Dios Y La Razón
INDICE
La Via De Escape
El Creador y Su Creación Humana
La Promesa
¿Ha Fallado el Cristianismo?
El Fin del Mundo
Señales Del Cercano Fin
La Única Esperanza del Mundo
El Nuevo Orden de Cosas
Capítulo I
Si en alguna ocasión en la historia del mundo ha habido
necesidad de razonar serena, tranquila, e imparcialmente, de parte
de todos, es ahora. Pero, el solo razonar, no importa lo
inteligentemente que se haga, nunca podrá traer esperanza alguna a
menos de que se pueda encontrar algún fundamento digno de
confianza para el razonamiento.
Hoy el mundo parece flotar sin esperanza alguna en el
tempestuoso mar de las violentas pasiones humanas. Jesús predijo
el advenimiento de un tiempo como éste en el cual habría en la
tierra “angustia de naciones . . . desfalleciendo los hombres de
temor, y en expectación de las cosas que han de venir sobre la
tierra habitada.” (Lucas 21:25,26) ¿Qué escape hay?
Esta pregunta se halla prácticamente en los labios y en los
corazones de toda persona razonadora en todo el mundo. Todos
desean saber si acaso existe algo sobre qué fundar nuestras
esperanzas de mejores tiempos venideros. En esta hora de angustia
mundial muchos eclesiásticos recomiendan la religión como un
seguro consuelo para los sufrimientos de la humanidad. Pero, si la
religión puede indicarnos la salida de estos mares de incertidumbre,
hacia un puerto de descanso y seguridad, ¿qué clase de religión
debemos buscar?
No podremos encontrar una base razonable de fe y esperanza
a menos de que identifiquemos la superstición y que la hagamos a
un lado, al mismo tiempo que nos esforcemos por conocer y
aplicar los principios puros de la verdad presentada en la Biblia, a
los problemas del día. Si como creen todos los cristianos, la Biblia
es el fundamento esencial de la verdad y de la razón, entonces
determinemos a toda costa descubrir lo que en realidad enseña la
Biblia.
Si en nuestra investigación de la verdad les parece que
destruimos algunas de sus acostumbradas creencias y que
cruelmente se las arrebatamos, no crean que esto destruirá su fe en
las verdades eternas que enseña la Biblia. ¡No sucederá tal cosa!
Cuanto más sea reemplazada la vana superstición por la
verdad y la razón, tanto más vendrá a ser nuestra fe una
consoladora realidad, y la Biblia adquirirá un nuevo y mayor
significado. ¡Y cuánto necesitamos hoy en día que nuestra fe esté
basada en un fundamento firme de verdad y de razón por cuanto
ciertamente estamos confrontados con muchas paradojas que nos
confunden!
Los evolucionistas insisten en que hemos progresado
constantemente desde el crudo origen de la civilización en este
planeta. Muchos se jactan de los maravillosos descubrimientos de
esta “edad moderna,” y sin embargo, nuestro altamente
“civilizado” mundo confronta innegables hechos de que la
civilización está ahora a punto de ser destruida. A pesar de nuestra
sabiduría no somos capaces de mantener nuestra supuesta cultura a
la que pretendemos haber llegado.
Ya no es posible evitar hoy que estas cosas lleguen al
conocimiento del público. Serios hombres de estado francamente
indican la necesidad de hacer algo drástico para salvar la
civilización. Prominentes hombres religiosos de todas las escuelas
del eclesiasticismo han anunciado seriamente que a menos de que
la gente se apresure a buscar a Dios el mundo entero será
sumergido en el más grande y horrendo cataclismo de la historia
humana.
Si convenimos en que es dudoso que la diplomacia humana
pueda impedir el cataclismo que generalmente se teme, se hace
imperioso el encontrar alguna otra solución si queremos tener
esperanza alguna para el futuro.
¿Acaso las diferencias religiosas que existen entre los
creyentes en Cristo significan que deberíamos abandonar nuestra fe
en la Biblia en cuanto a la solución de los problemas, que
confrontan al mundo? No creemos tal cosa.
¿Deberíamos entonces llegar a la conclusión de que la gran
inteligencia que trajo a la existencia los millones de astros
celestiales y que hace moverse incesantemente en el espacio en sus
orbitas con absoluta exactitud, ha fallado en su atentado de
producir una raza de seres humanos, aquí en este pequeño planeta,
que pueda seguir existiendo bajo condiciones de paz no
interrumpida y de constante felicidad? La razón indica ¡No!
Cuando Jesús estuvo en la tierra dijo a sus discípulos algo
muy definitivo tocante al mejoramiento del mundo. El les dijo:
“Vosotros, pues, orad de esta manera: Padre nuestro, que estáis en
los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Sea hecha tu
voluntad, como en el cielo así también en la tierra.” (Mat. 6:9,10)
A través de los siglos los cristianos han estado repitiendo esa
oración pacientemente esperando su cumplimiento. ¿Será cumplida
algún día?
¿Qué clase de leyes tendrá que obedecer el mundo cuando la
oración, “Venga tu reino” sea cumplida? Estas son solamente unas
cuantas preguntas importantes de las muchas que la razón exige
que consideremos si queremos llegar a una conclusión satisfactoria
en la discusión de este asunto tan vital para todos los que buscan la
verdadera divina solución al presente sufrimiento mundial.
Capítulo II
Es de suponerse que la gran mayoría de nuestros lectores
tienen fe en la existencia de un Creador inteligente, o al menos
desearían tener fe si fuere basada en la razón. Respecto a esto es
interesante notar que eminentes hombres de ciencia hoy día están
más y más convencidos de la existencia de una Divina Inteligencia.
Recordamos como ejemplo las palabras del Dr. Miguel I.
Pupin, quien en 1927 fue elegido presidente de la Asociación
Americana para el Adelanto de la Ciencia. Albert Wiggam, escritor
científico, tuvo una entrevista con el Profesor Pupin y cita sus
palabras:
“Dondequiera que la ciencia ha explorado el universo ha
encontrado que es una manifestación de un principio coordinado, y
ese principio coordinado, directivo, yo lo llamo Inteligencia Divina.
No hay la menor duda de que detrás de todas las cosas existe un
principio definitivo, el que guía y conduce de caos a cosmos.
“Estamos confrontados con la alternativa: Creer que el
cosmos, la ley y el orden, son simplemente el resultado de
acontecimientos accidentales, o que son el resultado de una
definitiva inteligencia. Personalmente, prefiero creer en el
principio coordinado, la Divina Inteligencia. ¿Por qué? Porque es
más sencillo, más inteligente, y porque armoniza con toda mi
experiencia.
“La teoría de que los seres inteligentes, como nosotros, o
procesos inteligentes como los movimientos de las estrellas, son el
resultado de acontecimientos sin inteligencia, para mi es
incomprensible. ¿Y por qué he de aceptar semejante teoría cuando
yo mismo, todos los días, veo la evidencia de una inteligencia
directiva? Cuando contemplamos las estrellas, cada una
moviéndose en su mismo sendero, o, una semilla que crece de
acuerdo con un plan determinado hasta formar un árbol, o vemos
una criatura desarrollarse en una individualidad humana, ¿es
posible creer que todo eso es el resultado de acontecimientos
accidentales? En cuanto a mí, no lo creo así.
“¿Por qué he de negar una Inteligencia Directiva de todos los
fenómenos cósmicos? Para mí, hombre de ciencia, el asunto está
bastante claro. Y fue lo mismo para los profetas hace más de tres
mil años. Desde el salvaje más atrasado hasta el profeta más
encumbrado, todos han creído que existe una Inteligencia
Definitiva dirigiendo todas las cosas. Nada hay que la ciencia haya
encontrado que contradiga esto. . . . Verdaderamente, mientras más
penetra la ciencia en las leyes del universo, más nos induce a creer
en una Divinidad Inteligente.” Estamos muy de acuerdo con lo
dicho por el Dr. Pupin.
Por tanto, lo importante para nosotros es saber cómo y hasta
qué punto este Creador Inteligente ha revelado al hombre su
propósito—particularmente en sus planes tocantes al mismo
hombre. Se admite que la Biblia es dicha revelación, y por tanto,
nuestro tema se desarrollará sobre tal base.
Hoy día existe la tendencia de dudar de la inspiración de la
Biblia. Pero el cristianismo está tan inseparablemente conectado
con la Biblia—Antiguo y Nuevo Testamento—que si la
repudiamos o la consideramos indigna de confianza, sería mejor
abandonar el mismo cristianismo. Afirmamos que comoquiera que
sea hay evidencias tanto internas como externas, de que la Biblia
es la Palabra de Dios.
Hasta los escépticos admiten que dondequiera que la
influencia de la Biblia haya sido sentida, su fuerza moralizadora ha
mejorado al mundo. Por esta razón se le ha llamado “la antorcha de
la civilización.” No habría hoy crisis mundial si las leyes de la
Biblia hubieran sido observadas fielmente por los gobernantes y
las gentes de las varias naciones.
Un libro que durante tantos siglos ha hecho tanto bien
seguramente es digno de examen antes de desecharlo. Además, a
despecho de los evolucionistas, jamás se ha ofrecido otra
explicación satisfactoria con respecto al origen y destino del
hombre aparte de la sugerida por la Biblia.
El relato bíblico de la creación y la historia de la caída del
hombre en el Jardín del Edén han sido muy criticados por los
evolucionistas. Sin embargo, en años recientes muchos hombres de
ciencia han reversado su posición tocante a este asunto. En 1932 el
Profesor René Thevenin, de Francia, en una serie de artículos
publicados en Estados Unidos tocante a la edad de la raza humana,
dijo: “Antes de que la ciencia termine de buscar en las cuevas y en
el fondo del mar tal vez lleguen a probar que hay considerable
verdad en la leyenda de la caída del hombre.”
La enseñanza bíblica de la caída del hombre es según
creemos, mucho más que una “leyenda.” Está basada en el hecho
de que el hombre fue originalmente creado perfecto y se le dio un
hogar perfecto al oriente del Edén. (Gén. 2:8) Por lo tanto, nuestra
investigación comenzará desde este punto de vista.
De acuerdo con la Biblia la raza humana principió con sólo
dos personas especialmente creadas—Adán y Eva. ¿Será razonable
suponer que esto es verdad? La presente población de la tierra
precisamente indica eso. Todos saben que la raza humana ha
aumentado constantemente durante el entero periodo histórico.
Consideremos cuál sería la población de Europa hoy si América no
hubiera sido descubierta hace cerca de cinco siglos.
No es necesario tener una inteligencia extraordinaria, ni fe,
para determinar que si comenzamos con la presente proporción de
aumento de población, y calculamos inversamente una constante
disminución llegaremos al punto donde hallaremos solamente una
pareja de seres humanos—precisamente al tiempo cuando
comenzó la historia, y cuando el hombre, conforme a la Biblia, fue
creado. Esto, junto con los últimos descubrimientos arqueológicos
que revelan que el hombre al principio de la historia tuvo un grado
mayor de civilización que tiempos después, constituye una buena
evidencia a favor del relato del Jardín del Edén, según el Génesis.
Por falta de suficiente espacio no podemos hacer en este
folleto un análisis científico y detallado sobre este asunto, pero
confiamos en que quienes estén interesados, y especialmente los
que tengan alguna duda sobre el particular, buscarán los
verdaderos hechos a este respecto desde el punto de vista científico,
en vez de dar crédito a las infundadas suposiciones de los
evolucionistas.*
* NOTA: Como una ayuda para este estudio le recomendamos el folleto “Creación”,
publicado por la Asociación de los Estudiantes de la Biblia el Alba.
¿Será acaso difícil creer que la misma Potencia e Inteligencia
que creó el gran universo, del cual los hombres de ciencia tanto
dicen, también haya podido crear la primera pareja de seres
humanos por medio de un acto especial creativo? Si el hombre y
todas las otras formas de vida no son el resultado de la fuerza
creativa de un Inteligente y Supremo Ser, ¡que los hombres de
ciencia expliquen el fenómeno de la vida de otra manera aceptable!
Mientras tanto, la razón sugiere que es mejor aceptar el relato que
da la Biblia de la creación, y de acuerdo con ella tratar de descubrir
el designio del Creador para la raza humana.
La historia de la creación, según el libro del Génesis, nos dice
que el hombre fue creado primero, sin tener compañera. Luego Eva
fue creada. ¿Acaso el novelista más ingenioso del mundo ha
concebido una manera tan romántica de hallar una esposa para su
protagonista, comparable con la historia de la creación de nuestra
madre Eva? Si Dios tuvo el poder de crear a Adán (y ¿de donde
vino el hombre si Dios no lo creó?) seguramente que el tomar una
de sus costillas y producir de ella una mujer, sería una cosa muy
sencilla para el Creador al preferir el adaptar dicho procedimiento.
Se nos habla además del admirable Jardín del Edén, el hogar
que Dios proveyó para su perfecta creación humana. Seguramente
que no es nada irrazonable suponer que Dios, después de haber
creado al hombre, proveyera un hogar conveniente para él. ¿Por
qué dudar dicha historia, la que nos dice solamente lo que todos
deben admitir? El libro del Génesis revela que Dios creó los seres
humanos para que vivieran en la tierra no en el cielo, en el infierno,
o en el purgatorio. Se les ordenó que obedecieran las leyes del
Creador, que se multiplicaran, y que llenaran la tierra. Nada se dijo
a Adán ni a Eva de que se prepararan para ser llevados al cielo.
Con el fin de volver a los hechos fundamentales, supongamos
por un momento que el propósito divino de que el hombre llenara y
sojuzgara la tierra se hubiera cumplido tal como Dios lo ordenó, ¿a
qué hubiera conducido tal cosa? Simplemente a que la familia
humana, aumentando gradualmente en números, en armonía con el
mandato divino, hubiese hallado que su hogar en el Jardín del Edén
era demasiado pequeño, y por lo tanto, le hubiera sido necesario
extender sus límites.
