para hacer su voluntad. Tales personas son representadas como aquellas que han recibido el Espíritu de adopción de Dios, y de este modo han llegado a ser sus hijos.
Como hijos de Dios, éstos desearán sobre todo honrar el nombre de su Padre. Así que por palabra y por acción su actitud siempre será, “Santificado sea tu nombre.” Santificar apropiadamente el nombre de nuestro Padre Celestial implica que cuando nos acercamos a él en oración lo haremos de la manera demostrada por Jesús en las Escrituras. Él explicó que nuestras oraciones deben ser ofrecidas en su nombre. (Juan 15:16)
Hay una razón por esto. Como miembros de la raza justamente condenada, no tenemos ninguna posición ante el trono divino de gracia excepto mediante Jesús, nuestro Abogado. Pero en su nombre, y por el mérito de su sangre derramada, somos privilegiados de ir “confiadamente” al trono de gracia para hallar el perdón, y alcanzar todas las otras bendiciones que nuestro Padre Celestial amoroso ha prometido darnos. (Hebreos 4:16) Si santificamos su nombre de la manera correcta nunca presumiremos acercarnos a él excepto a través de Jesús.
Hay una razón por esto. Como miembros de la raza justamente condenada, no tenemos ninguna posición ante el trono divino de gracia excepto mediante Jesús, nuestro Abogado. Pero en su nombre, y por el mérito de su sangre derramada, somos privilegiados de ir “confiadamente” al trono de gracia para hallar el perdón, y alcanzar todas las otras bendiciones que nuestro Padre Celestial amoroso ha prometido darnos. (Hebreos 4:16) Si santificamos su nombre de la manera correcta nunca presumiremos acercarnos a él excepto a través de Jesús.
Las bendiciones que anhela la raza humana, y por las cuales millones de personas oran, fueron todas previstas por Dios y aseguradas por el reino que ha prometido por medio de todos sus profetas. En estas promesas encontramos muchos detalles de las bendiciones que esto garantizará a la gente, inclusive la restauración de aquellos que han muerto. No, Dios no ha pasado por alto el sufrimiento de las personas, ni tampoco ha ignorado sus gritos de socorro; sino la respuesta a sus oraciones, cuando llegue su debido tiempo, será más allá de todo lo que hayan esperado alguna vez.
Tome el caso de una madre que ora por la seguridad de su hijo en el campo de batalla. Ella ama a aquel muchacho, y nada podría significarle más felicidad que su vuelta segura al hogar familiar. Pero cuando no vuelve, su primer pensamiento puede ser que Dios no se preocupa por él, que no tiene compasión. ¡Qué diferente se sentiría ella si pudiera creer que Dios había proporcionado un regreso de su hijo mucho más satisfactorio que jamás había imaginado cuando oraba!
Cuán poco sabe una madre a veces de la privación y del sufrimiento de los cuales pudiera salvarse su hijo durmiéndose en la muerte. Después de todo, tanto la madre como el hijo son miembros de una raza moribunda, y la diferencia entre morir en el campo de batalla y morir unos cuantos años más tarde de la vejez es sólo momentáneo comparado con la existencia interminable de la eternidad. Es de este punto de vista que debemos aprender a considerar el tema de la oración y de la manera en la cual Dios contesta nuestras peticiones.
El hecho de orar a Dios es admitir nuestra creencia de que su sabiduría, poder y amor exceden mucho más que los nuestros. Pero olvidamos esto frecuentemente, y sentimos que él no ha honrado nuestras oraciones porque no las ha contestado como lo quisiéramos, según el ejercicio de nuestras propias capacidades endebles. La duración de nuestra vida condenada es muy corta. Juzgamos bien los logros si alcanzan la madurez dentro de este tiempo corto que conocemos. Pero no debemos juzgar las obras de Dios a través de este punto de vista.