Dios les ordenó que llenaran la tierra, pero no que la
sobrellenaran. Ciertamente que la sabiduría y el poder divinos,
cuando haya nacido suficiente gente para poblar adecuadamente la
tierra, podrá hacer cesar la propagación de la raza humana. ¿Acaso
hay algo ilógico en un programa como esto? ¿No es razonable y
exactamente lo que pudiéramos esperar de un sabio y amoroso
Creador? Pero, para visualizar el gran alcance de todo esto es
necesario desembarazar nuestras mentes de todos los terribles
sufrimientos y miserias que existen entre nosotros. El egoísmo del
hombre caído ha traído todo el sufrimiento que hay en el mundo
hoy. Tal sufrimiento hubiera sido desconocido si el hombre
hubiera permanecido en armonía con su Creador.
¿Y la muerte? Esta también hubiera sido una experiencia
desconocida a la raza humana. La ciencia moderna admite que las
células vivientes, al estar en condiciones favorables, podrían
reproducirse indefinidamente. La muerte vino como resultado del
pecado, y con la muerte vinieron también el sufrimiento, las
enfermedades y la aflicción. ¡Imaginémonos una raza humana
perfecta, libre de todo egoísmo, enfermedades y muerte! ¿Que les
parece? Mas alguien dirá, ¿de qué sirve pensar en algo que de ser
una posibilidad se ha perdido para siempre? Pero ¿acaso tal
posibilidad ha desaparecido para siempre? Las Sagradas Escrituras
dicen ¡NO! El programa divino de redención y restauración, por
medio de Cristo, garantiza que lo que hubiera podido ser aun
tendrá que ser.
Capítulo III
“Serán bendecidas en tu simiente todas las naciones de la tierra, por cuanto has
obedecido mi voz.”—Génesis 22:18.
Es evidente que si queremos razonar correctamente con
respecto a Dios, será necesario primero remover las muchas
supersticiones que han motivado que muchos pierdan la fe en Él y
el libro que se reputa ser Su Palabra de Verdad. Esto no es fácil de
hacer, pero esperamos que esta discusión ayude en gran manera a
tal fin.
Por supuesto que no todos se sienten seguros de si deben o no
aceptar la Biblia como el registro auténtico del origen y destino del
hombre, pero por lo menos todos deberían sentir interés en lo
razonable de la presentación de este asunto cuando se analiza
detenidamente¾especialmente después de que todo vestigio de
tradición haya sido eliminado de la simple y directa historia. ¿Cuál
es, entonces, la historia bíblica con respecto al hombre, haciendo a
un lado las supersticiones y especulaciones humanas?
La Biblia dice que después de que el hombre fue creado Dios
dijo a nuestros primeros padres que “morirían” si desobedecían su
ley —“el día que comieres de él de seguro morirás.” (Gén. 2:17)
Bien claro es esto. ¿Pero acaso es verdad? Sí; esta declaración,
hecha hace mucho tiempo a los progenitores de la raza humana
está comprobada hoy día por miles de millones de tumbas que
atestiguan la horrenda veracidad de esta ley.
En este punto, entonces, es evidente que el libro del Génesis
está en armonía con la incontrovertible realidad. El hecho de que
Adán realmente no fue a la tumba en el mismo día en que
desobedeció la ley divina no significa que la pena de muerte no
haya sido literal. Una traducción critica del texto hebreo
concerniente a este punto, es decir, a la pena de muerte, dice
“muriendo morirás.” (Gén. 2:17, margen) Esto demuestra que el
proceso de muerte comenzó desde luego, y continuará hasta que la
vida llegue a ser extinguida.
Pero, también algo más ocurrió en el Edén. Por otro conducto,
aparte del Creador, fue hecha una declaración a nuestra madre Eva,
en las palabras: “¡No moriréis!” (Gén. 3:1-4) Esta insinuación de
que Dios había mentido a sus criaturas se dice que provino de la
“serpiente.”
Cuatro mil años después el Apóstol Juan identifica a esa
“serpiente antigua” como “el Diablo y Satanás,” el cual ha
engañado a todas las naciones. (Véase Apocalipsis 20:1-3)
Tenemos entonces dos declaraciones contradictorias, una de parte
de Dios, la cual dice que el hombre “moriría,” y la otra que
proviene de uno designado por las Escrituras como engañador,
quien insiste en que el hombre “no moriría.” La primera de las dos
está comprobada por los hechos. La muerte es verdaderamente una
realidad, de la cual la Biblia dice: “Pero los muertos nada saben
ya,” y también: ‘Porque en el sepulcro, a donde vas, no hay obra,
ni empresa, ni ciencia, ni sabiduría.”” —Ecles. 9:5, 10
Pero, ¿qué vemos con respecto a lo que dijo la serpiente, “No
moriréis”? ¡Cuán veraz ha sido tal aseveración a través de los
siglos? Jesús dijo que la “serpiente antigua” es “padre de
mentiras.” (Juan 8:44) Si, por lo tanto, la historia del Génesis es
verdadera (y bien sabía Jesús lo que él decía) debemos encontrar
alguna evidencia de los esfuerzos engañadores de Satanás en
cuanto a la muerte. Y, si como indica el Revelador, esta “serpiente
antigua” ha engañado a todas las naciones, debemos suponer que
sus decepciones se manifiesten universalmente.
¿Acaso, hallamos tal evidencia? ¡Sí! En tanto que Satanás
dijo definitivamente que el comer del fruto del árbol prohibido no
resultaría en la muerte, sin embargo, Adán y Eva, lo mismo que
todos sus descendientes han muerto o están muriendo. Por
consiguiente, se hizo necesario que Satanás se esforzara por probar
su punto. Indudablemente, Satanás no quiso excusarse por haber
acusado falsamente a Dios de ser mentiroso. Por tanto, decidió dar
el siniestro paso de hacer creer a la gente que lo que parece ser la
muerte no es la muerte sino la entrada hacia otra más elevada
forma de vida. Y a causa del temor innato de la muerte en los
corazones humanos, casi toda la humanidad ha preferido creer la
mentira de que no hay muerte. Por medio de esta gran decepción se
ha hecho creer a la mayor parte de la gente que la muerte en
realidad es amiga en vez de ser enemiga, como lo dice la Biblia. (1
Cor. 15:26) Sin embargo, hay una gloriosa esperanza de vida
futura, no debido a que el hombre no pueda morir, sino por cuanto
ha de ser resucitado de entre los muertos.
¿Pero cómo podremos comparecer ante nuestro Creador
cuyas leyes han sido quebrantadas? ¿Cuál es la base de la
esperanza de que todo aquel que crea tendrá la oportunidad de
obtener el favor de Dios y gozar de nuevo del privilegio de vivir
eternamente en completa felicidad? ¿Acaso Dios cancelara su
decreto de condenación en contra nuestra si simplemente
prometemos enmendarnos?
La Biblia señala el plan del Creador por medio del cual la
perdida raza humana tendrá la oportunidad de volver a estar en
armonía con él, pero si queremos conocer la verdad tocante a esto,
es necesario proceder con cautela. Es evidente que jamás
llegaremos a obtener las respuestas a nuestras preguntas si
inquirimos de la teología tradicional en espera de encontrar una
base razonable de fe y consuelo. Por lo tanto, limitaremos nuestra
investigación a lo que dice la Biblia. Hasta aquí la Biblia está en
armonía con los hechos establecidos, y también con la razón. Esto
nos inspira confianza. ¿Acaso será razonable suponer que tenga
una solución satisfactoria para este problema relativo al destino
humano?
El libro del Génesis 3:15, demuestra que el Creador aun
desde el mismo principio intentó hacer algo más a favor de la raza
humana y no únicamente condenarla a la muerte. La promesa dice
que “la simiente de la mujer” herirá la cabeza de la “serpiente.”
Por supuesto, esta es una declaración muy vaga e indefinida; pero,
a la luz de las revelaciones divinas subsiguientes se ve que es
maravillosamente significativa.
Por ejemplo, cuando nos dirigimos casi al último capítulo de
la Biblia¾Apocalipsis 20:1-3¾allí descubrimos que el Apóstol
Juan declara que en una visión él vio a un ángel poderoso que bajó
del cielo y prendió aquella “serpiente antigua” y le ató por mil años,
“para que no engañase más a las naciones.” Este es un cuadro
profético ilustrando el cumplimiento de la vaga promesa del
Génesis 3:15, que la simiente de la mujer magullaría la cabeza de
la serpiente. En otras palabras, en ese lenguaje altamente simbólico
el Creador nos asegura por medio del Revelador que el pecado de
nuestros primeros padres no resultará en la ruina perpetua de la
raza humana, sino que a su debido tiempo, él proveerá el debido
remedio, y la serpiente misma será destruida.
De esta manera se muestran los dos extremos, por decirlo así,
de la promesa de Dios—la promesa hecha en el libro del Génesis
de que la cabeza de la “serpiente” sería quebrantada, y la visión
dada al Revelador concerniente a la misma “serpiente” siendo
atada y finalmente destruida. Prosigamos con nuestra investigación
en el registro sagrado con el objeto de hallar algunos detalles de
cómo la nefasta obra de Satanás será destruida, y la raza humana
restablecida al Paraíso perdido.
Dejando las tristes escenas del Edén, lleguemos al tiempo de
Abrahán, más de dos mil años más tarde. De ese tiempo en
adelante ya no es necesario aceptar muchas cosas por fe. Los
arqueólogos recientemente han excavado a Ur, sitio en donde nació
Abrahán y también varias ruinas de Canaán, las que corroboran
prácticamente todo detalle de la historia de la Biblia durante ese
periodo. En vista de estos descubrimientos, hasta los mismos
escépticos admiten que la Biblia de ninguna manera es una
colección de “fábulas,” como en un tiempo muchos llegaron a
creer.
Dios hizo a Abrahán una extraordinaria promesa la cual
todavía no ha sido cumplida. Dios le dijo: “Y serán bendecidas en
ti todas las familias de la tierra.” (Gén. 12:1-3; 22:18) Más tarde,
cuando su hijo Isaac había ya crecido, Dios repitió esta promesa y
también la confirmó con juramento. Pero Abrahán murió sin haber
visto cumplida la promesa. Por lo tanto, la promesa pasó a Isaac, y
luego a su hijo Jacob. Esaú, el hermano mayor de Jacob, le vendió
su primogenitura por un potaje de lentejas.
Finalmente, Jacob llegó al término de su vida sin haber visto
cumplidas las promesas de Dios de bendecir a todas las naciones.
Entonces, en su lecho de muerte pasó la promesa a su hijo Judá.
Por falta de espacio no nos es posible examinar en el Antiguo
Testamento todas las promesas relacionadas que explican
claramente este pacto original hecho con Abrahán. Baste decir que
en estas promesas los judíos vieron representado una gran
personalidad, el “León de la tribu de Judá,” del cual ellos
acostumbran a hablar como su Mesías venidero. (Gén. 49:8-10;
Apoc. 5:5) La tremenda influencia de estas antiguas promesas ha
sido una de las causas contribuyentes a que el pueblo de Israel se
haya mantenido separado del resto del mundo por más de cuatro
mil años. Los judíos ahora son un testimonio vivo de la realidad de
las promesas que Dios hizo a ellos en tiempos pasados, y por
medio de ellos, como su “pueblo escogido.” Sin embargo, muchas
de esas promesas todavía no han sido cumplidas.
Al tiempo del primer advenimiento de Jesús muchos de los
judíos estaban alertas tocante a la llegada del prometido Mesías. Se
dice que una noche, en los collados de Judea donde los pastores
cuidaban los rebaños de ovejas, de repente apareció una luz
sobrenatural y se oyó el sonido de voces extrañas. Alguien dirá:
¡Eso es increíblemente fantástico!
Recordemos que si la Biblia es lo que se dice ser, la
revelación de los propósitos del Creador tocante al hombre, del
mismo Creador que trajo a la existencia todas las otras obras
maravillosas de la creación, entonces no será difícil creer que ese
Ser Supremo Inteligente también haya creado varios órdenes de
seres espirituales superiores al hombre. Y si él quiso que estos
seres angélicos se comunicaran con el hombre en una ocasión tan
importante como el nacimiento del Salvador, fácilmente pudo
hacerlo. ¡Y eso precisamente fue lo que hizo! Por medio de uno de
estos poderosos ángeles Dios anunció a los pastores: “No temáis,
pues he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo el cual será
para todo el pueblo, porque hoy os ha nacido en la ciudad de David
un Salvador, el cual es Cristo, el Señor.”” —Lucas 2:10,11.
La palabra CRISTO, en el idioma original, griego, es
equivalente a la palabra hebrea MESIAS. De aquí que la
declaración angelical simplemente significa que el Mesías del
mundo, prometido por Dios desde hace largo tiempo, había
realmente nacido y verdaderamente sería el Salvador del mundo.
Por tal razón, fueron “nuevas de gran gozo” para todo el pueblo, es
decir, “todas las familias de la tierra” serían bendecidas como
resultado de ese nacimiento. ¿Pero cómo sería el Mesías, el
Salvador del mundo? ¿Qué clase de bendiciones serán dispensadas
a todos?
Según hemos visto anteriormente, la raza humana, a causa de
la transgresión de Adán, perdió el privilegio de vivir eternamente
en la tierra. Entonces, si la muerte en realidad es la muerte, como
manifiestamente lo es, no hay manera alguna de que alguien pueda
ser “salvo” a menos que sea librado de la pena de muerte y
restablecido a la vida.
Pero, ¿por qué aun cuando este Salvador o este Mesías vino
al mundo hace más de dos mil años la humanidad continua
muriendo lo mismo que antes? ¿En qué sentido es él su Salvador?
Si no hay tormento eterno del cual rescatar a la raza humana,
entonces ¿de qué salva el Mesías, y de qué manera? ¿Será acaso
diferente la humanidad después de ser salva?