Las Escrituras hablan de Dios de que ha existido “por los siglos de los siglos.” (Salmos 41:13, 90:2) Él no está obligado a completar cualquier fase particular de su plan dentro de nuestra vida corta, ni siquiera si tiene que ver con nuestras peticiones individuales. Si rezáramos a Dios hoy por algunas bendiciones especiales que estuvieran de acuerdo con su voluntad, y la respuesta no viniera hasta mañana, o hasta pasado mañana, no perderíamos la fe en él, sino nos alegraríamos cuando la respuesta finalmente llegara. Pues, Dios tiene sus “mañanas” también. Sus días no son medidos por horas, ya que son años, y en la edad de “mañana”, el período de mil años del reino de Cristo, todas aquellas bendiciones que el mundo ha anhelado legítimamente, y de las cuales millones de personas han expresado peticiones a Dios, serán derramadas en abundancia sobre la humanidad. Reconociendo esto, los pueblos responderán en aquel tiempo: “He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado . . . nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación.” (Isaías 25:9)
Ya hemos aprendido que Dios no contestará ninguna oración que no esté en armonía con su voluntad. En la oración más grande, El Padrenuestro, este principio se establece claramente. En él pedimos a Dios por las bendiciones sobre los pueblos de la tierra—no cualquier tipo de cosas supuestamente buenas que se puedan anhelar, sino aquellas que están en armonía con su voluntad. “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.”
¡Qué gran libertad que él nos ha dado sobre las cosas que están en armonía con su voluntad! Ésta se efectúa en el cielo, y es su propósito que al mismo grado se efectué en la tierra. No sabemos, por supuesto, todos los modos que la voluntad de Dios se hace en el cielo, pero podemos estar razonablemente seguros de que los males que ahora existen en la tierra no afectan las vidas de aquellos que moran en la esfera espiritual que llamamos el cielo.
No hay guerras en el cielo. La guerra es un mal que no está en armonía con la voluntad divina. ¿Debemos, entonces, orar por la paz? ¡Seguramente! En efecto, no podríamos orar por la realización de la voluntad de Dios en la tierra así como en el cielo sin orar por la paz. Pero nuestras oraciones por la paz deben estar de acuerdo con el plan de Dios para establecerla, y ése es su plan del reino. Él ha prometido establecer un reino, establecer un gobierno. Jesús será el Rey de aquel gobierno. “El principado [será] sobre su hombro,” escribió Isaías, y “lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite.” —Isa. 9:6,7
Dios indudablemente considera con compasión los anhelos de la humanidad para abolir la guerra. Cuando la tensión internacional esté en un nivel más alto y la guerra parece inevitable, los devotos de ambos lados se sienten obligados a orar por la paz. Sin importar si se resuelven o no las diferencias que amenazan el comienzo de una guerra, sabemos que finalmente habrá paz universal y perdurable. No será porque las naciones encuentren por fin una fórmula realizable para la paz, sino porque el “Príncipe de Paz” asumirá la gobernación de la tierra y la oración “Venga tu reino,” será contestada.
El gobierno de Cristo es simbolizado en las Escrituras como el “monte de Jehová” y en Miqueas 4:1-4 leemos que el tiempo vendrá cuando las naciones dirán, “Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y él juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra. Y se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente; porque la boca de Jehová de los ejércitos lo ha hablado.”
¡Qué programa tan maravilloso para el desarme! Es el programa de Dios, y cuando oremos por la paz, y por el desarme de las naciones, hagámoslo con la seguridad de que Dios nos escuchará, y que contestará nuestras oraciones que estén en armonía con su voluntad, y esto será la manera cómo se harán las cosas en el reino. “Hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra,” profetizó David. —Sal. 46:9
No hay muerte en el cielo. Las enfermedades y la muerte son el resultado del pecado de nuestros primeros padres, y están entre los males que Dios ha prometido destruir. ¿Oraremos pues por la salud, y pediremos al Señor para que salve las vidas de nuestros seres queridos que pudieran haber sido azotados con una grave enfermedad? Sí, pero siempre con el entendimiento de que queremos que se haga la voluntad del Señor, y con el conocimiento de que tal vez su voluntad no sea para conceder la salud y la vida a aquellos por quienes oramos hasta que estas bendiciones sean puestas a disposición para todos durante el reino milenario de Cristo.