Por supuesto que todos han oído la hermosa música y los
inspiradores sermones anunciando la Navidad cada año en las
iglesias de la cristiandad. El cántico que dice “Gloria a Dios en las
alturas, y en la tierra paz y buena voluntad entre los hombres” se
proclama año tras año en todas partes del mundo. Pero, ¿acaso no
es verdad que hasta ahora estos anuncios no han sido más que
palabras? ¿Acaso el cántico de “paz en la tierra” en los oídos de un
soldado moribundo significa algo para él? En tiempo de guerra los
discípulos de Jesús de una nación arrebatan la vida a los discípulos
de Jesús de otra nación, considerando tal cosa como deber cristiano.
Si esto lo hacen sinceramente, ¿estarán dispuestos a reunirse con
sus hermanos en la felicidad celestial? ¿Es ésta la manera en que se
cumplirá la promesa de “paz en la tierra?” Nuestro estudio todavía
no se ha desarrollado lo suficiente para suplir las respuestas a estas
difíciles preguntas; prosigamos sin embargo, a ver si la Biblia tiene
algo satisfactorio que decir tocante a ellas.
Ya trazamos las promesas mesiánicas desde el tiempo del
Jardín del Edén hasta el tiempo de la venida de Jesús y vimos que
estas promesas se cumplirán por medio del Maestro. El Apóstol
Pablo indica esto en el libro de Gálatas 3:8,16, donde claramente
identifica a Jesús como la prometida “simiente de Abrahán.” Juan
el Bautista introdujo a Jesús diciendo: “He aquí el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo.” Juan claramente reconoció a Jesús
como el Mesías prometido. (Juan 1:29) Más tarde apresaron a Juan
y en tanto que estaba preso se preguntó si no se había equivocado.
Luego, Juan envió unos mensajeros a que preguntaran a Jesús si él
era realmente el Mesías, y Jesús envió una respuesta muy
interesante. El dijo a los mensajeros que recordaran a Juan que él,
Jesús, había sanado enfermos, que los ciegos veían, los cojos
andaban, los sordos oían, y que en ciertos casos los muertos eran
resucitados.
¿Por qué contestó Jesús de esa manera? Por cuanto los
profetas habían predicho que el Mesías haría cosas como ésas. De
esta manera Juan quedó convencido. Y no sólo Juan quedó
convencido por las grandes obras de Jesús sino que también
muchos otros en el tiempo de Jesús se convencieron de la
autoridad del Maestro, y de que el prometido reino mesiánico
estaba por establecerse para la bendición de Israel, y por medio de
Israel, de la humanidad entera—“todas las familias de la tierra.” El
pueblo se entusiasmó tanto que se trató de hacer rey a Jesús,
aclamándolo en tal capacidad cuando entró en Jerusalén
cabalgando en una asna.
Cinco días más tarde sucedió algo que desconcertó a los
discípulos y a otros que veían a Jesús como el Mesías. Los guías
religiosos del tiempo de Jesús se indignaron a causa de su
popularidad, y conspirando en su contra, después de prenderlo, lo
acusaron ante un pretendido tribunal que lo condenó a muerte,
finalmente siendo crucificado como malhechor. ¿Qué significa
todo esto y cómo pudo ocurrir que aprehendieran al Rey de la
tierra y lo crucificaran? Tales acontecimientos no estaban en
armonía con el concepto que los discípulos tenían con respecto al
Mesías y a lo que iba a hacer, es decir, a establecer un reino y ser
el rey de ese reino y el Libertador del pueblo. ¡Cuán grande sería el
desengaño de ellos al ver sus esperanzas desvanecidas!
Tres días después de esto dos de los entristecidos discípulos
del Maestro iban en camino hacia Emmaús cuando de repente un
“extranjero” se acercó a ellos. Al darse cuenta de su aflicción les
preguntó cuál era la causa. Entonces ellos le relataron los
acontecimientos de los últimos días y la amarga experiencia que
habían sufrido tocante a sus esperanzas relacionadas con el
milagroso hombre de Nazaret.
Entonces el extranjero, quien en realidad era el Cristo
resucitado, aprovechó la oportunidad para explicarles por qué el
Cristo había muerto, y que su muerte era sabida de antemano y
predicha por el Padre Celestial, siendo una necesidad precursora de
las prometidas bendiciones que vendrían por medio del glorioso
reino milenario.
Más tarde estos dos discípulos al relatar sus experiencias, se
decían uno a otro: “¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros,
mientras hablaba con nosotros por el camino y nos abría el sentido
de las Escrituras?” (Lucas 24:32) Ciertamente, estos dos discípulos
tenían mucha razón de estar alegres. Se daban cuenta ahora de que
la muerte del Maestro no había sido una trágica equivocación,
como lo suponían, ni tampoco era evidencia de que él no fuera el
Mesías. Finalmente, los discípulos se dieron cuenta de que la
muerte de Jesús fue una absoluta necesidad para que la humanidad
recibiera las bendiciones prometidas por Dios.
Más tarde uno de los discípulos explicó que Jesús, en su
naturaleza divina, era el “Logos” (traducido “Verbo” en Juan 1:1).
Este “Logos” o Palabra de Dios fue hecho carne con el propósito
de que muriera como precio correspondiente o “rescate” por Adán
y la raza humana condenada a muerte por causa de él. (1 Tim. 2:3-
6; Rom. 9:12) Quizá por ignorancia, o intencionalmente, ocultando
el debido significado del texto griego, según aparece en Juan,
capítulo 1, los traductores han hecho aparecer como que el
“Logos” o el “Verbo,” es el Divino Creador. Pero una traducción
correcta del pasaje revela el hecho de que el “Logos” es “un dios
(o poderoso), en tanto que el Creador es “el” Dios¾el Supremo, el
Todopoderoso.
El apóstol nos dice que el Logos fue el instrumento de Jehová
en toda la obra creativa: “Todas las cosas por medio de él fueron
hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho.” (Juan 1:3)
Sin duda que a eso se debe que el pronombre “nuestra” se emplea
en la narrativa de la creación en el Génesis: “Hagamos al hombre a
nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza.”” —Gén. 1:26
Las Escrituras hablan de la unidad del padre y del Hijo, pero
esto significa unidad de propósito y de voluntad, no del mismo ser.
Jesús pidió al Padre Celestial que esta unidad existiera también
entre él y sus discípulos. (Juan 17:21-23) Que Jesús no se
consideró ser una persona igual al Creador, o que fuera su mismo
Padre, está claramente demostrado por sus mismas palabras
cuando dijo: “El Padre mayor es que yo.”” —Juan 14:28
Los discípulos sabían que los gajes del pecado son la
muerte—no vida en tormento—por esto es que fue fácil para ellos
entender cómo la muerte de Jesús, quien fue “hecho carne” con
este mismo propósito, podía pagar esa pena y abrir un camino por
medio del cual el mundo pudiera llegar a estar en armonía con
Dios, y por consiguiente, obtener la vida. Pero, antes del
Pentecostés aún había para ellos algo misterioso acerca de todo
este asunto. Aun cuando sabían que Jesús, su Mesías, había sido
resucitado de entre los muertos, solamente le vieron unas cuantas
veces, finalmente dejándolos por completo. ¡Qué cosa tan extraña!
La última vez que lo vieron les dijo que esperaran en Jerusalén
hasta que recibieran nuevas instrucciones por medio del Espíritu
Santo. Seguramente que estas cosas parecieron a los discípulos
muy extrañas de parte de aquel a quien ellos aún creían ser el
Mesías prometido.
No solamente los primeros discípulos se sintieron
confundidos, por algún tiempo, a causa de estos inesperados
acontecimientos sino que muchos otros, desde entonces, han
malamente entendido su verdadero significado, y como resultado,
han provenido erróneas teorías. Si Jesús no vino a establecer un
reino literal en la tierra, entonces tiene que haber alguna otra razón
para que él haya venido; por eso, a muchos ha parecido lógico
llegar a la conclusión de que su muerte y su resurrección fueron
con el objeto de que pudieran ser salvos de los tormentos eternos
del “infierno” y ser llevados al cielo después de la muerte. Pero el
Mesías va a establecer su reino terrenal y a su debido tiempo
bendecirá a todas las familias de la tierra, como lo veremos más
adelante.
En tanto que más y más personas sensatas cesan de creer en
el dios del tormento eterno inventado en la época de la superstición
e ignorancia quieren ahora saber por qué han pasado casi dos mil
años desde que Jesús dejó a sus discípulos, y por qué el mundo
todavía se encuentra bajo la influencia del egoísmo y tienen ahora
menos fe en el Mesías. La gente pensadora se pregunta: ¿Si Jesús
va a convertir al mundo y a salvarlo del fuego del infierno, por qué
es que ha habido tan poco progreso en este sentido? Y también: ¿Si
el propósito mesiánico es establecer un reino en la tierra, y de este
modo bendecir a la humanidad con vida y felicidad, por qué esto
no ha sido cumplido?
Si la Biblia es la Palabra de Dios, como lo afirmamos,
debemos esperar entonces encontrar en ella las respuestas a estas
razonables preguntas. Pero, debemos recordar que la Palabra de
Dios dice: “Porque como los cielos son más altos que la tierra, así
mis caminos son mas altos que vuestros caminos y mis
pensamientos que vuestros pensamientos.” (Isa. 55:8-11) Esto no
significa que no debemos tratar de estudiar los pensamientos de
Dios por cuanto él mismo nos invita a que arguyamos o razonemos
juntos (Isa. 1:18). Cuando aceptamos esta invitación a razonar con
el Creador, por medio de su Palabra inspirada, encontramos lo que
satisface a nuestra mente y a nuestro corazón.
Capítulo IV
Para contestar correctamente esta pregunta es necesario saber
a ciencia cierta lo que constituye el cristianismo, y qué intentó
Dios que realizara en la tierra. La Biblia presenta a Cristo como el
Salvador del mundo, y por esto se supone que Dios dispuso que el
mundo fuera convertido a él, para así ser salvo de la muerte. Pero,
desde que Jesús vino al mundo a morir por la humanidad han
pasado cerca de dos mil años y el mundo todavía no ha sido
convertido. Hasta el mismo cristianismo nominal rápidamente está
perdiendo terreno y naciones enteras oficialmente se oponen a toda
clase de religión. ¿Podremos decir, por esto, que el plan de Dios ha
fallado?
Los discípulos, en tiempos de Jesús, fundaron sus esperanzas
del reino mesiánico en las profecías del Antiguo Testamento, y por
lo tanto, sus esperanzas, en su mayor parte, eran correctas. Pero, no
entendieron bien que el tiempo no había llegado todavía para el
establecimiento de ese reino. Lo mismo sucede con la mayoría de
los cristianos desde entonces: Su creencia de que Dios convertirá al
mundo por medio de Cristo y la iglesia es correcta, pero no han
podido entender que según las Escrituras ésta no es la época en la
cual Dios ha dispuesto que se lleve a cabo dicha obra.
Así como los primeros discípulos de Jesús no se dieron
cuenta de que, según las profecías, el Mesías debería sufrir y morir
como el Redentor del mundo antes de que el mundo llegara a
obtener las prometidas bendiciones del reino, tampoco los
cristianos hoy día han podido ver que conforme a las Escrituras la
verdadera iglesia de Cristo también tiene que sufrir y morir con él
antes de tener el privilegio de participar con Cristo en el futuro
reino, y en la conversión y bendición de la humanidad. El Apóstol
Pablo claramente dice: “Y si hijos, luego herederos; herederos de
Dios, y coherederos con Cristo, si es así que sufrimos con él para
que también seamos glorificados con él. Pues yo calculo que los
padecimientos de este tiempo presente no son dignos de ser
comparados con la gloria que ha de ser revelada en nosotros.” —
Rom. 8:17, 18
La gloria a que se refiere el texto evidentemente es la gloria
de ser coherederos con Cristo en su reino mesiánico. Si los que han
de obtener esta gloria antes tienen que sufrir con él entonces la
presente misión de la iglesia no es la de “conquistar el mundo para
Jesús,” sino la de seguir fielmente en sus huellas, es decir, seguir
su ejemplo, aun hasta la muerte.
En realidad esto es lo que el mismo Jesús enseñó a sus
discípulos. En más de una ocasión él dijo: “Si alguno quiere venir
en pos de mi, niéguese a si mismo, y tome su cruz, y sígame.”
(Marcos 8:34) El hecho de que los discípulos deberán seguirle aun
hasta la muerte se prueba por las palabras de Jesús en el
Apocalipsis 2:10, el que dice: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré
la corona de la vida.” Con su promesa en Apocalipsis 3:21 se
demuestra que tal fidelidad requiere fortaleza de ánimo en el
sufrimiento y en la persecución: “Al que venciere, le concederé
sentarse conmigo en mi trono, así como yo también vencí, y me
senté con mi Padre en su trono.”
Cuando la comisión divina fue dada a la iglesia, se le dijo:
“¡Id por todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura!”
(Marcos 16:15) El propósito fue el de que adquiriesen discípulos y
dieran “testimonio.” Pero, el hecho de que Dios no intentó que el
mundo fuera convertido sino preparar a los cristianos para su tarea
futura de reinar con Jesús, se prueba en el Apocalipsis 20:4, el que
dice: “Y vi las almas de los que habían sido degollados a causa del
testimonio de Jesús, y a causa de la Palabra de Dios . . . y vivieron
y reinaron con Cristo mil años.”
Si la misión de los verdaderos cristianos en el mundo ha sido
tan sólo la de dar “testimonio” de la verdad, y, por medio de las
experiencias sufridas prepararse para la gran obra futura de
convertir al mundo durante el periodo del reino de mil años,
entonces se puede ver fácilmente el evidente fracaso del
cristianismo. Bien sabemos que el verdadero cristianismo no ha
fracasado; solamente la falsa esperanza de los creyentes nominales
es la que no ha materializado. Al darnos cuenta de que la presente
misión de la iglesia es la de sacrificio y sufrimiento y no la de
convertir al mundo, son aclaradas muchas preguntas inciertas y
dudosas.
Por ejemplo, ¿alguna vez usted se ha preguntado por qué, por
lo regular, los verdaderos cristianos sufren más que los incrédulos?
¿Por qué, después de la venida de Jesús como “la luz del mundo,”
la humanidad fue sumergida en un largo periodo de ignorancia y
superstición al cual se le ha dado el nombre de “Edad del
Oscurantismo”? ¿Por qué hoy hay dos veces más idólatras y ateos
en el mundo que en el siglo pasado? ¿Quién no ha pensado alguna
vez en estas cosas? Muchos, como resultado, han llegado a creer
que el cristianismo es una farsa gigantesca, y que este supuesto
fundamento y baluarte de la civilización ha sido un fracaso.
La idea popular con respecto al cristianismo es que uno llega
a ser cristiano de la misma manera que se llega a ser socio de un
club, y que esto constituye una especie de salvaguardia en contra
de la ira divina, pues de otra manera el individuo iría a parar en un
sitio de terrible tormento después de la muerte. Por esto se ha
llegado a creer que Dios quiere que todos sean cristianos para que
se libren de tan terrible destino. Pero, puesto que ya se ha
descubierto que la pesadilla del tormento eterno no se enseña en la
Biblia, podremos ahora darnos cuenta mejor de lo que significa ser
cristiano.
La palabra CRISTO, traducción al griego de la palabra hebrea
MESIAS, se emplea en el Nuevo Testamento para conectar a Jesús
con las gloriosas promesas mesiánicas en todo el Antiguo
Testamento. Como ya hemos visto, la primera de estas promesas
fue dada en el Jardín del Edén cuando Dios dijo que “la simiente
de la mujer” quebrantaría la “cabeza de la serpiente.” Otra y más
especifica promesa fue dada a Abrahán cuando se le dijo que por
medio de su simiente serían bendecidas “todas las familias de la
tierra.”
Jesús, el Cristo, vino al mundo como la “simiente” de la
promesa para bendecir a toda la humanidad, y las Sagradas
Escrituras demuestran que quienes sean verdaderos cristianos y
sigan fielmente las huellas de Jesús en sacrificio aun hasta la
muerte serán parte de él y de la prometida “simiente.”
El Apóstol Pablo al escribir a los cristianos en aquel tiempo,
dijo: “Y si sois de Cristo, entonces SOIS simiente de Abrahán, y
herederos según la promesa.” (Gál. 3:29) En su epístola a los
corintios, Pablo dice que el Cristo no es un miembro sino muchos.
En estas dos declaraciones del apóstol hay algo muy importante
que considerar. Dichas declaraciones demuestran que en la
elección y desarrollo de los cristianos, Dios solamente lleva a cabo
una obra preparatoria en conexión con el futuro propósito de
“bendecir a todas las familias de la tierra.” También demuestran
que Dios no ha estado tratando de hacer cristianos a toda la
humanidad, sino que solamente ha estado eligiendo un corto
número, de entre todas las naciones, para asociarlos con Jesús en
su futura tarea de bendecir al mundo entero, es decir tanto a los
vivos como a los muertos.
¿Pero quiénes son estos cristianos que Dios está eligiendo
para que reinen con el Mesías? ¿En qué iglesia los encontramos?
Probablemente hay algunos de ellos en las diferentes
denominaciones, pero Dios es el Juez, y solamente él sabe quiénes
son. Específicamente, un cristiano es una persona que después de
reconocer que era un pecador alejado de Dios, se ha arrepentido, y
por medio de la fe en la sangre vertida de Cristo ha consagrado su
tiempo, talentos, y todo cuanto tiene a Dios, y quien fielmente trata
de llevar a cabo esa consagración. Ser miembro de una iglesia
denominacional nada tiene que ver con esto. Véase Rom. 5:1-3.
En el capitulo 15 de Hechos hay una declaración tocante al
propósito de Dios concerniente a la elección, en esa época, de los
verdaderos cristianos. Se les llama “un pueblo para su nombre.” El
apóstol explica que Dios primeramente “visitó a los gentiles” no
para hacerlos cristianos, sino para “tomar de entre ellos un pueblo
para su nombre,” para unirlos a Cristo. El apóstol dice que después
de esto el favor divino volverá a Israel y al ahora caído
“tabernáculo de David” (representando la política nacional de
Israel) será restaurado, y luego “el residuo de los hombres” y los
“gentiles” tendrán la oportunidad de buscar a Dios. Pero,
primeramente tiene que completarse la obra de tomar el “pueblo
para su nombre” o la desposada de Cristo, compuesta de todos los
verdaderos cristianos. —Hechos 15:14-18
Ya que sabemos que Dios no intenta que todos en el mundo
lleguen a ser cristianos en esta época, podremos entender muchos
pasajes en la Biblia antes muy difíciles de comprender. Por
ejemplo, en Apocalipsis 5:10 se nos dice que el futuro reino de
Cristo y de la iglesia será aquí mismo “en la tierra.” ¿Cómo podrá
ser esto posible si todos, menos la iglesia, fueran tomados de la
tierra para ser atormentados eternamente en un infierno de fuego?
¿Sobre quiénes, pues, reinarán en la tierra los santos? Esta
dificultad desaparece cuando nos damos cuenta de que las
Escrituras dicen que el mundo será bendecido, no maldecido,
después de que haya sido elegida y completada la verdadera iglesia.
Considerando el asunto de esta manera veremos que el plan
de Dios para la salvación de la humanidad suministra una
oportunidad para todos, es decir, para la iglesia y para el mundo en
general. Esto no quiere decir que todos serán salvos
independientemente de su cooperación. Las Escrituras claramente
indican que todos aquellos que pequen voluntariamente después de
haber venido al conocimiento de la verdad serán destruidos para
siempre, pero no serán atormentados en un infierno de llamas,
como dicen los credos de la Edad del Oscurantismo.
Otra fase interesante respecto a la elección de la iglesia
cristiana, la cual estará asociada con Cristo en su reino mesiánico,
es que los verdaderos cristianos tendrán una recompensa mayor
que el resto del mundo en general. Dios ha dispuesto que la
humanidad sea restablecida a la vida aquí en la tierra—el
restablecimiento del reino preparado “desde la fundación del
mundo,” el cual es un dominio sobre la creación inferior aquí en la
tierra, pero a los cristianos el Maestro dijo: “Voy a prepararos el
lugar . . . para que donde yo estoy, vosotros también estéis.” (Juan
14:2,3) La iglesia tendrá una recompensa celestial, pero Dios no ha
dispuesto llevar a toda la humanidad al cielo, según más tarde
veremos en esta discusión.
La perspectiva de vida eterna por medio de la sangre
derramada del Redentor es la bendita esperanza que presenta la
Biblia a la iglesia y al mundo. Las Escrituras no dicen que el cielo
es para los justos y el tormento eterno para los inicuos, pero
indican que es cuestión de vida o muerte.
El primer hombre, Adán, desobedeció y perdió la vida; pero
Jesús vino a rescatar al hombre y a, con su misma muerte, pagar la
pena de muerte. Como resultado, la humanidad tendrá una nueva
oportunidad de vivir. Esta oportunidad la tendrán todos a su debido
tiempo, pero durante este tiempo del Evangelio, solamente los
verdaderos cristianos consagrados son los que en realidad tienen la
oportunidad de recibir el beneficio resultante de la muerte del
Redentor. Estos, por sacrificarse siguiendo el ejemplo de Jesús,
serán recompensados no solamente con vida, sino además, con
inmortalidad. Estos son los que “buscan gloria y honra,
inmortalidad.” (Rom. 2:7) Quienes sean obedientes durante el
futuro periodo de reino, también tendrán la oportunidad de vivir,
pero la vida de ellos será vida humana, restituida, y que perdió
Adán. Los que sean obedientes vivirán para siempre, no porque
sean inmortales sino porque Dios continuará sustentando sus vidas.
La tarea del verdadero cristianismo, hasta ahora, ha sido el
preparar los futuros herederos de las promesas mesiánicas para la
gran obra del reino prometido. Con razón, en vista de esto, la
pretendida conversión del mundo no ha progresado durante la era
cristiana. El Señor sabía que desde el punto de vista humano, el
cristianismo parecería un fracaso. Jesús refiriéndose al fin de esta
edad, dijo: “Cuando el Hijo del Hombre viniere, ¿hallará fe en la
tierra?” (Lucas 18:8) El hecho de que muy pocos en el mundo
ahora en realidad creen en la Biblia no sorprende a Dios. Su amado
Hijo, el Redentor del mundo, previó y predijo esta misma
condición. Esta es otra buena razón para que tengamos fe en lo que
dice la Biblia.
Los centenares de divisiones entre las llamadas iglesias
cristianas fueron igualmente predichas en la Palabra profética. El
Apóstol Pablo dijo que vendría una gran “apostasía” de la
verdadera fe, y no hay duda de que así ha sucedido.
Si Jesús y sus apóstoles hubieran sido un grupo de impostores
dispuestos a organizar un proyecto egoísta para influir
favorablemente a la humanidad, ¿acaso hubieran deliberadamente
predicho que no pasaría mucho tiempo antes de que todo su
proyecto se desbaratara y ellos mismos vinieran a ser la irrisión del
mundo? Semejantes pesimistas predicciones no hubieran sido muy
animadoras para los primeros creyentes, ni tampoco hubieran
inducido a muchos a asociarse a ese movimiento. La sabiduría
humana hubiera dicho, “Pintad el futuro lo más
resplandecientemente posible, de lo contrario nunca ganaréis
muchos conversos.”
Pero, Jesús y los apóstoles no se guiaron por la sabiduría
humana. Muy bien sabían que el propósito de predicar el evangelio
en esta edad no era el de formar grandes e imponentes
organizaciones religiosas. También sabían que Dios no intentaba
que con sólo la predicación del evangelio el mundo fuera
conducido a los pies de Jesús. Sabían que si una “manada
pequeña” de verdaderos cristianos fuera preparada para la obra
futura de bendición algunos torcerían con sus errores las gloriosas
verdades que el Maestro enseñó y que, como resultado, el
cristianismo aparecería como un completo fracaso.
Afortunadamente, el verdadero cristianismo no ha fallado; el
plan divino para esta edad se está cumpliendo con gran éxito, y
esta obra preparatoria para el nuevo reino está casi completada.
Hay mucha evidencia bíblica demostrando que el periodo
destinado, conforme al propósito divino, para el llamamiento y
preparación de los verdaderos cristianos a reinar con Jesús en su
reino mesiánico casi ha terminado. Debería regocijar nuestros
corazones el considerar algunas de las evidencias indicativas de
que ya hemos llegado al fin de esta edad y al comienzo de la nueva
en la cual las predichas bendiciones de paz y vida eterna serán
dispensadas a la humanidad.
Capítulo V
Las verdades bíblicas pertinentes al “fin del mundo,” en su
forma tradicional han sido tergiversadas por la superstición y la
decepción satánica al grado de que muchas personas han llegado a
sentir repugnancia y horror. ¡Cuantos millones de personas
sinceras se han horrorizado al pensar en esta terrible calamidad
presentada ante la imaginación por evangelistas demasiados
entusiastas! No hace mucho tiempo que un afamado clérigo trató
de animar a la humanidad anunciando que el fin del mundo no
vendría antes de cincuenta millones de años. Indudablemente,
mucha gente religiosa se habrá alegrado de que dicho
acontecimiento no se verificara durante su tiempo.
Pero, cuán diferente punto de vista obtendremos sobre el
asunto al examinar el registro bíblico, libres de la influencia de los
credos de la Edad del Oscurantismo. En la Palabra Sagrada
encontramos que el “fin del mundo” es algo que todos deberían
esperar con regocijo. Verdaderamente, cuando todas las profecías
de la Biblia, relacionadas con este asunto, son debidamente
entendidas se percibe que cuando Jesús enseñó a sus discípulos a
orar “Venga tu reino; sea hecha tu voluntad en la tierra como se
hace en el cielo” (Mat. 6:10), en realidad les enseñó a rogar por el
fin de este presente mundo malo y por otro mejor que tomará su
lugar.
Las muchas alucinaciones en la mente de la gente tocante al
fin del mundo no son enseñadas en la Biblia. Lo que las Escrituras
dicen sobre este particular nada tienen que ver con la destrucción
por medio del fuego del mundo literal.
Respecto al planeta en que vivimos el Profeta Isaías dice:
“Porque así dice Jehová, Creador de los cielos (él sólo es Dios), el
que formó la tierra y la hizo, el cual la estableció, no en vano la
creó, sino para ser habitada la formó.” (Isa. 45:18) Otro de los
profetas de la Biblia nos dice que “la tierra permanece para
siempre.” (Ecles. 1:4) Jesús, en su Sermón del Monte, dijo:
“Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.”
(Mat. 5:5) Todos estos pasajes indican que no es el propósito de
Dios destruir la tierra en que vivimos por cuanto la hizo para que
viva en ella el hombre.
La palabra “mundo” frecuentemente se usa en la Biblia de la
misma manera que la usamos hoy, es decir, no con referencia a la
TIERRA, sino a las agrupaciones de gente sobre ella—la sociedad
en general. Por ejemplo, si dijéramos que el MUNDO fue sacudido
fuertemente por la última guerra mundial no daríamos a entender
que hasta las mismas montañas se hubieran volcado o que la
superficie de la tierra haya sido afectada de manera alguna. La
Biblia usa la misma clase de lenguaje cuando predice los
extraordinarios acontecimientos que han de sobrevenir al fin de la
presente edad; acontecimientos por medio de los cuales el actual
orden social será destruido para dar lugar al Reino del Mesías.
La palabra “mundo” también se emplea en la Biblia para
denotar una edad o época. Varios MUNDOS o edades son
mencionados en la Biblia. Se nos dice, por ejemplo, de un mundo
que terminó al tiempo del diluvio, y sin embargo, la tierra no fue
destruida en ese entonces. La Biblia también habla de otro
MUNDO que comenzó después del diluvio universal el cual será
destruido al tiempo del retorno o presencia de Cristo. Y aún habrá
otro MUNDO que comenzará al final del presente mundo. Ese
mundo será establecido por medio del reino mesiánico y
continuará indefinidamente.