Sabemos que todas las enfermedades serán curadas entonces. “No dirá el morador: Estoy enfermo,” escribió Isaías. (Isa. 33:24) Describiendo algunas bendiciones del reino de Cristo, Pablo escribió que Cristo reinará hasta que todos los enemigos sean puestos debajo de sus pies, y que el último enemigo que será destruido es la muerte. (1 Cor. 15:25,26) Mientras estaba en visión el Apóstol Juan vio el reino de Dios establecido en la tierra, y discernió que como resultado no habría más muerte, “ni habrá más dolor.” —Apoc. 21:4
Así que cuando oremos por la salud y la vida, debemos comprender el sentido de la gran provisión que ha hecho el Creador para conceder estas bendiciones, no simplemente a favor de nosotros y a favor de nuestros seres queridos, sino para toda la humanidad que las buscará a través de la humildad y de la obediencia durante el reinado milenario de Cristo. Hacemos esto cuando oramos, “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” —Mat. 6:10
Los caminos de Dios, y las provisiones que ha hecho para sus criaturas, son siempre mucho mejores que aquellas concebidas por la sabiduría humana. Oramos por la salud, la protección, y la paz, pero ¿quién ha pensado alguna vez en orar que sus muertos queridos sean restaurados a la vida? ¡Nadie! Pero Dios, en su plan, ha ido más allá de lo que hemos presumido en orar. ¡Él ha prometido resucitar a los muertos!
Cuantas madres han sido afligidas sobre la pérdida de un precioso bebé. Una de ellas es mencionada por el Profeta Jeremías. Su nombre fue Raquel. Jeremías escribió, “Voz fue oída en Ramá, llanto y lloro amargo; Raquel que lamenta por sus hijos, y no quiso ser consolada acerca de sus hijos, porque perecieron.” El Profeta sigue, “Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová, y volverán de la tierra del enemigo.” —Jer. 31:15,16
La muerte es el mayor enemigo del hombre, y es el plan de Dios de restaurar a la vida a todos quienes están en la “tierra” de la muerte. Este gran favor también se incluye en nuestra petición, “Venga tu reino,” pues durante el reino de Cristo todos quienes están en sus tumbas, en la condición de la muerte, oirán la voz del Hijo del hombre, y saldrán. —Juan 5:28,29
La restauración del hombre a la vida es descrita por el Apóstol Pedro como la “restitución”, y se nos dice que después del Segundo Advenimiento de Cristo vendrán “los tiempos de la restauración de todas las cosas,” prometidos por todos los santos profetas desde la fundación del mundo. —Hechos 3:19-21
Muchos oran por las riquezas, o al menos por la seguridad económica. Existe cierto miedo o incertidumbre de parte de casi todo el mundo a medida que afrontan los años de vejez. ¿Estaremos seguros económicamente cuando alcanzamos la edad en la que ya no nos sea posible ganarnos la vida? Es comprensible que todo el que cree en Dios y piensa en él como alguien que ama y que se preocupa por sus criaturas, lo busque por medio de la oración respecto a su necesidad de seguridad financiera.
Sabemos, por supuesto, que hay millones de personas en el mundo que no están seguras económicamente. Millones de éstas soportan hambre literalmente y no disponen de comida, ropa, y refugio apropiados. Dios ama a todos estos, y aunque lo apreciaríamos si nos bendijera con una situación más favorable en la vida, ¿no es mejor alegrarse en la provisión amorosa que ha hecho para cuidar por todos los pobres y necesitados en su propio debido tiempo y manera? ¡Esto es lo que él ha prometido hacer!
En las promesas de Dios el concepto de la seguridad económica es simbolizado por la idea de morar bajo su propia vid e higuera. El profeta declara que “cada hombre” será bendecido así, y la provisión de Dios será tan completa que el miedo será quitado porque “no habrá quien los amedrente.” —Miqueas 4:4
En la profecía de Isaías, se nos asegura de forma similar acerca de las bendiciones de Dios para el mundo en la edad venidera. Este profeta de Dios nos dice que en aquel tiempo no construirán casas para que otro habite, y no plantarán para que otro coma, sino que los pueblos disfrutarán por mucho tiempo las obras de sus manos. Y disfrutarán para siempre los frutos de sus labores si siguen obedeciendo las leyes justas del reino que entonces gobernará el mundo. Véase Isaías 65:20-25.
Este capítulo de la profecía de Isaías indica que las bendiciones de Dios en aquella edad del reino serán derramadas sobre las naciones en respuesta a sus oraciones. “Antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído” (versículo 24) Esto no ha sido la experiencia de la gran mayoría hasta ahora, porque no ha venido el tiempo para ofrecer los favores por los cuales han pedido ellos, y porque él sabe que sus experiencias con la adversidad les ayudarán a apreciar mejor las bendiciones que les proporcionará por toda la eternidad.