Estos “mundos,” los que funcionan en el planeta llamado
tierra, están subdivididos por el Apóstol Pedro en sus aspectos
espirituales y materiales bajo los símbolos de “cielo” y “tierra”
(Véase 2 Pedro 3). Es evidente que el lenguaje del apóstol en este
capítulo es más descriptivo que literal, pues de otra manera nos
veríamos obligados a admitir la absurda conclusión de que el
Creador intenta destruir el universo entero al insistir en el
significado literal. Pedro dice que “los cielos” y también “la tierra”
pasarán con “grande estruendo.”
En esta misma profecía el apóstol usa el símbolo de “fuego”
para describir las influencias destructivas que pondrán fin al
presente mal orden de cosas y que preparará para el pleno
establecimiento del reino de Dios o “nuevos cielos y una tierra
nueva, en los que habita la justicia.”
Pedro también nos dice que los “elementos” arderán y serán
desechos. Es evidente que esto no se refiere a los elementos de la
tierra literal puesto que el Apóstol Pablo usa la misma expresión
cuando amonesta al cristiano a que no sea engañado por filosofías
y vanas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a
los elementos del mundo y no según Cristo. —Gál. 4:9
Un interesante ejemplo de que la palabra “tierra” cuando se
emplea en la Biblia no siempre significa el planeta en que vivimos,
se halla en Daniel 7:23. Aquí el profeta habla de una espantosa y
terrible “bestia” que devorará toda la “tierra.” Esto en realidad
sería una “fábula” si tratáramos de entender de una manera literal
por cuanto ¿sobre qué estaría parada esta gigantesca bestia en tanto
que devoraba la tierra? Como símbolo, es a lo menos una lección
significativa por cuanto la bestia como la tierra son simbólicas.
Todos sabemos que muchas naciones del pasado y del
presente están simbolizadas en sus escudos de armas por bestias de
varias clases. Los faraones que reinaban sobre el antiguo Egipto
usaban el “león” para indicar la autoridad gobernante, e Inglaterra
hoy día también usa el león en su estandarte con el mismo
propósito. Tenemos además el “dragón” chino, el “oso” ruso, y el
“águila” de Estados Unidos. Éstas son ilustraciones para demostrar
la aplicación figurativa de las características de las criaturas
vivientes a las naciones.
La Biblia también emplea semejante método simbólico para
designar a varias de las potencias mundiales de la historia. Por eso,
en el pasaje arriba citado la “tierra” simbólica o sociedad
organizada está representada como siendo devorada por una bestia.
Esta es una buena descripción de la clase gobernante apropiándose
los recursos de la sociedad para su propio uso egoísta. Mucha
gente en el mundo reconoce estas mismas condiciones y sabe que
estas comparaciones están muy conformes con las naciones
representadas. ¿Por qué hemos de encontrar dificultad cuando
hallamos simbolismos semejantes en la Biblia? Dios nos ha
enseñado de esa manera.
La palabra “montaña” es también a veces usada en un sentido
simbólico en la Biblia, y cuando es empleada de esa manera
simboliza o denota un reino, ya sea uno o varios de los reinos de
este mundo, o el futuro reino mesiánico.
El “mar,” cuando se usa simbólicamente en las Escrituras,
representa las multitudes humanas, y o el “estruendo” del mar se
refiere a la agitación y al descontento de las masas. (Véase Isa.
17:12, 13) Una de las profecías de la Biblia, relativa al progreso de
los acontecimientos que toman lugar hoy en la tierra habla de los
“montes” siendo traspasados al centro del “mar.” Esta es una
buena ilustración del hecho de que muchos reinos de la tierra ya
han caído en manos de las masas y que otras poderosas
“montañas” de nuestra civilización también eran engolfadas de la
misma manera al levantarse la marea de descontento azotando más
y más, y persistentemente, en contra de sus baluartes.
Un ejemplo del uso bíblico de estos simbolismos que
describen el proceso de desintegración que está destruyendo al
presente “mundo” lo encontramos en el Salmo 46:2-6, en donde el
profeta dice: “Por tanto no temeremos aunque la tierra sea
conmovida y aunque las montañas se trasladen al centro de los
mares.” Clara está que esto no puede ser entendido literalmente
por cuanto si la tierra literal fuera removida o destruida no
quedaría monte alguno que traspasar a la mar ni mar alguno a
donde arrojar a los montes. Mas adelante en el mismo capítulo el
profeta interpreta sus mismas declaraciones simbólicas al decir:
“Bramaron naciones, conmoviéronse reinos,” y volviendo a su
lenguaje simbólico añade: “El (Dios) dio su voz, la tierra se
derritió.” —vs. 6
El hecho de que el “derretimiento” de la tierra no significa la
destrucción de este planeta en que vivimos se demuestra por medio
de los últimos versículos del capítulo en donde el profeta dice que
la remoción de la tierra y su derretimiento significa la destrucción
de los gobiernos, sedientos de guerras, antes del establecimiento
del reino de Dios. En el versículo 10 de este Salmo se prueba que
la tierra literal no será destruida por cuanto dice:
“¡Callad, y conoced que yo soy Dios! ¡Seré ensalzado entre las
naciones; seré ensalzado en la tierra.”
En esta profecía del Salmo 46 hay un extraordinario ejemplo
de las diferentes maneras en las que se emplea la palabra “tierra”
en las Escrituras. En el versículo 2 se dice que la tierra es
“removida”; el versículo 6 dice que se “derritió,” y en el 10, como
acabamos de ver, la tierra aun existe y el nombre de Dios es
exaltado en ella.
En este nuevo orden el nombre de Dios será exaltado en todo
el mundo. Deberíamos regocijarnos por las muchas evidencias que
nos rodean atestiguando la proximidad del tiempo cuando Cristo
será rey, y cuando el reino del pecado y de la muerte terminará. En
el capítulo siguiente examinaremos algunas de estas señales.
Capítulo VI
Puesto que las Escrituras demuestran claramente que el “fin
del mundo” no significa la destrucción de la tierra sino solamente
el fin de la era presente de pecado, egoísmo y muerte, cualquier
evidencia profética o de otra clase, que indique la inminencia del
nuevo orden de cosas deberá aclamarse como “buenas nuevas.”
El hecho de que en tiempos pasados vehementes, pero mal
informados, religionistas han anunciado prematuramente el
advenimiento del Señor y han mal entendido la manera y el
propósito de su advenimiento, no debiera desanimarnos en el
examen de las profecías sobre este importante asunto. En realidad,
deberíamos de aplicarnos a estudiar las profecías bíblicas con el
objeto de asegurarnos, si es posible, en donde nos encontramos
precisamente con respecto a la corriente del tiempo, y
especialmente en cuanto a lo que los profetas han predicho para el
tiempo actual. Si hallamos que la Biblia describe exactamente los
acontecimientos mundiales del pasado y del presente, esto
constituirá otra buena razón para tener confianza en su mensaje
respecto al futuro.
Mientras Jesús todavía estaba en la tierra sus discípulos le
preguntaron cuál seria la “señal” de su retorno o presencia y del
“fin del mundo” o edad. Él les dijo varias cosas por medio de las
cuales pudieran identificar los últimos días de este “presente
mundo malo.” Una de estas señales pertenece a la simiente natural
de Abrahán¾la nación de Israel. El maestro les dijo: “Jerusalén
será hollada de las naciones, hasta que los tiempos de las naciones
sean cumplidos.” Evidentemente él mencionó la ciudad capital de
Israel, Jerusalén, en representación de la nación entera, y dio a
entender que los gobiernos gentiles de la tierra continuarían
dominando al pueblo y a la tierra de Palestina por un periodo
determinado el cual se titula aquí como los “tiempos de los
gentiles.”—Lucas 21:24.
La sujeción de los judíos al gobierno de los gentiles comenzó
más de seis siglos antes del advenimiento de Jesús, o sea en el
tiempo en que Nabucodonosor llevó cautiva a la nación a
Babilonia, exactamente 606 años antes de la era de Jesucristo. En
el segundo capítulo de la profecía de Daniel se presenta una
descripción de las circunstancias que rodean el principio de este
periodo de la supremacía de los gentiles. Nabucodonosor estaba en
el trono de Babilonia en ese tiempo, y el Señor empleó una manera
muy drástica para indicar que con él principiaría el periodo al cual
Jesús se refirió como los “tiempos de los gentiles” o de las
naciones.
Nabucodonosor tuvo un sueño el cual, al despertar no pudo
recordar. Entonces él hizo venir a Daniel, un judío cautivo, quien
no sólo pudo recordar al rey su sueño sino que además le dijo
también la interpretación. Daniel recordó al rey que en su sueño
vio una imagen parecida a un hombre. Esta imagen tenía una
cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y sus
muslos de cobre, sus piernas de hierro, y sus pies de hierro
mezclado con barro.
Al progresar el sueño el rey vio una piedra cortada, no con
mano, y esta piedra hirió a la imagen en sus pies, y la desmenuzó.
Después de la caída, la imagen se tornó como el tamo de las eras
de verano y el viento se la llevó. Entonces la piedra que hirió a la
imagen llegó a ser una gran montaña que llenó toda la tierra.
—Dan. 2:36-45
La interpretación de Daniel a este extraño sueno es una de las
cosas más interesantes de la Biblia porque deja ver un principio, y
a través de los siglos, la historia de los gentiles, con la supremacía
de Babilonia, ejerciendo el poder hasta nuestros días. En esta
interpretación dada por Dios por medio de Daniel, el imperio de
Babilonia es identificado como la “cabeza de oro” Daniel dijo al
rey de Babilonia: “Tú, oh rey, eres rey de reyes, a quien el Dios del
cielo ha dada el reino, el poder, la fortaleza y la gloria; de modo
que dondequiera que habitan los hijos de los hombres, las bestias
del campo y las aves del cielo, él lo ha dado todo en tu mano, y a ti
te ha hecho señorear a todos ellos. Tú eres esa cabeza de oro.” —
Dan. 2:37, 38
Antes de esto Dios no había favorecido ni reconocido a
ninguna otra nación aparte de la nación judía. Pero ahora los judíos
habían llegado a ser súbditos de Babilonia, y el rey de Babilonia
fue reconocido por Dios como el primero de esa larga línea de
gobernantes gentiles que por un largo periodo de tiempo tendrían a
los judíos bajo su mando con el consentimiento divino. Esto marcó
el principio de los “tiempos de los gentiles.”
Pero, Daniel no terminó su profecía con la identificación de
Babilonia como la “cabeza de oro.” El continuó diciendo a
Nabucodonosor que al caer su reino se levantaría otro, un doble
imperio, representado por los dos brazos de plata. Este se probó ser
el imperio medo-persa, el cual unos cuantos años después
conquistó a Babilonia. Daniel también habló de un tercer imperio,
representado por el “vientre y los muslos de cobre.” La historia
demuestra que este reino fue Grecia, la que sucedió a Medo-Persia
como potencia mundial.
Pero, Daniel no terminó aquí, sino que predijo el
levantamiento de la gran potencia militar (barro) de Roma, y llamó
la atención a sus dos partes, Oriental y Occidental, con capitales en
Roma y en Constantinopla, y representada por las dos “piernas de
hierro.” ¡Ciertamente que Roma fue un reino o gobierno de hierro!
En su predicción de las sucesivas potencias mundiales que
vendrían y desaparecerían antes de la terminación de este viejo
mundo, Daniel solamente mencionó cuatro. Daniel no profetizó
una quinta potencia gentil universal. Él, con mas de dos mil años
de anticipación, describió exactamente la historia del mundo.
La confianza que puede tenerse a un historiador depende de
su exactitud. Daniel fue exacto y, por eso, podemos tener
confianza en él, como la tuvo Jesús, quien lo mencionó en el
capítulo 24 de Mateo. Este mismo profeta Daniel es quien describe
acontecimientos de nuestros días, de los que más tarde hablaremos.
Si Daniel por medio de la Divina Providencia, pudo prever y
predecir exactamente los mas importantes acontecimientos del
mundo que se verificarían durante más de dos mil años,
deberíamos confiar en lo que él dice con respecto a
acontecimientos todavía por suceder.
Pero, volvamos a lo que él nos dice con respecto a la
interpretación de la “imagen.” Cuando el Imperio Romano
principió a decaer no había ninguna otra potencia capaz de tomar
su lugar para ejercer el dominio mundial. Roma empezó a dividirse
en pequeños estados o reinos, y así es que los “pies y los dedos” de
la imagen, con la influencia desintegrante del “barro mezclado con
hierro,” representan lo ocurrido después del apogeo de la
supremacía militar de Roma.
El profeta prosigue diciéndonos que la “piedra, no cortada
con mano,” que hirió a la imagen en sus pies y creció hasta llegar a
ser una “gran montaña” que llenó toda la tierra representa el reino
de Dios, y que este reino será establecido “en los días de estos
reyes” o reinos representados por los pies y los dedos de la imagen.
También nos asegura que ese reino, el cual será establecido por el
Dios del cielo, acabará con todos aquellos reinos en tanto que él
permanecerá por los siglos. —Dan. 2:44.
Tenemos ahora ante nosotros la entera visión profética
mostrando los sucesivos imperios de la supremacía gentil,
principiando con Babilonia y continuando a través de los siglos
hasta llegar al derrumbamiento de Roma como imperio universal, y
finalmente la destrucción de todo vestigio de gobierno gentil por
medio del establecimiento del reino de Dios en la tierra, lo que
tendrá efecto “en los días de estos reyes.”
En la amonestación dada por Dios a Israel en cuanto al
periodo de “siete tiempos” de castigo, tenemos una indicación de
la duración de los “tiempos de los gentiles.” La mayor parte de
estudiantes de las profecías bíblicas están de acuerdo en que un
“tiempo,” o año, en lenguaje simbólico, significa 360 años literales,
y que los “siete tiempos de los gentiles” representan un periodo de
2,520 años, principiando en 606 a.C. y terminando en 1914 d.C.
Debemos recordar que las profecías bíblicas relativas a
tiempo indican puntos importantes o cambios definitivos en los
asuntos de las naciones y en lo relacionado con el plan de Dios. El
fin de los “tiempos de los gentiles” es el año de 1914 d.C., año que
fue un punto decisivo entre el viejo y el nuevo mundo, cuando el
mundo viejo empezó a morir para dar paso libre al nuevo. Sin
embargo, no debemos esperar que acontezcan muchas cosas al
mismo tiempo aun cuando ya ha habido tremendos cambios en la
organización política y nacional del mundo.
Como ya hemos visto, Jesús dijo que “Jerusalén sería hollada
de los gentiles hasta que los tiempos de los gentiles sean
cumplidos.” (Lucas 21:24) Por tanto, es de suponerse que al llegar
el fin de este periodo debe ocurrir algo que indique un cambio en
el estatuto de Israel entre las potencias gentiles. Tal cosa
esperábamos. Como resultado directo de la guerra mundial que
empezó en 1914, los judíos fueron reconocidos y se les permitió
regresar a Palestina para reconstruir su mismo país. Ciertamente
que esto demuestra un cambio decisivo en los asuntos de este
pueblo el mayor visto por siglos.
Es verdad que en años recientes los judíos han sido más
perseguidos, y sus privilegios en Palestina han sido restringidos;
pero estas experiencias también están en armonía con las profecías
respecto al periodo en el cual el favor divino se manifestaría hacia
ellos. El profeta de Dios predijo que serían enviados muchos
“cazadores” para hacerlos volver a su misma tierra. (Jeremías
16:16) Y también que finalmente Dios intervendría a favor de ellos
para protegerlos de sus enemigos después de haber sido
restablecidos en la Tierra Santa. —Jer. 30:3, 5, 11
Los cambios que han ocurrido en el mundo desde el fin de los
tiempos de los gentiles en 1914 han sido tan notables que aun hasta
afamados estadistas y escritores se refieren al tiempo antes de la
primera guerra mundial como el “antiguo orden,” y a la presente
era la llaman “periodo de transición” hacia un nuevo orden. Puesto
que el fin de la edad no significa el fin de la misma tierra literal,
podemos ver que las “señales” pertinentes no deben interpretarse
de manera que terminen todas ellas en un solo día. Vemos, sin
embargo, que el viejo mundo está terminando y que hay evidencias
de que la nueva edad está a la mano.
Este nuevo orden que está por llegar es lo que la Biblia
describe como el reino de Cristo, o reino de Dios—el gobierno
divino bajo Cristo que suplantará a los presentes gobiernos
imperfectos en la tierra. La Biblia aplica muchos títulos al nuevo
Rey de la tierra, y uno de ellos es “Miguel,” que significa “quién
como Dios.” Este título indica que el nuevo Rey representará a
Dios, el Creador. El profeta declara que “el dios del cielo
establecerá un reino.” (Dan. 2:44) Este nuevo reino será “para el
pueblo,” pero representa a Dios, el Creador, y funcionará por
autoridad y con poder divinos imponiendo sus leyes. El pueblo o la
gente no tendrá que dar un voto por él y su establecimiento y éxito
no dependerán de la sabiduría y habilidad humanas.
Es este Miguel, el Mesías y representante de Jehová, a quien
se refiere la maravillosa profecía de Daniel, capítulo 12, en donde
se habla de un tiempo cuando “Miguel” se “levantará” para
gobernar a todo el mundo; y el profeta indica que los primeros
resultados de esto “será tiempo de angustia cual nunca ha habido
desde el principio del mundo.” ¿Y quién dirá que no estamos
experimentando actualmente por lo menos una parte de esta
angustia? Jesús, en Lucas 21:26, citó la profecía de Daniel,
capítulo 12, y explicó que a causa de este predicho tiempo de
angustia, los corazones de los hombres desfallecerían “de temor y
en expectativa de las cosas que sobrevendrán en la redondez de la
tierra.”
El Apóstol Pablo nos da una valiosa información
concerniente al presente desarrollo de los sucesos en el mundo,
particularmente con respecto a la destrucción que amenaza a la
humanidad. Primeramente, él menciona los “tiempos y las
sazones,” y aun cuando el mundo no se da cuenta del significado
de los tiempos en que vivimos, sin embargo, los “hermanos” de
Cristo se aperciben. El apóstol indica que cuando los hombres
sabios del mundo digan “paz y seguridad,” entonces vendrá sobre
ellos repentina destrucción, como dolores de parto a la mujer
preñada. —1 Tes. 5:1-4
Todo el mundo se da cuenta de que la agitación general por
paz entre las naciones y pueblos de la tierra, y para abolir la guerra,
comenzó dentro de los últimos veinte o treinta años. Las
sociedades a favor de la paz y las conferencias de paz son
organizaciones recientes. Tales esfuerzos fueron desconocidos por
las generaciones pasadas. ¿Acaso se debe a la casualidad que,
coincidiendo con todos estos grandes esfuerzos a favor de la paz,
de repente se haya precipitado la guerra más devastadora de la
historia? ¿No es esto una señal evidente del cumplimiento de la
predicción del Apóstol Pablo con respecto a la “repentina
destrucción” que ha de venir cuando las naciones comenzarán a
agitarse para obtener la paz?
Notemos la manera en que esta terrible destrucción había de
venir al viejo orden de cosas: tenía que ser “como dolores de parto
sobre la mujer preñada.” Toda madre sabe el significado de esto.
Los sufrimientos vienen en espasmos con periodos de alivio. Los
periodos sucesivos de alivio se van acortando y los espasmos de
dolor van aumentando, hasta que la criatura llegue a nacer. Y así
este “tiempo de angustia,” que terminará al nacer el nuevo orden
de cosas, se está desarrollando exactamente de acuerdo con esta
descripción bíblica.
Primero, y exactamente al fin de los “tiempos de los
gentiles,” vino la Primera Guerra Mundial con todos sus horribles
sufrimientos y efectos debilitantes sobre la civilización. La guerra
terminó, pero sus efectos continuaron. Esa guerra se creía ser una
“guerra para dar fin a las guerras,” pero desde que se firmó el
armisticio las naciones comenzaron a prepararse para otra guerra,
la que finalmente estalló en 1939.
La guerra de 1914 fue para “preservar al mundo para la
democracia,” pero, como resultado de ella fueron formadas
dictaduras, y la democracia casi por completo desapareció en
Europa. Las naciones se declararon en bancarrota pero al mismo
tiempo muchas personas se hicieron millonarias, en cumplimiento
de otra profecía que dice que se han “allegado tesoros para los
postreros días.” (Santiago 5:3) Ciertamente fue un verdadero
“espasmo” que principió de repente y terminó de repente, y abarcó
a todo el mundo. Cuando terminó el mundo se sintió feliz—
locamente feliz—a lo menos un día, sin darse cuenta de que esa
guerra era el primer espasmo de una serie de espasmos destinados
a traer un completamente nuevo orden de cosas.
Luego comenzó el “alivio.” La prosperidad fue vislumbrada,
y todo el mundo hablaba de “volver a la normalidad.” Sí; el
periodo de alivio apareció, y el pulso del pobre mundo parecía
volver a lo normal—por lo menos los prósperos médicos políticos
así lo decían, y jactanciosamente anunciaban que el enfermo ya
estaba completamente restablecido debido a sus expertos
tratamientos. ¡Cuán corta de vista es la sabiduría humana! Estos
médicos no se dieron cuenta de que los “tiempos de los gentiles”
habían terminado, y que los días de los reyes de la tierra habían
terminado. Por consiguiente, esperaban la perpetuación del antiguo
o viejo orden social.
Entonces, de repente y sin aviso, en el otoño de 1929,
comenzó el segundo mayor espasmo¾y como el primero, ése
también abarcó todo el mundo. Los valores de las acciones
mercantiles disminuyeron en un solo día, y siguieron
disminuyendo. Los bancos fallaron, y los negocios declararon la
bancarrota. Dejando las arriesgadas acciones mercantiles, muchos
depositaron su dinero en los bancos para mayor seguridad, pero
únicamente descubrieron que los bancos se vieron obligados a la
clausura. Algunos que no confiaban en los bancos compraron oro y
lo guardaron en cajas fuertes, o en otros lugares, pero finalmente
les fue quitado como medida de emergencia. Millares de fábricas
cerraron sus puertas, y miles de hombres y mujeres perdieron sus
empleos, resultando en que largas filas de gente se formaron para
pedir pan, en casi toda población. Así el pobre mundo comenzó a
darse cuenta de que estaba pasando por las angustias de una
depresión que causó mayores sufrimientos que el primer
“espasmo.”
Los “espasmos” de la depresión afectaron al mundo entero, y
los médicos de la sociedad se pusieron a atender nuevamente al
enfermo. Muchos fueron los remedios que probaron y
frecuentemente se anunciaba una “mejoría.” En efecto, en Estados
Unidos se decía que la depresión ya había pasado, y sin embargo,
era un hecho que había más de dos millones de personas sin trabajo
precisamente antes del tiempo cuando se inauguró el tremendo
programa de defensa.
Pero, conforme a la ilustración de los “dolores de parto,” los
periodos de “alivio” parecían aproximarse más y más, pero antes
de que salieran de la depresión vino otra espantosa guerra, una
lucha a muerte entre la dictadura y la democracia. La dictadura
fascista y el nazismo fueron destrozados, y otro “nuevo orden” fue
establecido, pero ¿por cuanto tiempo?
Quienes tienen poca o ninguna fe en las profecías de la Biblia
frecuentemente dicen que estos acontecimientos, a los cuales los
estudiantes de la Biblia se refieren como “señales del fin” son
solamente cosas de la historia repitiéndose a sí mismas. Pero el
lector debe darse cuenta de que casi todos los puntos que hemos
considerado son acontecimientos extraordinarios en los asuntos del
mundo desconocidos en los anales de la historia humana. Esto es
especialmente verídico con respecto a la evidencia profética que
pasamos a considerar.
En el mismo capítulo 12 de la profecía de Daniel donde el
profeta habla del presente “tiempo de angustia” diariamente más
severo, se nos da una valiosa información tocante a estos “últimos
días” en que vivimos. Daniel llama a este periodo el “tiempo del
fin.”
Se ve con mayor claridad ahora que cuando Daniel habla aquí
del “tiempo del fin” no se refiere a la destrucción de la tierra, sino
al fin de la supremacía de los gentiles en el mundo. Tocante a este
periodo el profeta dice: “Muchos correrán de aquí para allá y la
ciencia será aumentada.” Estas son simples palabras pero de
mucho significado. Es solamente durante la presente generación
que la gente realmente ha comenzado a “correr” (viajar) de aquí
para allá. Somos un mundo de viajeros. ¿Y por qué? Por cuanto ha
habido un gran aumento de conocimiento el cual ha hecho posible
nuevos medios de viajar, tal como lo predijo el profeta.
El notable filósofo del siglo 18, Sir Isaac Newton—quien
creía en la Biblia—al estudiar esta misma profecía de Daniel llegó
a la conclusión de que llegaría el tiempo cuando la gente viajaría a
la velocidad de cincuenta millas por hora. Voltaire, el notable
incrédulo francés, se burló de Newton por haber hecho semejante
predicción, y especialmente por valerse de la Biblia para probarla.
Sería bastante interesante saber lo que diría Voltaire ahora si
despertara del sueño de la muerte.
Los que hoy viajan por las calzadas a la velocidad de
cincuenta millas por hora sirven de estorbo al tráfico ordinario, en
tanto que seiscientas millas por hora es una velocidad moderada
para un avión. Quienes hoy creen lo mismo que Voltaire que las
profecías de la Biblia son absurdas, pueden ver ahora su
cumplimiento y les sería bastante provechoso considerar con calma
el asunto. Las personas jóvenes de la presente generación parecen
olvidar que todas nuestras maravillosas bendiciones de invención y
viaje pertenecen a esta generación. Nuestros abuelos sabían muy
poco o nada de ellas. En los primeros tiempos del ferrocarril
muchas personas decían que era invención satánica para llevarse
las almas al infierno.
Si hace cien años un profesor universitario hubiera dicho que
vendría el tiempo en que sentados en nuestros hogares sería posible
conversar con otras personas a través de los mares o alrededor del
mundo sin alambre alguno o sin conexión visible, quienes le
escucharan hubieran dicho: “Pobre hombre, qué mal le ha hecho
estudiar tanto.” Pero hoy presenciamos ese milagro como cosa
común y corriente sin siquiera darnos cuenta que ha venido en
cumplimiento de la divina profecía.
Alrededor de ciento cincuenta años atrás no era extraño que
algunos de los miembros del Parlamento en la Gran Bretaña no
supieran firmar sus mismos nombres en documentos importantes.
¿Qué diremos ahora de un niño de 10 años que no sepa leer ni
escribir? Y recordemos que todo este aumento del conocimiento se
dijo vendría al tiempo del fin. —Dan. 12:4.
Consideremos otra profecía relacionada a los tiempos en que
vivimos, la cual indica que estamos presenciando las últimas
escenas de aflicción y de muerte en el mundo. La profecía dice:
“Por tanto esperadme a mí, dice Jehová, hasta el día en que me
levante a la presa: porque es mi propósito reunir las naciones y
juntar los reinos, para derramar sobre ellos mi indignación, es decir,
todo el ardor de mi ira; pues con el ardor de mis celos será
devorada toda la tierra.”—Sof. 3:8, 9
El punto en esta profecía que revela el tiempo de su
cumplimiento es su referencia a “reunir” las naciones. Todos saben
que dentro de las décadas recientes los inventos y el progreso ha
juntado a todas las naciones de la tierra de tal manera que ahora
ninguna de ellas puede existir en completo aislamiento de otras.