Pero cuando se establezca el reino, qué diferente serán las cosas. Las bendiciones que anhela la raza moribunda se harán disponibles para entonces aun antes de que piensen en orar por ellas. “Antes que clamen, responderé yo.” Y cuando aprendan realmente a pedir por sus necesidades, las respuestas a sus oraciones serán tan reales y tan inmediatas que parecerá como si vinieran antes de que quien las solicite hubiera terminado su oración. “Mientras aún hablan, yo habré oído.” —Isa. 65:24
La respuesta a la oración, “Venga tu reino” incluye muchas bendiciones materiales por las cuales oran generalmente los devotos del mundo, pero a menudo no las reciben. Nos alegramos de que llegue el tiempo cuando estas legítimas bendiciones materiales comenzarán a fluir “a todas las familias de la tierra,” como Dios lo prometió a Abrahán. (Gén. 12:3) Mientras tanto, debemos considerar bien cómo Dios contesta las oraciones de su pueblo consagrado ahora, es decir, las oraciones de aquellos que tienen el privilegio de dirigirse a él como “Padre nuestro que estás en los cielos.”
Éstos, más seriamente que cualquier otro, han seguido orando por la venida del reino de Dios. Pero al mismo tiempo han tenido el privilegio de pedirle a Dios por sus propias necesidades cotidianas inmediatas, ya que Jesús les enseñó a orar, “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.”
Esta es una petición muy moderada, y cuando se hace con el espíritu apropiado, reconocemos que el Señor sabe mejor lo que pueden ser nuestras necesidades diarias, y que estaremos satisfechos por cualquier provisión que considere sabio hacer por nosotros. Además, para aquellos que siguen en las pisadas de sacrificio de Jesús, es importante reconocer que nuestras necesidades espirituales son mucho más importantes que las materiales. El pan se usa en las Escrituras para simbolizar la verdad, la verdad del Evangelio, la verdad de la Palabra, la verdad del plan divino. Dios ha prometido alimentarnos en abundancia por este Pan de Vida, por eso, podemos orar así con plena seguridad, sabiendo que nuestras peticiones son principalmente para el alimento espiritual que nos ha prometido, y por lo tanto, en armonía con su voluntad.
“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” Esta parte del Padrenuestro puede ser pronunciada sinceramente sólo por aquellos cuyos corazones estén llenos del mismo espíritu del amor que incitó a nuestro Padre Celestial para enviar a su Hijo al mundo para ser el Redentor y el Salvador. Este amor proporciona el perdón de los pecadores que han pecado contra Dios desobedeciendo sus leyes. Él quiere perdonarnos, pero sólo a condición de que tengamos la actitud de corazón apropiada hacia aquellos que pecan contra nosotros. Seguramente esta es una prueba de búsqueda de nuestra sinceridad.
Dios perdona a su pueblo porque considera que sus imperfecciones son cubiertas por el mérito de la sangre redentora de Cristo. Esto significa que el que ora es un creyente entusiasta de Cristo, cuya aceptación de Cristo es tan incondicional que ha dejado todo para seguir al Maestro. Sólo tales personas pueden dirigirse a Dios en oración, pidiéndole el perdón en el nombre de Cristo.
“No nos metas en tentación, mas líbranos del mal.” La primera tentación mencionada en la Biblia fue la de la madre Eva. Ella fue tentada por el caído Lucifer, por la serpiente, a desobedecer la ley de Dios. Las Escrituras designan al pecado como la transgresión de la ley de Dios, y la palabra tentación se usa para describir cualquier esfuerzo, seducción, o tentación hacia el pecado. El Diablo es el mayor de todos los tentadores, y utiliza muchas agencias para presentar sus peticiones pecaminosas a aquellos que él procura incitar a apartarse de Dios y entrar en los caminos de la maldad.
“Dios no tienta a nadie,” escribió Santiago. (Santiago 1:13) Esto significa que podemos depender de que Dios no nos meta en la tentación; así que en nuestras oraciones reclamamos esta garantía.