Primero, fue organizada la Liga de Naciones. Luego, se tuvo en
Inglaterra, en el verano de 1933, la gran Conferencia Económica
con representación de sesenta y seis naciones. Aun cuando su
objetivo abortó, fue una buena ilustración de cómo la presente
“familia de naciones” ha llegado a juntarse en un grupo compacto,
independiente, durante el “tiempo del fin.”
Esa conferencia en Londres se efectuó reconociendo el hecho
de que a menos de que las naciones pudieran convenir en una
política económica y monetaria unificada, toda la estructura de la
civilización estaba en peligro de desmoronarse. Pero, nada se
arregló en la conferencia, y como resultado, desde entonces ha
habido furioso rearmamento, en grande escala, entre las naciones,
resultando otra guerra mundial en 1939. Después vino la asamblea
de las naciones más impresionante de todos los tiempos, cuando se
juntaron en San Francisco para formar un nuevo orden de paz—
Las Naciones Unidas.
Sofonías predijo el total fracaso de todos estos esfuerzos de
las naciones en estos “últimos días”; y la razón de dicho fracaso es
que ha llegado el tiempo para que Dios manifieste su justa
indignación en contra del arreglo social egoísta y corrompido—un
mundo que pretende profesar su nombre pero deliberadamente ha
desobedecido sus leyes.
El profeta declara que la venganza de Dios se manifestará de
tal manera que “con el ardor de su celo será devorada toda la
tierra.” Si la “tierra” puede ser “devorada” por una “bestia”
salvaje—como anteriormente se ha indicado—también puede ser
“devorada por el “fuego” del celo de Dios; pero, el lenguaje es
solamente simbólico en ambos casos y sin ninguna referencia a la
tierra literal o a bestia literal, o a fuego literal.
El simbolismo del “fuego” es muy significativo. Aquí indica
la destrucción total del presente y egoísta orden social al cual
seguirá el establecimiento del reino de Cristo, para que por medio
de él todos puedan tener la oportunidad de volverse a Dios y
servirle.
El hecho de que la profecía de Sofonías no se refiere a la
destrucción de la tierra literal, ni a las naciones sobre la tierra, está
ciertamente demostrado en el versículo 9, el cual dice: “Empero
entonces volveré a dar a los pueblos labios puros, para que todos
ellos invoquen el nombre de Jehová, sirviéndole de común
acuerdo.” (Sof. 3:9) Así podemos ver que la gente no será
destruida con fuego, sino que tendrá la oportunidad de volverse a
Dios y servirle después de que la simbólica “tierra” haya sido
“devorada” por el “fuego” o ardor de la indignación de Dios—el
terrible “tiempo de angustia.”
Capítulo VII
La plena restitución de la raza humana a un estado de
perfecta salud, felicidad y vida eterna, en un hogar edénico
mundial, es precisamente el propósito del Creador según su
Palabra. La razón nos indica que así debiera ser. Si Dios creó la
tierra para el hombre y el hombre para la tierra sería ilógico
suponer que él permita a las fuerzas opuestas de decepción y
rebelión impedir sus amorosos designios, o que se viera obligado a
adoptar alguna alternativa con el objeto de salvar a unos cuantos de
sus súbditos, transportándolos a otro estado de vida.
Cuando Dios creó al hombre y lo puso en su precioso hogar
en el Edén, le dijo: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la
tierra y sojuzgadla.” Nada se dijo a Adán ni a Eva que cuando
murieran irían eternamente al cielo. En realidad, no había siquiera
la perspectiva de muerte para ellos en tanto que permanecieran
obedientes a las leyes del Creador.
Ellos vivirían en la tierra y no tendrían que morir. También
les tocaba “henchir” la tierra—no el cielo—con su progenie.
Tratemos pues de imaginarnos las gloriosas e ideales condiciones
que se disfrutarían en esta tierra si el pecado y la muerte no
hubieran aparecido en escena y el paraíso edénico, original, se
hubiera extendido por sobre toda la tierra tal como Dios había
dispuesto. Imaginémonos este paraíso mundial lleno de seres
humanos perfectos y felices, todos disfrutando una vida eterna y el
favor del Creador. Esta gloriosa bendición tendrá que venir a la
humanidad en la “restitución” provista por medio de la muerte de
Cristo.
Cuando en un principio Dios dijo que la “simiente” de la
mujer quebrantaría la cabeza de la serpiente, significó que los
resultados de la obra de muerte, ocasionada por la serpiente, serían
destruidos, y que el hombre sería restituido a la condición que
perdió por haber desobedecido al Creador. Cuando Dios dijo a
Abrahán que por medio de su “simiente” todas las familias de la
tierra serían bendecidas, en realidad hizo una promesa de
restauración a toda la posteridad de Adán.
Cuando el ángel anunció el nacimiento de Jesús, y dijo:
“Porque hoy, en la ciudad de David, os ha nacido Salvador, el cual
es Cristo el Señor,” significó que todo el mundo tendrá
oportunidad de ser salvo de la muerte y resucitado para obtener la
vida aquí en la tierra. (Lucas 2:11) Cuando Jesús enseñó a sus
discípulos a orar: “Venga tu reino hágase tu voluntad aquí EN LA
TIERRA como se hace en el cielo,” simplemente les recordó el
verdadero y final propósito del reino de Dios—la restitución de lo
que perdió el hombre. Todo cristiano que profiere esta oración—ya
sea que se dé cuenta del significado o no—pide la restitución del
paraíso terrenal. —Mat. 6:10
Cuando nuestro Señor y sus apóstoles prometieron a todos los
fieles cristianos que serían “coherederos” con Jesús, y que
“reinarían con él,” dieron a entender que tendrían participación
como simiente espiritual de Abrahán en la gloriosa tarea de
dispensar las prometidas bendiciones de restituir la vida a los
muertos y suministrar la oportunidad de llegar a la perfección
humana. (Apoc. 5:10) Cuando las Escrituras nos dicen que Jesús
“por la gracia de Dios gustó (probó) la muerte por todos” da a
entender que la pena de muerte, la cual pasa sobre toda persona a
causa del pecado original, al debido tiempo será cancelada, para
que todos vivan nuevamente y gocen de la tierra perfecta. —Rom.
6:23; Heb. 2:9
Es con el objeto de llevar a cabo esta tarea de restauración
que Jesús y los miembros de su iglesia o “cuerpo” serán exaltados
a una elevada posición tanto de naturaleza como de gloria. ¡Y cuán
grande esperanza de gloria es ésta para la iglesia de Cristo, en vez
de la teoría de la Edad del Oscurantismo con respecto a que Dios
ha hecho cuanto le es posible para que el mundo se una con la
iglesia y así sea salvo del fuego del infierno!
Esta es la gloriosa tarea de restauración o “restitución” que
sigue al retorno de Cristo. El Apóstol Pedro dice esto en Hechos
3:19-23. Antes de hacer tal declaración Pedro había sanado a un
cojo de nacimiento. Aprovechando este incidente como una
ilustración y base para la importante lección que iba a dar a sus
oyentes, dijo: “¡Arrepentíos pues y volveos a Dios; para que sean
borrados vuestros pecados! para que así vengan tiempos de
refrigerio de la presencia del Señor; y para que el envíe a aquel
Mesías, que antes ha sido designado para vosotros, es decir, Jesús;
a quien es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la
restauración de todas las cosas, de la cual habló Dios por boca de
sus santos profetas que ha habido desde la antigüedad.” Y cuán
comprensiva es esta profecía — ¡“la restauración de todas las
cosas”! ¡Y cuán diferente es el retorno de Cristo del tradicional
“día del juicio universal!”
“Tiempos de refrigerio”—no de tristeza y tormento—vendrán
“de la presencia del Señor.” La expresión “presencia” en el idioma
griego significa “del rostro.” Esta expresión se funda en la
costumbre oriental de dar uno la espalda a otro en señal de
desprecio, pero ver a uno de frente indica que se le considera como
amigo. ¡Cuán significativa es la expresión según el apóstol la
emplea en esta profecía! En el Jardín del Edén Dios dio la espalda
a la creación humana por haber desobedecido su ley. El profeta
dice: “La vida está en su favor,” pero el hombre perdió el favor
divino a causa del pecado, y así como la flor privada de la luz y de
la lluvia, la humanidad también está marchitándose y muriendo.
—Sal. 30:5
Pero aun cuando Dios, figurativamente ha dado la espalda a
la humanidad por más de seis mil años, sin embargo él ha
prometido tiempos de bendiciones y ha estado preparando las
cosas prometidas. El retorno de Cristo y el establecimiento de su
reino marcan el tiempo en que estas promesas comenzarán a
cumplirse. Por eso, el Apóstol Pedro nos dice que entonces Dios
“volverá su faz” hacia la humanidad y, como resultado, vendrán
“tiempos de refrigerio.”
El apóstol también dice que vendrán “tiempos de la
restauración de todas las cosas, de la cual habló Dios por boca de
sus santos profetas que ha habido desde la antigüedad.” La vida
perfecta en la tierra fue lo que el hombre perdió, y vida perfecta en
la tierra le será restaurada. ¿Cómo podrá el mundo ser restaurado al
cielo si nunca ha estado en él? Pensemos en ello. Todos los santos
profetas de Dios predijeron los tiempos futuros de bendiciones
para el mundo angustiado y moribundo. ¿Ha pensado usted alguna
vez en florecientes desiertos y en higueras creciendo en el cielo?
Estas son cosas terrenales, de las que escribieron los profetas del
Antiguo Testamento quienes profetizaron de las bendiciones
terrenales de vida y felicidad en el restablecido paraíso.
Cuando el Apóstol Pedro devolvió la salud al cojo tan sólo
dio una muestra de la tarea de restitución que se efectuará cuando
el reino mesiánico sea establecido. Hablando sobre el particular, el
Profeta Isaías dijo que cuando ese reino esté funcionando, “los ojos
de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos serán
destapados; el cojo saltará como ciervo, y cantará la lengua del
mudo.” (Isa. 35) Las bendiciones del reino no serán solamente para
los infortunados que estén lisiados, mancos, y cojos, sino para
todos los que entonces lo deseen. En ese entonces la ceguedad
espiritual también desaparecerá porque “la tierra estará llena del
conocimiento de Jehová, como las aguas cubren la mar.” —Isa.
11:9; Jer. 31:34
El reino mesiánico está simbolizado en las profecías como un
“monte” o una “montaña.” Este monte o reino que Daniel predijo
crecerá hasta llenar toda la tierra. (Dan. 2:34, 35, 44) El Profeta
Miqueas también menciona este monte. Leemos: “Mas acontecerá
que en los postreros días el monte de la Casa de Jehová será
establecido como cabeza de los demás montes, y será ensalzado
sobre los collados, y como ríos fluirán a él los pueblos. Pues
caminarán muchas naciones diciendo: ¡Venid y subamos al monte
de Jehová, a la Casa del Dios de Jacob! y él nos enseñará en cuanto
a sus caminos, y nosotros andaremos en sus senderos; porque de
Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará
entre muchos pueblos, y reprenderá a fuertes naciones, hasta en
tierras lejanas; y ellas forjarán sus espadas en rojas de arado, y sus
lanzas en hoces; no levantará espada nación contra nación, ni
aprenderán más la guerra. Y se sentarán cada cual debajo de su
parra, y debajo de su higuera, y no habrá quien los espante; porque
la boca de Jehová de los Ejércitos lo ha dicho.” ¾Miq. 4:1-4
La expresión “postreros días,” según se usa en el pasaje
anterior, significa los últimos días o tiempos del reino del pecado y
de la muerte en la tierra, y el periodo en el cual será establecido el
nuevo y mejor orden de cosas, bajo la directa administración del
Mesías. Las alucinaciones de la Edad Media o del Oscurantismo,
respecto a los “últimos tiempos,” resultan completamente erróneas
al compararlas con ésta y otras profecías. Por ejemplo, en vez de
que los “postreros tiempos” indiquen el fin de toda esperanza y
oportunidad para arrepentimiento, el profeta presenta un cuadro
enteramente opuesto. El dice que entonces Dios enseñará a las
naciones sus caminos, y que la gente andará por sus senderos,
abandonando sus tendencias egoístas que promueven guerras, y se
dedicarán a fomentar y a extender la paz y la buena voluntad—“No
alzará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra.”
Aun cuando no todos los detalles del nuevo orden o reino
mesiánico están revelados en la Biblia, podemos sentirnos seguros
de que el mismo poder divino y la sabiduría que rigen los
movimientos de millones de cuerpos celestiales en el espacio,
asegura la manera en que el conocimiento de la ley de amor será
impuesto en todo el mundo cuando termine el presente desastre
humano de pecado y egoísmo.
Los simbolismos de lo dicho por Miqueas, por supuesto, se
fundan en cosas con las cuales el profeta estaba familiarizado. Las
“espadas” y las “lanzas” no están hoy en boga como instrumentos
apropiados para la guerra. Al haber sido escrita esta profecía en
tiempos más recientes indudablemente hubiera mencionado
submarinos, aeroplanos, gas ponzoñoso y bombas atómicas.
De la misma manera la vid y la higuera representan paz y
satisfacción, basadas en una adecuada seguridad de las necesidades
y comodidades de la vida, las que estarán al alcance de todos
cuando el reino de Cristo se halle en completo funcionamiento.
Una cómoda casita y dos automóviles serían un concepto moderno
de una gloriosa condición.
Otra interesante profecía de los “tiempos de la restauración”
fue dada por el Profeta Isaías, capítulo 25. Dice: “Y en este monte
hará Jehová de los Ejércitos, para todas las naciones, un banquete
de manjares pingües, banquete de vinos sobre las heces . . . bien
refinados. Y destruirá en este monte la cobertura de las caras, la
que cubre todos los pueblos, y el velo que está tendido sobre todas
las naciones. ¡Tragado ha a la muerte para siempre; y Jehová el
Señor enjugará las lágrimas de sobre todas las caras, y quitará el
oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra! Porque Jehová así lo
ha dicho. Y se dirá en aquel día: ¡He aquí, este es nuestro Dios; le
hemos esperado, y él nos salvará! éste es Jehová, le hemos
esperado; estaremos alegres y nos regocijaremos en su salvación!”