Y qué inspirador de esperanza es el contraste con esto—“Líbranos del mal.” El Diablo, el mayor engañador, ha ejercido a lo largo de los siglos su influencia sobre el hombre, y especialmente sobre el pueblo de Dios, para enajenarlos de su Creador. El resultado ha sido trágico—un mundo controlado en gran parte por el pecado y el egoísmo—“el presente siglo malo.” (Gál. 1:4) Pero Dios ha prometido la liberación “del lazo del cazador,” y del mal que el cazador ha engendrado en el mundo. —Sal. 91:3
Las promesas de Dios para la liberación son de interés personal para todos aquellos que siguen las pisadas de Jesús, ya que éstas les aseguran que Satanás no será capaz de engañarlos, ni entramparlos. Como individuos, Dios nos libra diariamente de los escollos de error y de pecado de Satanás. “El ángel de Jehová,” escribió el Salmista, “acampa alrededor de los que le temen, y los defiende.” (Sal. 34:7) Qué promesa tan tranquilizadora, y qué alegres somos de reclamarla como nuestra cuando oramos, “Líbranos del mal.”
Pero hay una liberación aún más grande para el pueblo de Dios, para la iglesia entera de Cristo en la “primera resurrección” para reinar con Él. (Apoc. 20:4,6) Jesús dijo que las puertas del infierno no prevalecerían contra su iglesia verdadera, y en la realización de esta promesa, las puertas del infierno—la condición de la muerte—serán abiertas ampliamente, y todos quienes han sufrido y han muerto con Cristo serán liberados de la muerte, y serán exaltados a la gloria para reinar con él durante los mil años de su reino.
Por esta liberación gloriosa la iglesia ha esperado a través de todos los siglos de la actual Edad Evangélica. Los discípulos verdaderos de Cristo han sabido que esta liberación no vendría hasta que Él volviera. Pablo sabía esto y escribió que una corona de justicia había sido guardada para él la cual recibiría en “aquel día,” y añadió que todos quienes aman la venida de Cristo recibirían entonces igualmente una “corona.” —2 Tim. 4:8
En la gran profecía de Jesús acerca de esta conclusión de la edad—la profecía en la cual él identifica muchas de las condiciones en el mundo hoy —dijo a sus discípulos, “Vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas”—y sus discípulos que viven ahora las ven—“erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca.” (Lucas 21:31,28) El hecho de que “estas cosas” profetizadas por el Maestro que señalan la proximidad de la liberación de la iglesia de este malo mundo presente son claramente perceptibles ahora en el desfile cotidiano de las noticias, nos da la confianza de que muy pronto los últimos de los seguidores verdaderos de Cristo serán liberados, exaltados a la gloria, la honra, y la inmortalidad con él, y que en aquel tiempo las bendiciones de su reino por el cual han orado muchas personas comenzarán a fluir a la humanidad sufridora y moribunda.
Entonces oramos, “Líbranos del mal,” no sólo porque anhelamos ser libres de un mundo malo, sino también porque sabemos que la respuesta a esta petición significará la respuesta a nuestra otra petición, “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” Visto así, esta parte de la oración del cristiano que tiene el mayor significado, al mismo tiempo, es generosa en su punto de vista, ya que también contempla las ricas bendiciones para toda la humanidad.
Éstas son las oraciones que complacen a Dios; es decir, las oraciones desinteresadas. Aunque Dios está feliz cuando su pueblo busca la dirección individual, el perdón, y la fuerza espiritual de él, también quiere que estén interesados en todos los que ama, a saber, el mundo entero de la humanidad. Mostramos nuestro interés en su plan de bendecir a todos los pueblos cuando oramos, “Venga tu reino,” pues será a través de aquel reino que proporcionará “a todos los pueblos banquete de manjares suculentos.” Sucederá que en aquel reino la muerte será tragada en victoria, y las lágrimas serán limpiadas de todo rostro. —Isa. 25:6-8; Apoc. 21:1-5
Sobre todo, demos las gracias a Dios continuamente por su amor el cual hizo provisión para la alegría eterna de todos. Alabémoslo no sólo individualmente en nuestras oraciones, sino también proclamemos su amor a todo el mundo. Anunciemos que mediante Cristo se hizo la provisión para que puedan vivir, y que pronto su reino proporcionará la paz mediante el “Príncipe de Paz,” así como la salud y la vida para todos a través del Redentor y del Salvador del mundo.
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