—Isa. 25:6-8
¿Qué más pudiéramos pedir de bendiciones futuras que las
contenidas en esta profecía? En realidad será una gran fiesta
cuando venga “el Deseado de todas las naciones.” (Ag. 2:7) El
“banquete” simboliza la restauración de vida en el reino mesiánico.
La “cobertura” simboliza la influencia cegadora de la
“antigua serpiente,” la que entonces será destruida. Desde luego
esto será posible por cuanto, como lo dice el Revelador, Satanás
será atado para que no engañe más las naciones. —Apoc. 20:1-3.
Y entonces la muerte será tragada victoriosamente. Fue la
muerte la que entró en el mundo y destruyó la felicidad de todos.
Pero “lo que se perdió” será restituido, y por consiguiente, la
muerte será destruida. —Mat. 18:11
En el Apocalipsis 21:4 se nos dice que “la muerte no será
más.” La dificultad consiste en que se ha tratado de aplicar todas
estas gloriosas promesas terrenales al cielo, sin tener en cuenta que
sólo un corto número, los verdaderos seguidores del Maestro
durante esta época, tendrán una recompensa celestial. Aquí en la
tierra es donde ha reinado la muerte, y por consiguiente, en donde
no se verá más la muerte.
¡Y cuán gozosos todos aceptarán las bendiciones de vida y
salvación! Notemos lo que dice el profeta tocante a esto: “Y se dirá
en aquel día: He aquí, éste es nuestro Dios; le hemos esperado, y él
nos salvará; éste es Jehová, lo hemos esperado, estaremos alegres y
nos regocijaremos en su salvación.”
¡Cuántos millones de personas en realidad han deseado tener
mejor conocimiento del verdadero Dios! ¡Y cuántos también han
pedido a Dios la “salvación” que sólo el puede dar! Sí: el mundo
ha estado esperando el favor de Dios; esperando en ignorancia, sin
tener la menor idea de cómo o cuándo vendrá. Pero cuando la
cegadora influencia de Satanás haya sido destruida, y el
conocimiento de la gloria de Dios cubra toda la tierra, entonces el
mundo conocerá a Dios y gozosamente se volverá a él de todo
corazón.
Nadie debe dudar de las grandes cosas que Dios ha prometido
hacer en beneficio de la humanidad. Recordemos que estamos
considerando lo que el Todopoderoso y Eterno Creador del
universo ha prometido dar. El Dios que en primer lugar creó la
vida es abundantemente poderoso para volverla a dar con el objeto
de cumplir sus promesas.
Y esta “restitución” incluirá tanto a muertos como a quienes
ahora llamamos “vivos” pero que en realidad están moribundos.
Esto es lo que la Biblia enseña tocante a la resurrección. Esta
maravillosa doctrina de la resurrección de los muertos ha sido
falsificada presentándose en cambio la teoría de que la muerte no
existe. Pero, ¿cómo es posible que alguien pueda resucitar de entre
los muertos si en realidad no estuviere muerto? ¡Cuán difícil ha
sido para el mundo entender la simple doctrina de la esperanza de
la “restitución” a causa de la creencia tradicional de la
inmortalidad del alma! Pero, gracias a Dios, ahora ya sabemos lo
que constituye la “salvación”; simplemente significa el despertar
de la muerte para ser restaurado a la vida perfecta en la tierra. La
Biblia compara la muerte con el “sueño,” del cual hay un despertar
al amanecer del nuevo día. El reloj divino que marca las edades
está listo para señalar al nuevo amanecer, y aun cuando la
oscuridad es todavía bastante densa, el día rápidamente se va
acercando, y está muy próximo.
Los profetas de la Biblia predijeron con toda exactitud las
condiciones presentes del mundo—las condiciones que habían de
preceder el establecimiento del reino de Dios—y las muchas
bendiciones que ya se han materializado, muchas de las cuales
hubieran sido consideradas imposibles hace unos cuantos años; de
manera que no es nada difícil creer que la misma sabiduría y poder
divinos que han guiado las predicciones de las cosas que ahora
aceptamos como realidades, igualmente han dirigido las
predicciones de las mucho más maravillosas cosas que están
próximas a llegar.
Regocijémonos pues con la inspiradora esperanza ante
nosotros, y que la visión de la futura felicidad nos ayude a soportar
con paciencia las tribulaciones del presente. Aunque el reino del
pecado y de la muerte ha durado mucho tiempo, sin embargo, para
cada persona el tiempo pasa rápidamente, y en su transcurso cada
cual edifica fundamento para una provechosa lección. Si nos
damos cuenta de que el sabio y amoroso Creador ha permitido que
el reino del mal haya venido con el fin de que podamos apreciar
mejor a Dios y a sus leyes, podremos esperar con paciencia y orar
por la llegada del nuevo día.
Recordemos también que quienes han caído en el sueño de la
muerte antes de la llegada del reino divino no perderán las
bendiciones del nuevo día por cuanto todos los que están en sus
tumbas serán despertados: “No os maravilléis de esto: porque
viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su
voz, y saldrán; los que han hecho bien, para resurrección de
vida.”— Juan 5:28,29
Pero aun cuando todos en el nuevo día tendrán la oportunidad
de allegarse a Dios para recibir las bendiciones de vida eterna,
nadie será obligado a aceptar esta dádiva. La obediencia a las leyes
del nuevo reino será indispensable y quienes se nieguen a obedecer
serán destruidos, según las Escrituras, en la “muerte segunda.”—
Hechos 3:23; Apoc. 20:13-15
Capítulo VIII
“Y limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será mas; ni habrá más
gemido, ni clamor, ni dolor; ¡porque las cosas de antes han pasado ya! Y Aquel
que estaba sentado sobre el trono, dijo: ¡He aquí yo hago nuevas todas las
cosas!” —Apocalipsis 21:4, 5
Si fuera posible imaginarnos que la tierra en que vivimos, o
cualquiera otro planeta o estrella en la ilimitada expansión del
universo desobedeciere la ley divina gobernando los cuerpos
celestiales, nos sentimos seguros de que tal “anarquía” resultaría en
la completa destrucción de dicho planeta o estrella. La razón por la
cual los hombres de ciencia pueden predecir con exactitud el día, la
hora, los minutos, y hasta los segundos de un eclipso solar con
años de anticipación, es porque saben que las órbitas de los
planetas en el espacio están sujetas a ciertas y definidas leyes en
las cuales pueden depender para pronosticar resultados exactos.
¿Sería acaso razonable suponer que el hombre, la criatura
terrenal más elevada formada por Dios, y la única que tiene una
conciencia más o menos en armonía con los principios del bien y
del mal, dejaría de estar sujeto a las leyes divinas? Fue la
desobediencia del hombre a la ley de Dios la que lo sumergió en
un lodazal de penas, sufrimientos, y muerte. Por consiguiente,
solamente por medio de la obediencia a la ley divina será que la
humanidad podrá volver a obtener el favor de Dios y las
bendiciones de vida, salud y felicidad perdidas a causa del pecado.
Sin embargo, nadie imagine que cualquier esfuerzo tendiente
a obedecer la ley de Dios, aparte de otras consideraciones, pudiera
restituirle el favor divino. No. La ley de Dios fue violada por el
perfecto hombre Adán, quien poseía el conocimiento y la habilidad
para hacer lo bueno pero que desobedeció y, por tanto, se hizo
acreedor a la sentencia de muerte. Los descendientes de Adán, a
causa de esa desobediencia, son hijos de un hombre moribundo y
por ello han nacido imperfectos y sujetos a la muerte. Por eso, el
hombre en su condición débil y moribunda no puede guardar la ley
de Dios, y no le es posible salvarse por sus propios esfuerzos.
Las Escrituras dicen que “de tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que crea en él
no perezca, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16) Esto demuestra
que solamente en Jesús estriba toda esperanza de salvación. El se
dio en rescate y para la redención del hombre, y para hacer esto,
Jesús fue “hecho carne,” y sufrió. Un hombre perfecto pecó, y por
consiguiente, se hizo necesario que otro hombre perfecto viniese a
ser el Redentor. Esto precisamente fue lo que hizo Jesús. Pero aun
cuando Dios, a causa de su amor por la humanidad, envió a Jesús a
morir como hombre y proveyó de esa manera la liberación de la
muerte eterna, el sólo asentir mentalmente a esta verdad vital no
salvará a nadie, ya sea ahora o cuando el nuevo reino sea
establecido. ¿Qué es, pues, lo que Dios requiere?
Dios dio su ley al pueblo de Israel en los Diez Mandamientos.
Estos mandamientos constituyen la base de las leyes más
civilizadas hoy día. Jesús resumió estos mandamientos en dos
partes principales: Amor supremo al Creador, y amor al prójimo
como a nosotros mismos. Este último requisito está comprendido
en lo que recibe el nombre de Regla de Oro. Estos dos
mandamientos principales constituyen el fundamento de toda
verdadera justicia, y nadie, ya sea ahora o en la era futura, podrá
estar en armonía con Dios en tanto que ignore esta ley o se niegue
a ser gobernado por ella.
Hasta ahora el egoísmo ha prevalecido. A juzgar por las
apariencias externas, el egoísmo ha sido provechoso y necesario.
Muchas veces ha acontecido que quienes no cuidaron sus intereses
personales se han quedado en el camino, sin esperanza de adquirir
lo deseado. El profeta de Dios, Malaquías (3:15) dice: “Ahora
llamamos dichosos a los soberbios; decimos también que medran
los que obran maldad, y también que los que tientan a Dios son
librados.”
Durante los pasados seis mil años Satanás ha sido el capataz
de la humanidad, rigiéndola por medio del egoísmo. Con el
establecimiento del nuevo reino, el orden de cosas será invertido.
Entonces, Jesús será el gobernante, y el amor será preferido y
recompensado en cambio del egoísmo.
Entonces, vendrá el verdadero cumplimiento de la preciosa
profecía angelical: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz y
buena voluntad entre los hombres.” Pero este cambio, del egoísmo
al amor, no vendrá de repente. El profeta indica el método gradual
por medio del cual el mundo será instruido en la ley del amor, con
las palabras: “Cuando tus juicios están (estén) en la tierra los
habitantes del mundo aprenden (aprenderán) justicia.” —Isa. 26:9
Los “juicios” mencionados por el Profeta Isaías coincidirán
con la dispensación de las bendiciones del reino. Pero esto no es
como se dice con respecto al tradicional “día del juicio” con el que
la gente ha sido asustada para que se una a alguna de las
denominaciones religiosas. El sistema de instrucción en la rectitud,
en el nuevo reino, será tan perfecto que el profeta dice que la ley
de Dios será escrita en los corazones de la gente. —Jer. 31:33
Con el objeto de poner en práctica la ley de Dios nadie
necesita esperarse hasta que el nuevo reino sea establecido. ¿Qué
nos impide que ahora mismo hagamos un sincero esfuerzo por
amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos? Y hay tantas
maneras de hacer bien a otros—cosas que están al alcance de todos
nosotros. No cuesta nada sonreír, o decir alguna palabra que alegre
o consuele, o de alguna otra manera participar con otros la alegría
que reina en nuestros propios corazones. Debemos comunicar a
otros cuanto sepamos del amor de Dios según está revelado en su
Palabra. No hay mejor manera de consolar a los afligidos que
hablándoles del mensaje del reino mesiánico que pronto será
establecido.
Hoy día, comparativamente muy pocos de los millones de
seres humanos en la tierra no están afligidos por una u otra de las
innumerables enfermedades que atormentan a la humanidad, pero
viven en casi continuo temor del tiempo en que ellos mismos
lleguen a encontrarse entre los afligidos. A causa de los temibles
aspectos de la pobreza, enfermedades, bombas atómicas, etc., que
amenazan a este mundo egoísta, los corazones de los hombres
están llenos de temor, y esto echa a perder la más leve felicidad
que de otra manera algunos podrían disfrutar. Pero, en el nuevo
mundo, cuando el reino de Cristo sea establecido, aun hasta el
temor desaparecerá. La promesa dice que nada será permitido que
haga mal, o daño, en todo el santo monte o reino (Isa. 11:9). ¡Cuán
dichoso será el día cuando a los afligidos les sean enjugadas sus
lágrimas, y la causa de ellas sea destruida al finalizar la obra del
nuevo reino! —Isa. 25:8
¡Cuán glorioso privilegio tenemos ahora de decir al mundo
estas buenas nuevas según se nos presente la oportunidad! Cuando
vemos la aflicción reflejada en nuestros semejantes, “a causa del
temor y en expectativa de las cosas que sobrevendrán a la redondez
de la tierra,” recordemos que el Señor nos invita a decir a los de
corazón tímido: “Confortaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios
viene con venganza, con pago, el mismo Dios vendrá y os salvará.”
—Isa. 35:4
Nada mejor pudiéramos hacer ahora, para mostrar nuestro
agradecimiento a Dios por la esperanza de su reino que nos ha
dado por medio de su palabra, que hablar a otros. No podemos
detener el furioso ímpetu de un mundo egoísta hacia el inevitable
precipicio de la destrucción, pero sí podemos decir a cuantos nos
quieran escuchar que Dios va a establecer, dentro de poco tiempo,
un nuevo mundo, cuando el egoísmo haya destruido “este presente
mundo malo.” (Gál. 1:4) Así podremos ser embajadores del nuevo
reino, y, desde el punto de vista de la fe en el cumplimiento de las
promesas de Dios, podremos tomar nuestro lugar al lado de los
descritos por el profeta diciendo a Sion: “¡Tu Dios reina!” —Isa.
52:7; 61:1-3